El Pirineo Atlántico navarro es un paraíso natural. No hace falta adentrarse demasiado en cualquiera de los 208 kilómetros cuadrados por los que se extiende este espectacular vergel para ser conscientes de ello. Lo delatan sus inmensos prados verdes, donde pace tranquilamente la singular oveja latxa, cuya leche protagoniza los infinitos y premiados quesos elaborados por estos lares. También lo desvelan los frondosos bosques repletos de hayedos, robledales y castaños, que abruman con solo poner un pie en ellos. Los altos picos de sus montañas, que se alzan imponentes proclamándose protectores de los vientos del Cantábrico, se dejan abrazar por ríos que se retuercen en el paisaje. Y es que este destino es así, a cada paso, en cada rincón, nos regala una nueva razón por la que caer rendidos a sus pies. Experiencias maravillosas que no olvidar jamás. Aquí van algunas de ellas.
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A DOS RUEDAS POR LA VÍA VERDE DEL PLAZAOLA
Por la serpenteante vía por la que un día circuló el tren que unió, durante más de 50 años, Pamplona con San Sebastián, hoy tan solo transitan bicicletas y senderistas. Ambos siguen, al igual que entonces, sorteando y atravesando las poderosas montañas del Pirineo a través de curvas y túneles. De aquel trayecto se han recuperado ya más de 45 kilómetros que han sido transformados en una vía verde, la del Plazaola (plazaola.org), que arranca en la antigua estación de trenes de Lekunberri, hoy oficina de turismo.
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Allí mismo es posible alquilar bicicletas eléctricas para aventurarse a descubrir los paisajes de esta zona del Pirineo de una manera de lo más singular. En el trayecto, que discurre en gran parte en compañía del río Larráun, infinitas tentaciones obligan a parar a cada tanto para disfrutar de postales de lo más diversas. ¿Por ejemplo? El mirador de la cascada de Ixkier. Tras unos 30 minutos pedaleando se alcanza la vecina Latasa, donde recobrar fuerzas con un tentempié orgánico en Bitelgia, el bonito proyecto de cuatro amigas que apuesta por la sostenibilidad y el producto de kilómetro 0. Un merecido kit-kat antes de regresar.
VISITAR UN MUSEO AL AIRE LIBRE
Si pronunciamos la palabra euskera harrijasotzaile, probablemente muchos no entiendan a qué nos referimos. Si, por el contrario, decimos «levantador de piedras», igual suena un poco más. Esa fue precisamente la profesión durante 41 años de Iñaki Perurena, uno de los personajes, no hay duda, más populares y queridos en Navarra. Nacido en la localidad de Leitza, Perurena decidió abrir en un antiguo caserío de las afueras un auténtico templo a aquello que tanto le ha dado en la vida: la piedra. Convertida con sus propias manos en esculturas de todos las formas y tamaños imaginables, salpican la verde pradera que rodea la construcción, convirtiendo el espacio en un auténtico museo al aire libre. Para visitarlo tan solo hay que concertar una cita con el propio Iñaki, que felizmente hará de cicerone ante sus invitados y les descubrirá, envuelto en emoción, todas las historietas y logros de su carrera profesional.
BAÑO DE BOSQUE EN EL CORAZÓN DE ARALAR
Una de las terapias experienciales amparadas bajo el movimiento japonés conocido como Shirin-Yoku que más popular se ha vuelto en todo el mundo es el baño de bosque, surgido allá por los años 80. Una manera de conectar los sentidos con la naturaleza que nos rodea, de cerrar los ojos y de concentrarnos en los sonidos que proceden, en este caso, de la Sierra de Aralar, el lugar donde desarrolla la actividad. Hasta ella nos vamos para participar de una meditación guiada, entre la densa vegetación del bosque navarro, de la mano de Itziar, impulsora de Yugen Green (basanatura.com). Una actividad relajante y enriquecedora que nos invita a parar, a escuchar y a entender. En definitiva –y esto está científicamente comprobado–, a bajar nuestra frecuencia cardíaca, nuestra presión arterial y reducir el estrés. ¿Puede existir manera más original de disfrutar del destino?
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ENTRE BRUJAS Y AKELARRES
Primero hay que pagar una entrada en taquilla. Después, caminar unos metros por un sendero marcado. Y, de repente, cuando casi menos se espera, ahí está la famosa cueva de Zugarramurdi, desplegándose en toda su inmensidad. Famosa por sus brujas y los aquelarres que en ella se celebraban, esta enorme cavidad moldeada a lo largo de los siglos por el cauce del río Infierno no solo jugó un papel clave durante la etapa de Inquisición, sino que también tuvo su protagonismo durante la posguerra, cuando el contrabando entre España y Francia proliferaba a lo grande por estas tierras.
