En la ciudad que vio nacer a Julio Verne, todo es posible. Por ejemplo, que un inmenso elefante mecánico de 12 metros de altura —y 48 toneladas— camine por los muelles de la ciudad con un buen puñado de personas en su lomo. O que un tobogán de acero se deslice a lo largo de 50 metros por las murallas de un castillo del siglo XV. Incluso que, oculto en una antigua fábrica de galletas, nos encontremos con un hamman.
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Quizás por todo esto —y por mucho más—, Nantes siempre se ha percibido como una ciudad de sorpresas. Una urbe despierta, con ganas de revolucionar lo socialmente establecido como 'normal'. ¿Por qué atenerse a las reglas, cuando es mucho más divertido moldearlas a nuestro antojo?
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SU CASCO HISTÓRICO, PUNTO DE PARTIDA
La que fuera la ilustre residencia de los reyes de Francia en Bretaña se erige imponente en el corazón de Nantes, capital de la región hasta mediados del siglo XVI. Se trata del último castillo del Loira antes de alcanzar el Atlántico, y tras sus vetustas murallas, encontramos un elegante palacio de tintes renacentistas mandado levantar por Francisco II en el siglo XV. Tras su muerte —y aquí va una curiosidad—, lo heredaría su hija, Ana de Bretaña, la única mujer que fue reina de Francia hasta en dos ocasiones tras casarse con dos reyes consecutivamente: Carlos VIII y Luis XII.
Declarado Monumento Histórico, desde 1907 pasó a ser propiedad del ayuntamiento, que apostó por su reforma integral. Así, desde 2007 acoge el Museo de Historia de Nantes, una interesante visita que hacer antes de, por qué no, probar la experiencia del Paisaje Deslizante, la obra de arte a modo de tobogán aferrado a las murallas. Esta permite bajar desde la Torre de los Españoles hasta el foso de la fortaleza en apenas unos segundos.
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Después, habrá que andar y desandar las calles aledañas, que conforman un casco urbano de lo más señorial. Plazas deslumbrantes, palacios elegantes y un sinfín de rincones de los que disfrutar. Nantes muestra su belleza en los antiguos entramados de madera visibles aún en algunas construcciones. En sus calzadas adoquinadas. En los nombres de sus calles, que rememoran a los gremios instalados en ellas siglos atrás.
Pero el barrio de Bouffay, que así se llama, esconde también multitud de negocios que invitan al paseo tranquilo. Tiendas de artesanía, cafeterías repletas de alma, algún que otro mural rememorando a Verne o restaurantes en los que catar la gastronomía local… Habrá que tomárselo con tiempo si se quiere vivir Nantes como un verdadero francés.
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AHONDANDO EN EL PASADO
Una parada obligada hay que hacerla en la catedral, que tardó cuatro siglos en ser construida. Mandada levantar por Ana de Bretaña para colocar en ella el sepulcro de sus padres, es una obra de arte renacentista. Aunque, para maravilla, la del Pasaje Pommeraye, considerado uno de los más hermosos de la Europa del siglo XIX. ¿El por qué? Tan solo hay que contemplarlo: la tenue luz que atraviesa sus estudiadas vidrieras, los contornos de las esculturas que decoran sus escalinatas, los escaparates de sus tiendas… Pocos rincones tan glamurosos como este se encontrarán.
A solo unos pasos, la majestuosa Place Royale, con su más majestuosa fuente gobernando el centro, evoca el pasado marítimo y fluvial de Nantes. Un aspecto en el que se puede continuar ahondando al visitar otro de esos lugares que dan un giro inesperado a esta ruta: el Memorial de la Abolición de la Esclavitud, junto al muelle del río, recuerda que en el siglo XVIII Nantes fue el primer puerto de Francia que envió barcos repletos de esclavos africanos a América. El monumento evoca el interior de un barco esclavista y lo conforman dos mil placas de cristal dispuestas en el suelo con los nombres de los barcos que hicieron aquella ruta escritos.
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EN BUSCA DEL ARTE
Así es: porque de arte, esta ciudad, va bien sobrada. Pero si hay un lugar en el que lo extraordinario se vuelve realidad gracias a ingeniosas creaciones, ese es la Machines d´Île (lesmachines-nantes.fr), en los antiguos astilleros de Nantes. Es allí donde el universo de Julio Verne, aderezado con los inventos de Leonardo Da Vinci y con el pasado industrial de Nantes, encuentran su espacio.
Un viaje a una dimensión paralela que pasa por visitar la Galerie, un bestiario de máquinas absolutamente fascinante que también es hogar del Gran Éléphant, la atracción más popular de todas. Cada vez que el colosal elefante sale a pasear por los muelles industriales, acapara todas las miradas. Eso sí: para ser uno de los 50 suertudos que lo recorren sobre su lomo, hay que reservar con tiempo.
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Pero no es la única atracción de la que disfrutar en la isla: junto al Loira, el Carrousel des Mondes Marines es un fascinante acuario mecánico que sorprende a niños y mayores por igual. 3 plantas, 3 carruseles y 25 metros de altura en los que descubrir el mar y aquellos seres que lo habitan. Una incursión en la tienda-librería es toda una tentación. También parar a recargar fuerzas en el Café de la Branche, con un delicioso menú del chef a base de producto de mercado.
