Cuesta creer que Nápoles, con su caótica y vociferante energía, esconde un rincón a pocas millas de su costa donde el tiempo transcurre con lentitud rural. Frente a su bahía, tres islas posadas sobre el mar Tirreno encarnan la más pura expresión de la dolce vita. Sin embargo, Capri, Ischia y Prócida conforman un silencioso refugio. El lugar al que acudir en busca de calma después de haber devorado la ciudad de la pizza, su centro histórico Patrimonio de la Humanidad, sus castillos, museos y catacumbas.
Para ti que te gusta
Lee 8 contenidos al mes solo con registrarte
Navega de forma ilimitada con nuestra oferta
1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
Aquí, en estas tres joyas del archipiélago de la Campania, no se halla más que esencia marinera. Menos de una hora lleva el trayecto a este conjunto de islas que, aunque comparten la sensación de distancia con el mundo, gozan de personalidad propia. Prócida, la hermana menor, es la más cercana a la costa y, paradójicamente, la más solitaria. Un paraíso de menos de cuatro kilómetros cuadrados que recibe con una de las imágenes más bellas del país: su anfiteatro de fachadas de colores pastel precipitándose al mar. Sus soleadas calles son territorio de los apenas 10.000 habitantes que viven de faenar en las aguas o de cultivar limones con los que elaboran el famoso limoncello.
Prócida hay que recorrerla a pie desde las empinadas cuestas de la Marina Grande, el puerto principal, hasta la Marina Corricella, donde la iglesia amarilla de Santa Maria delle Grazie dibuja la postal más típica. También hay que subir a Terra Murata para descubrir el palazzo d’Avalos y una desconchada fortaleza medieval erigida en lo más alto de la isla. Y después relajarse en sus playas de arena oscura (Chiaiolella, Pozzo Vecchio, Ciracciello...) y, con mucha suerte, acceder, a través de un puente peatonal, al islote de Vivara, una reserva natural cuyas visitas están limitadas.
Una corta travesía en ferri conduce después a Ischia, más extensa y rica en paisajes que van más allá de sus playas, algunas tan hermosas como Scannella. Aquí lo mejor es alquilar un coche o una moto y conducir por las carreteras entre bosques y colinas onduladas. Hay que llegar al Castello Aragonese, el icono de la isla, y descubrir también los restos de la cattedrale dell’Assunta, la prisión, el convento de las clarisas y las pequeñas iglesias con vistas al azul infinito. En Ischia existen pueblos tan encantadores como Forio, con la iglesia del Soccorso en un entorno único, o Sant’Angelo, con un entramado peatonal delicioso.
Pero, sobre todo, existen estaciones balnearias con aguas que emanan de las entrañas, como los Jardines Termales de Poseidón y las Termas de Cavascura. Capri es la más glamurosa de las tres, con sus prohibitivas boutiques de la via Camerelle y la sofisticada Piazzetta. Pero en esta isla, que fue para Homero el lugar donde habitaban las sirenas, también encontramos postales en la propia naturaleza: desde el Arco Natural hasta los Faraglioni, pasando por la Grotta Azzurra. También conviene conocer el palacio Villa Jovis para rememorar las fiestas del emperador Tiberio, pasear por los Jardines de Augusto y subir al monte Solaro desde Anacapri para abarcar con la vista hasta la costa Amalfitana.
No dejes de...
Descubrir la gruta azul. El lugar más escénico de Capri, la Grotta Azzurra, se encuentra en el noroeste de la isla y es un sistema kárstico de cavidades subterráneas abiertas al mar que confluyen en un espacio más amplio conocido como la Catedral. La luz del sol atravesando desde las aguas, y observada desde la oscuridad, proporciona un impresionante tono azul. La visita parte en lancha del puerto de Marina Grande para luego pasar a la barquita de remos que accede lenta y silenciosamente a la gruta (civitatis.com).
Guía práctica
Guía práctica