Pocos turistas son los que llegan hasta esta recóndita comarca limítrofe con Ciudad Real, Cáceres y Toledo. Sin embargo, los que lo hacen, coinciden en la misma reflexión: no sabían que Badajoz contaba con el increíble paraíso que es la Siberia Extremeña. Para empezar a descubrir las bondades de esta desconocida comarca, apostamos por escaparnos a una de sus localidades más importantes, Herrera del Duque, que nos espera con su vetusto castillo coronando la colina bajo la que se despliega una villa repleta de sorpresas.
EL CASTILLO, EN LO ALTO
Para entrar en materia lo más adecuado es comenzar por todo lo alto. Y esto de manera literal, pues habrá que conducir carretera arriba por la sinuosa pista para llegar a su antiguo castillo, ese que desprende esencia almohade ya desde lo lejos. Aunque normalmente se encuentra cerrado al público, es accesible en visita guiada concertada en la oficina de turismo de la localidad. Es cierto que el origen exacto resulta desconocido, pero se cree que la fortaleza fue mandada construir por la familia Sotomayor, entre los siglos XV y XVI, con una finalidad más atemorizante que defensiva. Quienes contemplaran tan magnas murallas desde lo lejos no osarían atacar.
Son esos mismos sólidos muros los que atesoran un espacio diáfano y abierto en el que se intuyen vestigios de un interesante pasado. Un enorme aljibe cuadrangular abovedado sorprende a un lado. Al otro, una mazmorra. Detalles por aquí, y por allá, dejan intuir algún arco de herradura de ladrillo, o el acceso a una torrecilla de avanzada, desvelando retazos de una historia que los vecinos de Herrera del Duque se esmeran por mantener viva. Porque las raíces, eso lo saben bien aquí, no se deben olvidar.
Con la primera lección de historia aprendida, toca poner rumbo al corazón del pueblo. Allí, eso sí, lo mejor es dejar el coche a un lado y pasear por esta coqueta villa de origen medieval, que debe su nombre al hecho de que fue un antiguo feudo de los Duques de Osuna, y tiene mucho por mostrar.
EN TORNO A LA PLAZA DE ESPAÑA
Un buen punto de partida para descubrir sus encantos es la popular plaza de España, en torno a la cual se articulan las calles del pueblo. Se trata de uno de los rincones más emblemáticos de Herrera del Duque. Con soportales en prácticamente todos sus lados, sufrió grandes remodelaciones a lo largo del siglo XX que, de alguna forma, modificaron para siempre su fisonomía original. En el centro, una gran fuente de piedra lleva dando vida al espacio desde nada menos que 1787. Elaborada en jaspe negro, cuenta con tres gradas en las que se cogía con cañas el agua que las mujeres utilizaban para uso doméstico.
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Desde aquí toca perderse por sus callejuelas para embriagarse de la esencia que durante siglos ha definido la idiosincrasia local. Las casas solariegas, algunas de la que conservan aún los escudos de sus antiguos propietarios, hablan de la vieja hidalguía labradora y dejan patente el abolengo de la villa. Algunas han sido reformadas respetando la esencia del pasado. Otras, sin embargo, fueron abandonadas y resisten a duras penas al paso del tiempo. Una de las más destacadas se halla en la calle San Juan y fue atribuida a la Encomienda de Alcántara, del siglo XVII. Popularmente conocida como la casa del Conco, sorprenden sus rejerías, los mosaicos de su interior y los restos de antiguas caballerizas.
Seguimos respirando ese ambiente rural que tanto reconforta y, cuando venimos a darnos cuenta, hemos llegado al Barruelo, el vecindario más antiguo de Herrera del Duque. Aquí se halla la iglesia de San Juan Bautista, del siglo XVII, que impone, con su torre campanario, sus torres cilíndricas y sus estribos. Cualquiera diría que representa más un edificio defensivo que religioso. Una de sus puertas, la del Sol, conectaba antiguamente con la zona donde se hallaba la huerta que surtía a sus moradores. Del mismo siglo, y a no demasiada distancia, está el convento franciscano de San Jerónimo, fundado por Antonio de Sotomayor.
Rematar la experiencia monumental de Herrera del Duque pasa por algún que otro tesoro patrimonial más, como contemplar la espadaña del convento franciscano de la Purísima Concepción o, ya a las afueras, la ermita de la Consolación.
