Aisladas a merced de su suerte en el Atlántico Norte, las Feroe son escarpadas como agujas góticas, acogedoras como la lana y dramáticas como las sagas vikingas. Algunas tienen forma de ballena. Otras, de huella de gigante. El islote de Tindhólmur, con sus cinco picos dentados, parece un dragón dormido. Se observa cómodamente desde el mirador del pueblecito de Gásadalur, en Vágar, una de las 18 islas que conforman el archipiélago. Situado en un acantilado entre montañas, hasta que se construyó un túnel en 2004, sus contados habitantes tenían que rodear el pico por un precioso (y algo extenuante) sendero de seis kilómetros.
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Con sus coloridas casitas de madera y techos de hierba y la cascada de Múlafossur desplomándose hasta el mar, es una de las imágenes más conocidas de las Feroe y el punto de partida perfecto para nuestro viaje. Enredadas en sí mismas por un laberinto de fiordos y flanqueadas por acantilados infranqueables, moverse por este puñado de islas que desaparecen con la niebla podría parecer complicado, pero gracias a una excelente red de carreteras, túneles y puentes, y a un servicio de ferris y helicópteros sorprendentemente económico, es posible atravesar de extremo a extremo del archipiélago en apenas unas horas. Pero no hace falta irse tan lejos.
Avanzando por sinuosas carreteras de montaña que nunca pierden de vista el mar llegamos al plácido pueblo de Gjógv, en el norte de la isla de Eysturoy. Acomodado sobre una de las laderas de Slættaratindur, la montaña más alta del archipiélago (880 m), al final de un estrecho fiordo, es el campamento base ideal para pasar un par de días haciendo trekking por senderos idílicos. Carreteras que no saben lo que es un atasco nos conducen hasta pueblecitos como Eiði, donde el museo Látrið recoge curiosidades de otros tiempos; o a Tjørnuvík, uno de los más antiguos de las Feroe, para comer waffles caseros y sacar las mejores fotos de los famosos farallones Risin y Kellingin (el gigante y la bruja).
A Saksun, también con un excelente museo en la granja de Dúvugarðar, merece la pena ir con marea baja para pasear por la playa que se descubre cuando el mar se retira del fiordo. Tórshavn, la capital, es otra buena base de operaciones. En el sur de la isla de Streymoy, tiene dos pequeños puertos, dos calles principales, edificios gubernamentales alojados en centenarias casas de madera, un puñado de buenos museos, como Listasavn Føroya o la Nordic House, y bares en los que ver a las bandas locales.
Desde Tórshavn se pueden hacer escapadas a los alrededores, como a la isla vecina de Nólsoy o al pueblo de Kirkjubøur, donde, los Patursson, 17ª generación a cargo de la granja de madera más antigua del mundo, enseña la iglesia de San Olaf, la única de la Edad Media aún en uso, y las ruinas de la catedral de San Magnus.Aunque uno no sea especialmente aficionado al avistamiento de aves, ver a miles de frailecillos, alcatraces y demás aves marinas anidando en los acantilados es una de las experiencias más memorables que nos deparan las Feroe. Otro atractivo más de estas islas de leyenda.
No dejes de...
Hacer alguna excursión en barco. Las más populares son las que llevan a los abismos de Vestmanna, de más de 600 metros de altura, en la costa de Streymoy. Entre mayo y septiembre hay salidas diarias. La pequeña Mykines, la isla más occidental y para muchos la más bonita, requiere invertir al menos una jornada y es recomendable hacer uno de los trayectos en helicóptero. Además de ser el lugar de anidación de frailecillos más importante del mundo, cuenta con el faro más occidental de Europa.
Guía práctica
Guía práctica