Desde el puerto de Andratx y hasta el cabo de Formentor, la sierra de Tramontana, Patrimonio de la Humanidad, dibuja una ruta inolvidable. Un paisaje cargado de evocaciones románticas que fascinó a pintores y escritores de medio mundo, pero, sobre todo, a un músico, Frederic Chopin, cuyo nombre quedaría unido para siempre a él y a Valldemossa, el pueblo donde encontró refugio. Fue en el invierno de 1838 a 1839, uno de los más duros sufridos en la isla de Mallorca, cuando el pianista y compositor polaco y la novelista francesa George Sand se exiliaron en la bella población a fin de huir de los prejuicios de que eran víctimas en París.
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En una celda de la Cartuja Real, joya arquitectónica de la localidad, los amantes se alojaron y hallaron un espacio idóneo para crear. Aquí Chopin compuso algunas de sus obras memorables y la novelista terminó su novela Spiridion y encontró la inspiración que después trasladaría a Un invierno en Mallorca.
A 20 minutos de Palma, la Cartuja es hoy un conjunto monumental formado por el antiguo palacio del rey Sancho, construido en 1309 por orden del monarca Jaime II y más tarde convertido en un monasterio de la orden religiosa de los cartujos. Junto a él, una bella iglesia con frescos de Bayeu, el cuñado de Goya; el largo corredor de arcos blancos que conduce a las diferentes celdas que los monjes habitaron durante 400 años; y sus jardines y terrazas, que ofrecen una de las vistas más espectaculares al valle de Valldemossa.
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El recorrido por el interior también descubre la antigua farmacia del monasterio, que todavía guarda antiguos utensilios y medicinas; la conocida celda nº 2; una colección de arte de pintores españoles y locales que también encontraron inspiración en esta parte de la isla; así como una colección del archiduque Luis Salvador de Austria, primo de la emperatriz Sisi, quien vino a Mallorca con su barco de vapor y se enamoró de esta parte de la isla. Puntualmente, en el interior del monasterio también se organizan recitales de piano (cartoixadevalldemossa.com. Entrada general: 10 €).
Tras recorrer el museo de este imponente monumento con la segunda colección privada más importante del mundo de Chopin y George Sand, que incluye manuscritos originales, partituras, objetos personales y pinturas de la pareja, conviene pasear por las calles de Valldemossa y detenerse en sus rincones más pintorescos, esos que siguen seduciendo a todo aquel que se acerca a este pueblo.
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Poco a poco van saliendo al paso los jardines del Rey Juan Carlos, la iglesia de San Bartomeu, el palacio del Rey Sancho, la casa natal de Santa Catalina Thomas, la única santa de la isla que todos los vecinos recuerdan con un azulejo en la fachada de sus casas; el centro cultural de Costa Nord, fundado por el actor Michael Douglas, la ermita de la Santísima Trinidad, oculta en el bosque de Miramar, y, sobre todo, las calles empedradas repletas de plantas hacen de Valdemossa una joya artística.
Nadie se va de este inspirador pueblo sin probar su famosa coca de patata o el gató de almendra, dos de los sabores más auténticos de la isla, con los que tientan las tiendas que anuncian repostería artesana. Y a la hora de probar la cocina casera mallorquina más tradicional, el restaurante Can’n Mario, es toda una referencia gastronómica.