Patones de Arriba apenas cuenta con una docena de habitantes, pero hubo un tiempo –durante más de un siglo- que llegó a tener un rey. Un rey sin corona, eso sí, pero al final y al cabo, un rey. Era una especie de alcalde o juez de paz anciano que administraba justicia entre sus vecinos, tenía extraños privilegios e intercedía ante los monarcas de España para reclamar sus favores. Tan eficiente llegó a ser que el ‘monarca’ logró que Carlos III otorgara a Patones el título de lugar independiente de la villa de Uceda, a la que pertenecía. Conocida su historia, uno se aproxima a él.
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Antes de llegar, sorprenden en el camino las grandes obras hidráulicas que fueron levantándose en el siglo XIX para el abastecimiento de agua a Madrid. Si es fin de semana, habrá que dejar el coche en Patones de Abajo y subir andando apenas un kilómetro por la senda del Barranco hasta alcanzar el puente de que salva la estrecha garganta de las Calerizas, porque cuando se satura el pequeño parking que hay a la entrada del pueblo, los coches se ven obligados a dar la vuelta o a aparcar en la cuneta de la sinuosa carretera.
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Una vez a sus puertas aparece ante los ojos una villa de sabor rural cruzada por numerosos arroyos y vías pecuarias y recostada en una pendiente de roca caliza y pizarra. En Patones el pasatiempo es subir y bajar una y otra vez por las empinadas cuestas de su caserío, donde las casas de piedra y lajas se adosan como para protegerse del frío, por eso sus ventanas son tan pequeñas y se adaptan a la roca. También para admirar sus arcaicas construcciones donde los pastores cobijaban el ganado, entrar en sus tiendas de artesanía o, los que se animen, trepar entre enebros, jaras y otras plantas aromáticas a alguno de sus miradores naturales y admirar el pueblo a última hora de la tarde.
ARQUITECTURA POPULAR
En el lugar que ocupaba el antiguo molino del siglo XVII ahora se ve la fuente nueva y el lavadero. Detrás está la presa que lo abastecía y que da lugar a una pequeña cascada. Nuevo uso tiene también la antigua iglesia de San José, donde está instalada una sala de exposiciones y de promoción turística.
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A LA MESA
Después de todo ello, toca sentarse a la mesa y degustar alguna de las especialidades en sus restaurantes y que han hecho de Patones todo un reclamo gastronómico, empezando por el pionero, El Rey de Patones (reydepatones.com). Después de viajar por todo el mundo, Manolo y Mari decidieron retirarse en este pequeño pueblo abandonado de la sierra de Madrid para dar vida a un restaurante de cocina sencilla, pero rica y llena de connotaciones. Por eso en su carta, junto a los platos típicos de la zona, como el cabrito lechal, las migas y las fabes, encontramos platos innovadores realizados cada fin de semana aprovechando los productos de temporada y la gran imaginación de Emily, su chef. En su cálido interior o en su terraza con vistas saben mejor.
Recetas tradicionales sirve El Lavadero de Patones (ellavaderodepatones.com) y merecida fama tiene El Poleo (elpoleo.com), otro de los veteranos, donde su chef y propietario Paco Bello ofrece una cocina creativa de calidad con toques internacionales. Naturalidad, atmósfera cuidada y tradición se funden con estilo en este restaurante, como también en el hotel El Tiempo Perdido, adosado a él, decorado con muebles, piezas y ornamentos de época.
Y DESPUÉS DE PATONES...
A 7 kilómetros de Patones se encuentra la presa del Pontón de la Oliva, una importante obra hidráulica construida para abastecer de agua a la capital desde el río Lozoya. Actualmente en desuso, se pueden recorrer las antiguas instalaciones del Canal de Isabel II a través de una serie de paneles. En sus inmediaciones se encuentran los restos de la ermita románico mudéjar de la Virgen de la Oliva y la cueva del Regerillo, la mejor formación kárstica de la provincia, donde muchos practican la escalada y la espeleología.
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Torrelaguna es un complemento perfecto para seguir descubriendo el entorno. La villa, cuna del Cardenal Cisneros y de Santa María de la Cabeza, patrona de Madrid, es conjunto histórico y tiene en su plaza Mayor sus dos edificios principales: la iglesia gótica de la Magdalena y el Pósito, hoy reciclado como ayuntamiento. La M-133 une Torrelaguna con el pueblo de El Atazar, una panorámica carretera que es una continua sucesión de miradores naturales a lo largo de 8 kilómetros asomados al embalse de El Atazar, donde se practican actividades náuticas.