Para acabar de sumergirse en el imaginario de Verne, nada como dar un salto al Museo de Julio Verne, ubicado en un enorme edificio del siglo XIX. En su interior, documentos, libros, manuscritos, ilustraciones o juegos ayudan a sumergirnos aún más si cabe en la escritura verniana. Un templo a la riqueza y diversidad de su obra que se halla muy próximo en el espacio a otra expresión de arte convertida ya en parte del paisaje de la ciudad: el artista francés Daniel Buren y su instalación Les Anneaux decora la ribera del Loira con 18 anillos gigantes que, llegada la noche, se iluminan de colores.
Una apuesta artística que forma parte de un proyecto aún mayor, Estuaire (estuaire.info), en el que han participado arquitectos, diseñadores y artistas de todo el mundo dotando de vida —artísticamente hablando— al río Loira desde Nantes hasta su estuario, el Saint-Nazarie. 60 kilómetros y un total de 33 obras que se pueden ir descubriendo en una excursión en bici o en barco que, sin duda alguna, sorprenderá.
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TRAS LA LÍNEA VERDE
Literalmente. Aunque, seguramente, ya se habrá visto por aquí y por allá mientras se visitaban algunos de los emblemas de la ciudad. Porque la línea verde que desde hace años existe pintada en el suelo de Nantes como si del camino de baldosas amarillas de Dorothy se tratara, busca precisamente eso: guiar a los visitantes por los lugares que no deben perderse en la ciudad. Y ojo, porque son en total 12 kilómetros. ¿Su nombre? Le Voyage a Nantes (levoyageanantes.fr/es).
Así se alcaza otro de los iconos arquitectónicos hoy transformados en lugar de encuentro de locales. La antigua fábrica de galletas LU, inaugurada en 1846 en un edificio junto al canal Saint-Felix con una hermosa cúpula en tonos pastel, es el lugar. Se mantuvo abierta hasta el 74 y en 1999 pasó a albergar uno de los centros artísticos más populares de la ciudad con cabida para todo tipo de géneros. Le Lieu Unique (lelieuunique.com) acoge salas de teatro, de exposiciones, de conciertos, librería, restaurante… y hasta un hamman.
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Y DE DORMIR Y COMER... ¿HABLAMOS?
Pues va a ser que sí, porque la ciudad de Verne no se anda con chiquitas cuando de plantear su propuesta gastronómica se trata: para todos los gustos y todos los bolsillos hay un repertorio aquí.
Así que si la cosa va de homenajes, y apetece probar uno de esos planes que no se olvidarán jamás, la apuesta será La Cigale (lacigale.com), restaurante que con más de 120 años a sus espaldas es el ejemplo de modernismo arquitectónico más claro de toda la ciudad. Utilizado como cuartel de los surrealistas, además de admirar su decoración, también se come muy bien, sea cual sea la hora del día.
Otro lugar que no deja indiferente es Cuit Lu Cru (cuitlucru-restaurant.com), la apuesta del matrimonio formado por Anaïs y Benjamin, que hace años decidieron abrir su propio restaurante para ofrecer una cocina honesta con una carta escueta, pero fresca y de temporada. Más informal y desenfadada es la crepería de Jean-Baptiste, Ker Breizh (kerbreizhcrepe.ca). Formado en las mejores creperías bretonas, sus crepes salados —los galettes— son pura delicia. Para desayunar, Tabl´o Gourmand (tablo-gourmand.com), una pequeña cafetería cuyos brunchs a base de panes y bollería fresca francesa, embutidos, quesos, frutas, yogures o huevos, son la mejor manera de comenzar el día.
El descanso, en el Hotel Voltaire Ópera (hotelvoltaireoperanantes.com), un alojamiento boutique con coquetas y pequeñas habitaciones en pleno barrio de Graslin y a dos pasos de la ópera de Nantes. Pero si se prefiere optar por una experiencia original —y cuando decimos original, queremos decir, única—, nada como alojarse en Sōzō Hotel (sozohotel.fr/es), un hotelito de cuatro estrellas ubicado, en esta ocasión, en lo que un día fue una iglesia: el coro, en la antigua capilla, alberga hoy la recepción, y las vidrieras, rosetones, bóvedas y arcadas originales forman parte de las propias habitaciones. Una propuesta para dormir como los ángeles que no defraudará.
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MUY PRÁCTICO
¿Cómo llegar a Nantes?
La ciudad de Nantes cuenta con aeropuerto internacional, Nantes Atlantique Aéroport, con conexión desde varias cuidades españolas como Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia, Granada, Alicante, Málaga o Bilbao, con vuelos de bajo coste que pueden encontrarse incluso por poco más de 30 €. Desde el aeropuerto hay una línea de autobús que conecta con el centro en 20-05 minutos, y además es gratuito.
Nantes está también conectada con línea TGV (la línea de alta velocidad francesa) en menos de dos horas, con 26 trayectos diarios desde París.
¿Cómo moverse?
Para moverse por la ciudad lo mejor será hacerlo andando, en tranvía (tan.fr) o en Navibus, un barco que forma parte de la red de transporte público para desplazarse por los ríos Erdre y Loira. Tiene también un servicio de bicitaxi (happymoov.com).