Recorrió más de un millón y medio de kilómetros en el Yate Real, visitó más de 120 destinos (entre ellos, España), se alojó en algunos de los hoteles más exclusivos del mundo..., y todo ello sin pasaporte. Pero no le hizo falta. Con motivo de su 90 cumpleaños, la historiadora experta en realeza Kate Williams desvelaba algunos de los secretos viajeros mejor guardados de Isabel II de Inglaterra y te van a sorprender.
De entre todas las tareas que la monarca que más años ha ocupado el trono en la historia de Reino Unido ha tenido como regente la de viajar ha sido una de las realizó con mayor agrado. Era una de sus aficiones y a la que más tiempo dedicó, pues a lo largo de su vida, la distancia total de sus viajes equivale a 42 vueltas completas alrededor del mundo. Durante 44 años el Yate Real Britannia fue la residencia oficial flotante de la reina (de 1953 a 1997), y en él navegó casi dos millones de kilómetros, visitando destinos como el Caribe o Sudáfrica.
SU CURRÍCULUM VIAJERO
Desde su coronación en 1953, Isabel II visitó una media de dos destinos por año, lo que supone un 60 por ciento de todos los países del mundo (120 destinos sobre un total de 196 países). Pero si hay una época especialmente movidas para la reina fueron los años 70 y 80. Solo en 1979 recorrió seis países en solo dos meses, como parte de su recorrido por Oriente Medio. Su viaje más largo fue un recorrido por países de la Commonwealth en el mismo año de su coronación. Duró seis meses y visitó 12 países diferentes.
Canadá es el país al que más veces se desplazó, con un total de 25 visitas. En cuanto a los destinos europeos, Isabel II siempre sintió especial predilección por ir a Francia y Alemania. Y a pesar de que alrededor de 18 millones de británicos vienen a España cada año, la Reina solo vino una vez nuestro país, fue en 1988.
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EN JET PRIVADO Y EN BED & BREAKFAST
Muchos de los viajes de la Reina lo ha hecho en el Royal Train, con vagones de estilo colonial, salones de caoba y el primer baño de la época que contó con bañera, un encargo del rey Jorge V. De ella disfrutaba cada día la reina, puntualmente, a las 7:30 de la mañana. Durante ese tiempo, había una norma estricta de «no molestar».
A la hora de viajar en avión, Su Majestad prefería alquilar un jet privado en lugar de desplazarse en vuelos comerciales. Aun así, sí lo hizo varias veces en vuelos comerciales, como por ejemplo en 1977, cuando se embarcó en el Concorde rumbo a los Estados Unidos.
Entre los hoteles más famosos en los que se alojó la monarca están el histórico Raffles Hotel Singapore (2006), icono de Singapur, inaugurado en 1887 y que acaba de ser restaurado en su totalidad; el Ahwahnee Hotel de Yosemite (1983), en el que reservó el hotel completo; el Fairmont Royal de Toronto; el Phoenicia en Malta; el St. Regis de Washington –otro hotel histórico de 5 estrellas ubicado en el animado distrito central de la ciudad– o el Waldorf Astoria de Nueva York en 1957, también frecuentado por la Reina Madre. Una larga lista de alojamientos de lujo, que, puntualmente, combinó con sitios más sencillos cuando sus hoteles favoritos estaban completos, como una británica más. Por ejemplo, en 1981, la reina se vio atrapada en una tormenta cerca de Bristol y tuvo que llamar a la puerta de un bed&breakfast. El dueño del hostal le cedió su propio piso, en la planta de arriba del edificio.
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COMO EN CASA EN NINGÚN SITIO
Si durante los 70 y los 80 la reina Isabel no paró de moverse de país en país, en los últimos años de su vida Isabel II prefirió quedarse en casa y no salir del Reino Unido. Así, los veranos los pasa en su querido Balmoral, en Escocia, el histórico refugio donde ha fallecido. Para la Semana Santa elegía el castillo de Windsor y las vacaciones de Navidad, en la residencia oficial de Sandringham acompañada de su familia.
REGALOS DE BIENVENIDA
Mientras que para la mayoría de los británicos encontrar pastas y té en la habitación de hotel es el detalle más habitual, en el caso de Isabel II las sorpresas de bienvenida han ido siempre más allá. La Reina recibió regalos de lo más variopinto y extravagante en sus viajes. En su visita a Alemania, por ejemplo, recibió una versión en miniatura de la puerta de Brandenburgo hecha de mazapán. En su visita a Canadá en 1973 una pipa de la paz con plumas rojas y rosas que hoy en día forma parte de la Colección Real. También singulares han sido una escultura en coral negro de un perro galés en su visita a las Islas Caimán en 1983, una camiseta de hockey sobre hielo en una de sus visitas a Canadá o unas botas de cowboy en EEUU. En ocasiones ha regresado a casa con un tripulante más, como en su viaje a Camerún, en el que fue obsequiada con un bebé elefante llamado Jumbo, o en Brasil, con dos perezosos. Por norma general, antes de embarcar en su viaje de regreso, estos presentes se llevaban directamente al zoo de Londres.
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