Entre el verde de los prados y el azul del mar discurre este camino de peregrinación que recorre toda la cornisa cantábrica de este a oeste. Una variante del Francés, el más frecuentado de los que llevan a Santiago, que se disfruta con olor a salitre y el batir de las olas como banda sonora. A lo largo de la ruta de 824 kilómetros, que desde Irún se extiende por el País Vasco, Cantabria, Asturias y Galicia antes de llegar a la tumba del Apóstol, son muchos los lugares en los que detenerse: ciudades vibrantes, aldeas de piedra, acantilados escarpados, marismas, castillos, miradores... Este particular itinerario hace parada en algunos de los imprescindibles para disfrutar de experiencias únicas.
CONTEMPLAR LAS VISTAS DESDE EL CASTILLO DE HONDARRIBIA
Hondarribia es un pueblo para pasarse el verano junto al mar. Por eso, lo primero al llegar es contemplarlo en toda su inmensidad tomando perspectiva. La fortaleza de Carlos V que corona el casco antiguo, un robusto edificio con más de diez siglos a sus espaldas, brinda una de las mejores vistas de la bahía de Txingudi, el estuario que separa la playa que comparten este bonito pueblo y Hendaya, cuyas orillas une un barquito. Después, hay que entregarse al paseo por las calles adoquinadas y acabar en la Marina, el barrio de pescadores, con sus casas de coloridos balcones llenos de flores y sus bares donde entregarse al txikiteo. El monte Jaizkibel espera ahí al lado para excursiones con vistas al Cantábrico.
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EL ARTE DE BALENCIAGA EN SU MUSEO GETARIA
En una península con forma de ratón se concentra esta preciosa villa marinera, con un puerto activo y pintoresco, donde nació el gran modisto Balenciaga. El espectacular museo dedicado a él, anexo al Palacio Andamar, es el Guggenheim de la moda (cristobalbalenciagamuseoa.com) y atrae casi tanto su volumen cristalino como la colección permanente, que forman 1200 trajes y complementos. Arte también tienen, pero de otro tiempo, las casas medievales de la calle de San Roque y el rincón que componen la iglesia de San Salvador, la vieja torre de los Zarautz y Olaso y el pasadizo de Cataprona. Para disfrutar además están las playas de Malkorbe y Gaztetape y el paseo costero al pie de los acantilados.
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DESCUBRIR EL FLYSCH ENTRE ZUMAIA Y DEBA
El tramo litoral que discurre entre Zumaia y Deba, incluido en el Geoparque de la Costa Vasca, es un santuario geológico del planeta. Los estratos de sus imponentes acantilados relatan la historia de la tierra desde hace 60 millones años, incluida la extinción de los dinosaurios. La ermita de San Telmo de Zumaia es uno de los mejores miradores para contemplarlos. Un encantador pueblo marinero que, como Deba y Mutriku, embellecen este entorno costero. Mutriku es famoso por sus palacios y casas-torre que se levantan en las estrechas y empinadas calles del casco histórico, por su puerto, uno de los más antiguos de Guipúzcoa, y por las preciosas vistas de la montaña y el mar desde sus barrios de Laranga y Galdona. En Deba hay que prestar atención a la iglesia de Santa María y a su paseo marítimo donde se ven fósiles de hace 105 millones de años, cuando este territorio estaba sumergido en el mar.
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DARTE UN BAÑO EN LA PLAYA DE LA SALVÉ (LAREDO)
La más larga de las playas de Cantabria es la de La Salvé, que además es un arenal con historia, pues en ella desembarcó el emperador Carlos V en 1556, en su camino al retiro definitivo en el monasterio de Yuste. Sus palabras la marcaron para siempre: «Salve, Madre común a todos los mortales, a ti vuelvo desnudo y pobre...», tanto que le dieron su nombre. Además del baño o el paseo sin fin por sus más de 4 kilómetros de extensión, que tienen su continuación en la contigua del Regatón, Laredo merece un tiempo para admirar la monumentalidad del barrio del Arrabal y la Puebla Vieja, el convento de San Francisco y la iglesia de Santa María de la Asunción. Una perla en el Cantábrico.
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VISITAR UNA FÁBRICA DE ANCHOAS EN SANTOÑA (CANTABRIA)
A Santoña se llega buscando su puerto pesquero, su playa de Berria, sus marismas – donde se concentran hasta 20.000 aves–, sus fuertes y baterías, el monte Buciero coronado por el espectacular faro del Caballo, pero, especialmente, sus delicias gastronómicas y una por encima de las demás: las anchoas. Además de probarlas, es imprescindible pasar por alguna de sus fábricas de conservas para ver porqué las de Santoña son únicas. Conservas Emilia (conservasemilia.com), Conservas Ana María (conservasanamaria.com) organizan visitas previa cita.
