Cierto que en estas fechas acaparan más atención las aguas turquesa de playas tan despampanantes como Cala Macarella y Cala en Turqueta, o más secretas como Cala Escorxada, el Arenal del Moro y, entre tantísimas otras, Cala Viola de Ponent. Pero, entre chapuzón y chapuzón, siempre habrá de buscarse el momento para asomarse al legado de una de las civilizaciones más misteriosas del Mediterráneo. Hace al menos 3000 años, cuando sus gentes, a saber huyendo de qué, arribaron en rudimentarias barcas probablemente desde el Pirineo oriental o la Provenza, comenzaron a sembrar toda Menorca de los yacimientos talayóticos que están a la espera del reconocimiento de la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Porque su candidatura, bajo el lema Una odisea ciclópea insular, logró coronarse como la propuesta española para 2022
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Si Mallorca atesora unos tres centenares de estas construcciones de grandes piedras erigidas sin argamasa –es decir, ciclópeas–, Menorca, en sus apenas 50 kilómetros de largo por 20 de ancho, lleva inventariados hasta la fecha más de 1500. A menudo alineados con los astros, en mitad de un cercado por el que pastan las ovejas o escondidos entre el cuidadísimo paisaje de bosques que forra entera esta islita Reserva de la Biosfera, resisten en pie poblados, enterramientos y construcciones defensivas de la Edad del Bronce y el Hierro que hacen de Menorca un museo a cielo abierto. ¡No encontrarás mayor densidad de restos arqueológicos por kilómetro cuadrado en todo el Mediterráneo!
Si desconciertan las necrópolis horadadas por las rocas de Cala Morell o los barrancos de Cales Coves, la Naveta des Tudons, como una barca bocabajo de 14 metros de altura, presume de ser el monumento íntegramente conservado más antiguo de Europa. Visita número uno de la Menorca talayótica, en esta tumba colectiva se encontraron brazaletes, cerámicas y otros restos del ajuar funerario de un centenar de individuos al excavarse a mediados del siglo XX.
Las navetas son exclusivas de esta isla, al igual que los círculos de habitación, el tipo de vivienda característica del talayótico final. Su mejor exponente se yergue en el maravillosamente conservado poblado de Torre d'en Galmés, donde aguarda un centro de interpretación y una reconstrucción virtual del asentamiento de lo más didáctica, amén de unas vistas que alimentan desde lo alto de su colina hacia la costa sur.
Igualmente solo en Menorca se erigieron taulas, unos santuarios formados por dos gigantescos bloques de piedra en forma de T o mesa alzada. De ahí lo de taula, mesa en catalán. La más elevada, de cinco metros a la vertical, despunta sobre el yacimiento de Trepucó. Aunque impresiona aún más la perfección de la de Torralba d’en Salord o la del encantador poblado de Talatí de Dalt, formado alrededor de su tríada de talayots o torretas defensivas. Además de servir para vigilar los alrededores, se cree que estas atalayas eran un símbolo de unión entre estas comunidades agrícolas y ganaderas que vieron a los romanos conquistar la isla en el 123 aC, pero de mucho antes venían comerciando con griegos y fenicios.
De hecho, fueron estos últimos quienes, al navegar frente a sus costas, bautizaron Menorca con el nombre de Nura –que significa fuego– debido a la barbaridad de fogatas que iluminaban a la noche semejante reguero de poblados talayóticos.
MUY PRÁCTICO
Varios de los yacimientos más importantes están acotados, con horarios de acceso que pueden consultarse en menorcatalayotica.info y un precio de entrada que suele oscilar entre 2 y 4 €. La mayoría, sin embargo, son de acceso libre.
DÓNDE DORMIR
Entre jardines y olivos, Rafal Rubí (rafalrubi.com) es una finca agrícola autosuficiente de cinco hectáreas reciclada recientemente en un agroturismo exquisito. Su veintena larga de habitaciones se reparten entre la antigua casa señorial de la propiedad y unas casitas de payés. También en pleno campo y miembro de Small Luxury Hotels of the World, el hotel Torralbenc (torralbenc.com), con además buen restaurante y mejor bodega. Y, regentado por una familia local, en una finca apartada del mundo con huerto propio, producción de queso y cría de caballos de raza menorquina, el agroturismo Son Vives (sonvivesmenorca.com), cuya docena de estilosas habitaciones se alimentan con placas solares.
DÓNDE COMER
Con vistas al puerto de Mahón desde su terraza blanquísima, los arroces insuperables de El Rais (sesforquilles.com), con también platos tan inesperados como sus gyozas de porc negre o el carpaccio de gamba de Menorca. De la otra punta, en Ciudadella, Es Tast de na Sílvia (estastdenasilvia.com) alberga el único restaurante de Baleares certificado como Slow Food y Km.0. Todo pues con producto local de temporada, elaborado con mimo por la chef Sílvia Anglada, muy amiga de recuperar viejas recetas menorquinas.
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En Ferreries, los mariscos del Rías Baixas (riasbaixasmenorca.es) o, mucho más informal pero con unas vistas que alimentan desde el punto más elevado de la isla, el restaurante del Monte Toro (saposadadeltoro.com), donde, entre raciones y menús, también preparan y a muy buen precio una caldereta de bogavante para chuparse los dedos. Toda la oferta gastronómica seleccionada por localidades y especialidades, además de tours tan insólitos como una incursión en la cocina isleña del siglo XVIII, a través de Cómete Menorca (cometemenorca.com).
EXPERIENCIAS A MEDIDA
Rutas por Menorca pueden hacerse muchas, pero pocas tan personales como las de Menorca Turismo Activo (menorcaturismoactivo.com), quienes presumen de no trabajar con proveedores de servicios que no cuiden la isla y ofrecen a sus visitantes experiencias muy auténticas y personalizadas. Entre ellas, llegar a caballo hasta los arenales de Cala Pregonda y Cala Turqueta o alquilar unas bicis para atreverse con los senderos del Camí de Cavalls que rodea toda Menorca, adentrarse por sus costas en kayak o en un típico llaüt, o, en todoterreno, salir a conocer de la mano de un experto los secretos más inaccesibles de la isla, yacimientos talayóticos, si se quiere, incluidos.
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