Tanto hoy como ayer, todo en Trancoso pasa por el llamado Quadrado, su centro histórico, que preside la bonita iglesia de São João y al que se asoman hermosas casitas coloniales de alegres colores que acogen alojamientos y restaurantes muy cuidados, tiendas y galerías de arte. Si de noche su tranquilidad solo se ve interrumpida por la alegría de los visitantes y la sucesión de sones y acordes brasileños de la música en vivo , así como por alguna rueda de capoeira, durante el día conviene dejar atrás su templo barroco para ver cómo el paisaje sereno termina abruptamente en las llamadas falesias, los acantilados que marcan el límite con la sucesión de playas paradisíacas que se encuentran a sus pies, algunas prácticamente vírgenes y solitarias.
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La vida transcurre en sus arenales, bien junto a los populares chiringuitos locales, bien desde la hamaca de los beach clubs de los hoteles más exclusivos, que permiten también el acceso a los que no se alojan en ellos. Con servicio de bar e incluso opciones deportivas, es esta una buena opción si a lo que se aspira es al dolce far niente (el placer de no hacer nada). La mayoría se concentran en la llamada playa de los Nativos, así como en la de Coqueiros, quizás la más recomendable para familias. Separadas por el río Trancoso, ambas son, junto con la de Rio Verde, las más cercanas al Quadrado, pero no las únicas.
Más al norte, junto al río do Barra, aguarda un arenal inmenso, tranquilo, bendecido por la protección de las falesias. Aquí se encuentra también el campo Terravista Golf Club, el preferido por muchos brasileños por su doble microclima diferenciado: la primera ronda se juega en un green rodeado por bosque atlántico, mientras que la segunda se hace junto al mar, sobre los mismos acantilados rocosos. Desde esta costa, el litoral prosigue después hasta la playa de Taipe, y, más allá, hasta la Lagoa Azul.
Sin embargo, es hacia el sur donde nos esperan los lugares más mágicos. La playa de Itapororoca es ideal para quienes buscan tranquilidad. Después llega la de Itaquena, localizada en un área de protección medioambiental, por lo que hay que acceder a ella a pie (los quads también están permitidos), de ahí que no reciba muchos turistas. La preferida, además, por los surfistas, es también ideal para dar largos paseos por las piscinas naturales que se forman en su arenal dorado veteado por los verdes intensos de la vegetación autóctona o mata atlántica.
Tras la playa de Rio do Frades está Curuípe, conocida como Praia do Espelho y considerada una de las más bellas de Brasil por sus aguas cristalinas, en las que se reflejan los acantilados y con los arrecifes de coral en el horizonte. De difícil acceso, se encuentra en un área protegida a la que vienen a desovar las tortugas, y, por su personalidad cambiante, vale la pena disfrutarla un día entero, especialmente cuando baja la marea y se forman piscinas naturales, convirtiéndose en el gran espejo que le da nombre.
Para llegar hasta ella hay que seguir las rutas de interior y detenernos antes en la aldea indígena Imbiriba. Estamos en tierras de los indios pataxós, y aquí podremos conocer de cerca algunas de sus costumbres y adquirir una de sus artesanías para llevarnos como recuerdo a casa. En la línea ancestral de los moradores originarios de lo que hoy es el actual Brasil, hay quien todavía sostiene que en esta naturaleza existe una profunda energía espiritual. Así ocurriría con el río Caraiva, que da nombre a una pequeña población en la que no hubo electricidad ni otros servicios hasta hace apenas una década. Sin duda, es un lugar único, ideal para despedir este apasionante viaje, con calles literalmente de arena, casitas de colores y tan buenas vibraciones que dan ganas de quedarse a vivir aquí para siempre.
No dejes de...
Visitar el centro histórico de Porto Seguro. El 22 de abril de 1500, el portugués Pedro Álvares Cabral avistó tierra firme por primera vez tras haber dejado, un mes atrás, la costa africana. Era el monte Pascoal, a 62 kilómetros de Porto Seguro, que se convertiría en la puerta de entrada de los portugueses en Brasil, así como en epicentro de la llamada Costa del Descubrimiento. De la época colonial quedan vestigios muy interesantes, como las 48 viviendas coloridas que aún se mantienen en pie, el faro, las iglesias o el museo histórico, a los que conviene dedicar una mañana.
Guía práctica
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