TESTIGOS DE LA BERREA
Ya lo dijimos al comienzo, el entorno natural que rodea a Herrera del Duque y que concentra la esencia de toda una comarca, es privilegiado. Tanto que en 2019 fue nombrado Reserva de la Biosfera. Uno de esos edenes únicos que no hay que pasar por alto al explorar la zona tiene nombre propio: la Reserva Regional del Cíjara, con sus 25.000 hectáreas y su apabullante biodiversidad, es el lugar idóneo para vivir intensamente una experiencia mano a mano con la naturaleza. Sobre todo, llegado el otoño, cuando se produce la famosa berrea. Cada día, al caer la tarde, se puede contemplar –y, sobre todo, escuchar–, a gamos y corzos en plena acción. El mejor lugar para ser testigo de este espectáculo sonoro y visual es el popular observatorio de Valdemoros. Allí, en silencio, ataviados con prismáticos, con el sol acercándose al horizonte y el concierto de sonidos más salvajes como compañero, se vivirá uno de los momentos más especiales de la escapada.
Pero hay más, mucho más. No solo de la berrea vive el Cíjara. De hecho, conducir tranquilamente por sus pistas supone toparse con la rica fauna que habita sus terrenos, desde jabalíes a ciervos, pasando por, obviamente, gamos y corzos. ¿Otro apunte histórico? Este lugar ya era una zona de caza en época de Alfonso X.
CARA A CARA CON LA PREHISTORIA
Recorremos los apenas 9 kilómetros de carretera que separan Herrera del Duque de la pedanía de Peloche. Hemos llegado al embalse García Sola, donde la empresa local Siberocio Ecoturismo (siberocio.com) tiene su punto de encuentro antes de iniciar una de las actividades más atractivas en la zona, recorrer en kayak las aguas del pantano.
Junto al aparcamiento, una extensa explanada con zonas delimitadas en el suelo y sombrillas por aquí y por allá dejan intuir que, en los meses de verano, cuando el calor aprieta, este rincón se transforma en la playa oficial de los pueblos de los alrededores. El otoño, sin embargo, es más tranquilo. Algún vecino de la zona aprovecha para pescar o para pasear por la orilla mientras que otros se lanzan a la aventura.
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Toca sacar energías, porque nos espera una ruta de tres horas con la que recorreremos gran parte del embalse hasta alcanzar los alrededores de Cerro de la Barca, en Valdecaballeros. Los kayaks quedarán entonces apartados en la orilla durante un buen rato mientras, a pie, atravesamos un denso acebuchal que va a parar a uno de los tesoros prehistóricos más fascinantes de la Siberia Extremeña, los restos del dolmen de Valdecaballeros, de la época del Neolítico.
Tras contemplar su estructura y entender su función funeraria, regresamos por el mismo camino por el que hemos venido. Eso sí, la recompensa a tanto esfuerzo físico la encontramos de nuevo en tierra: en La Barca del Tío Vito, un restaurante con vistas al embalse, donde disfrutar de un festín gastronómico único gracias a una carta en la que destaca un plato entre todos los demás: el escarapuche. Probar esta receta local a base de carne asada, tomates, pimientos y cebolla es la mejor manera de acabar con un delicioso sabor de boca esta incursión a una de las joyas más desconocidas de Extremadura. La Siberia Extremeña no ha podido sorprendernos más.
A MESA PUESTA
Uno de los restaurantes más icónicos de Herrera del Duque es Carlos I (hostalrestaurantecarlos.com), con un menú del día copioso y tradicional que bien merece la pena. Más atrevido, con una apuesta más vanguardista sobre el plato, es la que se puede probar en La Marina (tel. 628 62 58 24), donde además de una sorprendente carta es de destacar la atención de sus dueños.
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EL DESCANSO
Los tres apartamentos rurales de Los Aperos (tel. 616 05 56 91), en Herrera del Duque, se encuentran a un corto paseo del centro del pueblo y son una opción perfecta para descansar durante una escapada a la localidad. Además, cuentan con un jardín compartido con piscina. En Peloche, junto al embalse García Sola, La Barca del tío Vito (tel. 659 65 07 06) cuenta también con coquetos alojamientos rurales perfectos para desconectar.