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La pequeña Suiza de Marruecos y su capital olvidada 

A los pies de la cordillera del Atlas medio y cerca de Fez, Ifrane y Mequinez son dos de las ciudades más desconocidas para el turismo internacional. Palacios reales, una estación de montaña y un bosque Patrimonio de la Humanidad son algunas de las sorpresas que esperan en ellas. 


Por: JAVIER MATEO
Actualizado 19 de agosto de 2022 - 11:16 CEST

Sin nada que envidiarle a Marrakech o Fez, Mequinez es, sin duda, una gran rival. Incluida en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco y con cientos de historias que contar, la que un día fue ciudad imperial, se baña cada tarde del dorado del sol que ilumina el oro de cuantos arcos y puertas decoran la ciudad. Quizá por su ubicación, la antigua capital de Marruecos es hoy una desconocida para muchos. Los que la visitan son pocos, pero podrán encontrar desde cómodos hoteles hasta deliciosos restaurantes, cuyos anfitriones, ilusionados por ver turistas, tratan a sus huéspedes como reyes. Además, gracias a ello, todo es más económico que en otras grandes ciudades. Sus elegantes y cuidados riads sirven como base para emprender un paseo por los enclaves del reino del sultán de la dinastía alauí Moulay Ismail, afincado en Mequinez en el siglo XVII. 

Mequinez, Marruecos© Age Fotostock
Puerta de entrada a la medina Bab el-Khamis, en Mequinez.

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El Mausoleo del emperador es una de las tres fortificaciones que posee la ciudad. Su interior es un reflejo del esplendor de la artesanía marroquí propia de la época del sultán, quien cortejó a la hija del rey Luis XIV de Francia y de quien se dice que fue descendiente del mismísimo profeta Mahoma y tuvo más de 1000 hijos. Junto a esta venerada tumba, en el interior de las murallas de la ciudad imperial original, se encuentra Heri Es Souani, un conjunto arquitectónico formado por 23 naves con muros de 7 metros de espesor y canalizaciones subterráneas que sirvieron como graneros para cerca de 12.000 caballos e incluso como prisión para los cristianos de la época. 

Mequinez, Marruecos© Age Fotostock
Las naves de Heri Es Souani, en Mequinez, sirvieron como graneros e incluso como prisión para los cristianos de la época. 

Junto a la plaza El Hedim, con decenas de puestos callejeros de ropa y comida que se instalan al caer el sol, el palacio Dar Jamaï, del siglo XIX, ha sido convertido en un moderno museo de artes y etnografía donde descubrir la historia y las tradiciones del país a través de su colección de trajes, joyas e instrumentos. 

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Madrasa Bou Inania, en Mequinez.

LA SUIZA MARROQUÍ 

Acostumbrados al bullicio de Marrakech, los grandes bazares de Casablanca, la vida cosmopolita de Rabat o el ambiente nocturno de Tánger, Marruecos esconde una pequeña joya en las montañas: Ifrane. A 60 kilómetros de Mequinez, siguiendo una ordenada red de carreteras, la conocida como la Suiza marroquí no se parece a ninguna otra ciudad del país magrebí, con un urbanismo de estilo centroeuropeo. Construida a principios del siglo XX por los franceses como destino vacacional, a más de 1700 metros de altura, continúa hoy en día siendo el destino preferido para los amantes del esquí y conservando vestigios del Protectorado, como la iglesia de Nuestra Señora de los Cedros. Un enclave de lujo para las familias más pudientes del país, así como para el rey Mohamed VI, quien actualmente tiene en ella su palacio favorito. 

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Ifrane, Marruecos© Age Fotostock
La arquitectura de estilo alpino de Ifrane traslada a los Alpes suizos, con sus característicos grandes tejados a doble aguas.

Limpia y ordenada, es, además, una de las villas donde se registran las temperaturas más frías de Marruecos, con una media anual de 11 grados centígrados. En verano no se superan los 20 y en invierno es habitual ver sus calles y tejados nevados, una estampa muy distinta a la del resto del país. Para disfrutar del deporte estrella, a tan solo 17 kilómetros se encuentra la estación de esquí más famosa, Mischiffen, junto a bonitos senderos rodeados de pinos y encinas para quienes prefieran un agradable paseo. 

No solo el frío hace única a Ifrane, también su arquitectura de estilo alpino que te traslada a los Alpes suizos, con sus característicos grandes tejados a doble aguas y calles y balcones repletos de vegetación. El Jardín de la Prairie, junto al Palacio Real, es visita obligatoria para seguir disfrutando de este Marruecos tan distinto. Además, aseguran los lugareños que los pocos visitantes extranjeros que pasan por ella no pueden irse sin haber posado junto a la escultura del León del Atlas, convertido en símbolo de la ciudad. Aunque no hay constancia de quien lo esculpió, muchos se atreven a afirmar que fue un prisionero alemán en la II Guerra Mundial. 

Parque Nacional de Ifran, Marruecos© Age Fotostock
Bosque de cedros, Parque Nacional de Ifran.

PATRIMONIO DE LA UNESCO 

Muy cerca, a 2000 metros de altitud y con 50.000 hectáreas, encontramos el Parque Nacional de Ifrane, con el mayor bosque de cedros del país, Patrimonio de la Humanidad. Además de pasear entre estos árboles centenarios, los apasionados a la naturaleza encuentran majestuosos nogales y regias encinas, pero también pequeñas plantas medicinales y delicadas flores. Y junto a su flora, destaca su variada fauna, con jabalíes o el mono de Berbería, en peligro de extinción.  

En su interior, visita obligada es seguir la conocida Ruta de los Lagos, donde disfrutar del Valle de las Rocas, con grandes y curiosas formaciones pétreas, de un pícnic junto a las cascadas de Vierges o de las impresionantes vistas que ofrece la cima de Jbel Hebri, desde donde sentirse Moulay Ismail conquistando esta zona olvidada por el turismo. 

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