Sobre el tema de la brujería, y a pesar de que a nadie disgusta una buena leyenda con la que fantasear, la realidad desvela una historia muy diferente. Se cuenta que de los 500 vecinos de la localidad de Zugarramurdi, 300 fueron acusados de herejía en el siglo XVII, aunque el problema real era que en la zona reivindicaban una jurisdicción laica, algo que no hacía mucha gracia a la Iglesia. Eso, unido a que las mujeres de la zona eran grandes conocedoras de los beneficios medicinales de muchas de las plantas y flores que crecían en sus alrededores, puso más fácil aún que se les acusara de brujería. Gran parte de ellas fueron castigadas, tristemente, y quemadas en la hoguera.
HORAS DE AVENTURA EN IRRISARRILAND
El Pirineo Atlántico navarro también es sinónimo de aventura, con infinitas posibilidades para disfrutar en familia. Y para muestra, Irrisarriland (irrisarriland.com), un resort rural y parque de aventuras situado en Igantzi, en la comarca de las Cinco Villas de Baztán-Bidasoa, que propone una gran oferta de actividades en sus 75 hectáreas para disfrutar mayores y pequeños del increíble entorno natural. ¿Y cómo? Pues con tirolinas, vía ferrata, puente tibetano, salto pendular, rutas para bicicleta de montaña…, ¡e incluso un campo profesional de lanzamiento de Disc Golf! Para reponer fuerzas, dos restaurantes con una oferta gastronómica de lo más variada, y lo mejor, hasta 3 alojamientos diferentes, incluidos el Hotel Palacio de Yrisarri, del siglo XVII, y 20 cabañas de lujo repartidas por el bosque.
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FESTÍN GASTRO A BASE DE CERDO NEGRO
Las puertas de Maskarada (maskaradadenda.com) son de esas a las que uno se enfrenta sabiendo que, una vez dentro, será complicado salir. Y es así porque todo aficionado a la gastronomía, por muy principiante que sea, sabrá reconocer al adentrarse en el corazón de este templo culinario, que lo que aquí se cocina son palabras mayores. Hablamos del proyecto de José Ignacio Jauregui, quien hace ya décadas tuvo muy claro su objetivo: recuperar la raza autóctona del cerdo pío negro –euskal txerri en euskera– y revolucionar con sus carnes la cocina navarra. Hoy, el cocinero y empresario cuenta con su propia granja en la que cría los cerdos, cuyo producto procesa y vende, pero también prepara y sirve en su restaurante. Para disfrutar de este producto de 10, hay que animarse con uno de sus menús degustación. Tras los embutidos de la casa, propuestas como la papada con pimientos de cristal, los morros con orejas en salsa de hongos o el secreto a la brasa. Si se quiere, además, organizan visitas a la granja.
MISTICISMO Y RELIGIÓN CON VISTAS
Y no unas vistas cualquiera, no. Solo por la panorámica de la sierra de Aralar que se contempla desde el mirador situado en el exterior del santuario de San Miguel de Aralar, ya merece la pena recorrer el camino hasta él. Hablamos de uno de los templos de espiritualidad más antiguos y enraizados de Navarra, un ejemplo excepcional de románico levantado en el siglo XI que es, además, centro de peregrinación para fieles de todos los rincones del mundo.
La solemnidad que emana su interior es abrumadora. En él se hallan las cadenas que, según narra la leyenda, llevó puestas como penitencia Teodosio de Goñi por haber asesinado a sus suegros al ser engañado por el mismísimo diablo. Para librarse de ellas, tuvo que invocar a San Miguel y vencer al dragón de Aralar.
También en el interior se conserva un reclamo artístico como pocos, un bellísimo frontal de esmaltes que es una auténtica joya de la orfebrería europea del siglo XII. La imagen de San Miguel, revestida de plata sobredorada, recorre cada año pueblos y parroquias de toda la comarca.
DELICIAS QUESERAS DEL NORTE
Que el queso es una de las exquisiteces gastronómicas más veneradas en Navarra no es ningún secreto. Pero es que, además, en los inmensos prados del valle de Baztán y Bidasoa, pace por centenares la oveja latxa, raza autóctona que produce una leche de calidad suprema, la misma con la que se elabora el queso Idiazábal. Quienes saben muchísimo de ello son Ana Mari y Xavier, segunda generación de una misma familia que regenta un caserón en plena naturaleza en el municipio fronterizo de Urdax.
Rodeados de ese verde tan característico de Navarra, junto a su casa levantaron hace ya más de 20 años Etxelekua (etxelekua.com), una quesería tradicional y artesana en la que elaboran quesos que atesoran ya numerosos premios. Hacerles una visita para charlar con ellos, conocer de primera mano su historia, y aprovechar para aprenderlo todo sobre el proceso de producción, es una experiencia imprescindible. Para poner la guinda al pastel, una cata del fabuloso producto y la oportunidad, por qué no, de llevarse alguno a casa. Una manera única de acabar el viaje por el Pirineo Atlántico navarro con el mejor sabor de boca.