Llegar al arenalet d’es verger cuesta, pero merece la pena. Es una pequeña playa virgen de arena rubia, casi blanca, al lado de altos acantilados y con un mar de aguas transparentes donde relucen los colores turquesa y esmeralda. El camino es largo (unas dos horas), algo tortuoso y hay que hacerlo a pie, pero el trayecto lo compensa, pues pasa por pinares, antiguos campos de olivos, almendros, higueras y algarrobos, las viejas casas de la Finca de Albarca... Ese es solo uno de los 14 itinerarios senderistas que se han diseñado en el Parque Natural de la Península de Llevant, en el extremo noreste de Mallorca, un área que en los años del desarrollismo desaforado eligió mantener la forma de vida tradicional y proteger la naturaleza y el paisaje. Hoy es uno de los rincones más atractivos de la isla balear, aunque, curiosamente, no está entre los más conocidos.
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El camino que lleva a la playa no debe engañar, pues, en realidad, casi todo el parque es una zona de montaña y de terreno calcáreo. Aquí lo que abunda es la piedra, que crea un panorama de lo más onírico y enigmático. La vegetación prácticamente se reduce a carrizo y palmito. En origen predominaba la encina y el olivo silvestre, ahora crece el palmito, el garballó o la llata; la artesanía relacionada con esta palmera mediterránea se convirtió, en décadas pasadas, en una de las industrias más rentables de la comarca.
Fuera ya de los límites del espacio protegido, en la costa cercana a Portocolom, hay otras tres playas que son una maravilla. La primera es Cala Estreta, un recóndito entrante de mar flanqueado por paredes de roca a la que se llega a pie. Una media hora más de marcha en dirección sureste llegaremos a Cala Mitjana, otro minúsculo paraíso de limpias aguas turquesa entre pequeños acantilados y algún pino. La tercera, algo más al sur, es Cala Torta. También una playa virgen como sus vecinas, pero algo más grande, eso sí, y más abierta.
El paisaje kárstico que acompaña desde el principio adquiere ahora una nueva dimensión al llegar al municipio de Capdepera, donde están las Cuevas de Artà, unas enormes grutas llenas de estalactitas, estalagmitas, coladas y espeleotemas que dejan atónito. Hasta Julio Verne se quedó boquiabierto cuando las visitó. Dicen que esa visita y la que también hizo a otras cuevas mallorquinas fue su inspiración para escribir Viaje al centro de la Tierra . Las Cuevas del Drach, más al sur, en Porto Cristo, son las más conocidas. También la conjunción de agua y roca ha ido creando un espacio fascinante. Por si fuera poco, albergan uno de los lagos subterráneos más grandes de todo el mundo, el lago Martel.
La vida apacible, sosegada y tranquila es lo que trae hasta aquí para descubrir pueblos como Artà, por ejemplo, con sus calles estrechas y en cuesta, sus casas de piedra con algunas fachadas coloreadas en tonos ocres y su ambiente entre bohemio, luminoso y decadente. Y no le falta su toque excéntrico, pues es uno de los puntos claves de la celebración de una de las fiestas más singulares de la isla, San Antonio Abad, en la que los dimonis (demonios) pasan toda la noche danzando de hoguera en hoguera.
No dejes de...
Visitar el poblado Talayótico de Ses Païsses. Como en Menorca, esta cultura de la Edad del Bronce y la Edad del Hierro también habitó la mayor de las Baleares, así que por toda Mallorca se pueden ver ejemplos de su arquitectura de piedra. Ses Païsses, a las afueras de Artà, es uno de los enclaves arqueológicos talayóticos más grandes y representativos. La vegetación cubre hoy muchos de los antiguos edificios del yacimiento, pero permite imaginar bien cómo fue este lugar. La muralla ciclópea (levantada hacia el siglo VI a. C.) da cuenta del último periodo de la vida del poblado.
Guía práctica
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