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COMILLAS, ORGULLOSA DE SU COSTA Y SU MODERNISMO
Esta aristocrática villa costera de Cantabria rodeada de suaves colinas siempre fue un lugar distinguido. Todo gracias al primer Marqués de Comillas, un indiano que con la fortuna cosechada en Cuba quiso convertir su localidad natal en un referente del modernismo, por esos sus nobles edificios llevan la firma de los grandes arquitectos de este estilo. Un paseo por ella descubre sus elegantes casonas, la plaza vieja, el Capricho de Gaudí, el Palacio de Sobrellano, la Universidad Pontificia.... Junto al puerto pesquero queda su playa, aunque es la de Oyambre el gran orgullo natural de la villa.
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POR EL PASEO DE SAN PEDRO DE LLANES
Llanes tiene su mejor mirador no en un punto fijo sino en una alfombra de hierba, el Paseo de San Pedro, que ofrece una extensa panorámica de la costa oriental asturiana. Desde ella se puede seguir a pie o en bicicleta la senda costera que bordea todo el litoral del concejo mientras se contemplan sus playas, islotes, castros y acantilados. El itinerario tiene 65 kilómetros, está bien señalizado y se puede hacer por tramos, pues consta de cinco etapas, como el que comienzan en el paseo de Llanes y llega hasta Celorio (4,5 kilómetros).
Aunque uno cruce por Llanes de paso, hay que recrearse un tiempo en esta villa marinera, la capital del concejo, pues conserva un casco histórico de calles bien empedradas que huelen a sidra y a salitre, acurrucadas junto a la basílica gótica de Santa María. Y para sacarse una foto también posar en la escollera del puerto pesquero con los Cubos de la memoria de Ibarrrola de fondo, en su muralla medieval o en la playa del Sablón. También vale la pena ver el palacio de Partarriú, una casona de indianos donde se rodó El orfanato, de Juan Antonio Bayona.
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LOS CABALLOS Y BISONTES PREHISTÓRICOS DE RIBADESELLA
Mucho arte tiene esta villa asturiana, pero no de ahora, ¡desde la antigüedad! Para admirarlo hay que adentrarse en la Cueva de Tito Bustillo (centrotitobustillo.com), donde los hombres del Magdaleniense, hace 20.000 años, dejaron para la posteridad pinturas murales en las que, entre signos misteriosos, se ven bóvidos, caballos, bisontes, renos y cérvidos. El conjunto es una de las mejores muestras del arte rupestre paleolítico, en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Además de esta cavidad, muy próxima, también se puede hacer una visita a la Cuevona de Ardines, una inmensa cúpula geológica donde el techo de su sala principal alcanza los 40 metros de altura, hoy perforado por un boquete natural.
Pero Ribadesella es una bonita localidad costera con muchos otros alicintes, desde su encantador puerto, a sus palacetes indianos, sus playas, el río que cada mes de agosto se convierte en centro de atención durante el descenso del río Sella, sidrerías, huellas de dinosaurio... Más que para una parada en el Camino, para quedarse unos días.
DE SIDRAS POR GIJÓN
En el puerto deportivo, frente a la antigua rula, desemboca la Cuesta del Cholo, una empinada calle que en realidad se llama Tránsito de las Ballenas. No se puede pasar por Gijón y dejar de lado este lugar, pues es uno de los lugares más populares de Gijón para tomarse una buena sidra recién escanciada acompañadas de las típicas parroches (sardinas) y con los barcos como telón de fondo. Después hay que pasear por los casi 2 kilómetros de paseo marítimo que bordea la playa de San Lorenzo, pisar su empedrada plaza Mayor, visitar el Jardín Botánico Atlántico, pasar un buen rato de compras por la zona de Bonaire o descubrir el pasado romano de la ciudad.
UNA CATEDRAL EN EL MAR DE LA MARIÑA LUCENSE
La última de las paradas de este particular Camino de Santiago del Norte es una playa, pero una playa monumental, una catedral en el mar. A lo largo de los siglos, la erosión marina y el viento han modelado a su antojo un verdadero monumento natural dando forma a pequeños acantilados y playas de arena intercaladas entre promontorios e islotes. A la singularidad de esta sucesión de grutas, pasajizos, bóvedas y arcos que llegan a alcanzar los 30 metros de altura se une que es una playa que está al capricho de las mareas, porque cuando esta sube, desaparece y es el mar el que se apodera de ella, como por arte de magia. Está en Ribadeo y en verano tiene restringido el acceso para pisar su arena. Un camino al borde del acantilado ofrece su mejor panorámica.