Es una delicia ver caer la tarde en Albi junto al Tarn, cruzando el Puente Viejo y caminando por la orilla del río cerca de un antiguo molino. Enfrente queda la ciudad episcopal elevándose hacia el cielo, que se oscurece lentamente mientras se encienden las luces. La imagen es hermosa y, al mismo tiempo, una lección de historia. Por un lado, desde hace un milenio, la ciudad controla una importante ruta comercial; por otro, el conjunto que forman el palacio de la Berbie y la catedral de Santa Cecilia son, desde el siglo XIII, testimonio del triunfo del papa y el rey de Francia sobre los herejes cátaros, también conocidos como albigenses.
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La catedral es todo un prodigio. De un gótico sureño muy diferente a otras francesas de la misma época, se trata de la más grande del mundo construida íntegramente en ladrillo y posee la mayor superficie de frescos de toda Europa, con influencias del Renacimiento italiano. Al lado, la sede episcopal tiene algo de fortaleza, pero en el interior se descubre un verdadero palacio. Sus jardines colgantes son un luminoso balcón sobre el Tarn. En su interior se encuentra el Museo Toulouse-Lautrec, que acoge la mejor colección mundial del pintor nacido en Albi. A partir de este núcleo se abre la ciudad, Patrimonio de la Humanidad. Sus calles estrechas y fuera del tiempo llevan a la colegiata Saint-Salvi, a la casa del Vieil Alby y a otros rincones repletos de historia. Si el museo Lapérouse, al otro lado del río, hace un repaso de las grandes expediciones científicas del siglo XVIII por el Pacífico, el Laboratorio Artístico Internacional del Tarn (LAIT) está dedicado al arte contemporáneo.
Al salir de Albi se descubre enseguida que el Tarn comparte con la capital una larga historia y un profundo sentido del savoir faire: pequeñas ciudades repletas de monumentos y museos sorprendentes, pueblos muy bien conservados o mercados en sus plazas que son un muestrario de la producción local. En el paisaje destacan los viñedos y las grandes avenidas de plataneros que flanquean las carreteras. Hacia el sur espera Castres, cuyo Museo Goya acoge la mejor colección de arte español en Francia después del Louvre. Además de obras del artista de Fuendetodos, reúne de Velázquez, Murillo, Alonso Cano, Picasso...
El museo se encuentra en el antiguo palacio episcopal, con unos espectaculares jardines diseñados por Le Nôtre, que también creó los de Versalles. Al río Agout se asoman las casas que en otro tiempo fueron los talleres y almacenes en los que se trabajaban el cuero y la lana e hicieron florecer a la ciudad; ahora son casas rehabilitadas que forman un conjunto muy vistoso. Castres es la puerta de entrada al Parque Natural Regional de Haut-Languedoc, con parajes muy variados. Uno de los más curiosos es Sidobre, una especie de “ciudad encantada”, donde las rocas de granito forman conjuntos singulares en los que la fantasía se desborda al encontrar parecidos.
A unos 30 kilómetros hacia el sur, la aldea medieval de Hautpoul tiene también su historia enlazada con los cátaros. Desde ella, una pasarela de 140 metros que une dos promontorios permite ir caminando hasta Mazamet y disfrutar de la naturaleza desde una original perspectiva. A 35 kilómetros hacia el oeste, el pequeño pueblo de Sorèze, al pie de la Montaña Negra, acumula historia desde hace milenios, como la de su antiguo monasterio, que acabó convirtiéndose, en el siglo XVIII, en una de las doce reales academias militares de Francia. Operativa hasta 1991, ahora es un museo.
No dejes de...
Viajar en el tiempo en Cordes-sur-Ciel. A 25 kilómetros de Albi, este pueblo aparece siempre en los listados de los más hermosos de Francia. El caserío, colgado de una colina, hace honor a su nombre (sobre el cielo) cuando la niebla cubre el fondo del valle, y es un catálogo de arquitectura medieval, tanto de casas con entramado de madera como de casonas góticas. Fundado y fortificado durante la cruzada albigense, conserva parte de sus murallas.
Guía práctica
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