Catorce kilómetros de curvas dan forma a la A-7176, en lo que parece un baile acompasado entre el asfalto y la montaña. Una carretera que nos lleva desde el azul intenso de la costa mediterránea hasta el precioso pueblo de Istán. Y lo hace provocando que, en el trayecto, nos olvidemos de la brisa marina y de las eternas arenas doradas de las playas malagueñas para abrazar el verdor del cinturón natural que rodea y protege uno de los tesoros más apreciados de la provincia: el Parque Nacional Sierra de las Nieves.
Para ti que te gusta
Lee 8 contenidos al mes solo con registrarte
Navega de forma ilimitada con nuestra oferta
1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
En el camino, villas y urbanizaciones de lujo nos acompañan a cada lado, mientras, con pericia y paciencia, adelantamos a algún que otro ciclista ávido de adrenalina que se aventura a explorar la zona a dos ruedas. Una vez alcanzada la localidad, dejamos el coche a un lado y nos disponemos a conocer, con los ojos bien abiertos y el ánimo ansioso por nuevos estímulos, los encantos de este hermoso enclave del sur.
No te lo pierdas: Málaga más allá del mar, por sus pueblos más desconocidos
PARA EMPEZAR, UN POCO DE HISTORIA
No hace falta caminar demasiado por el casco histórico de Istán para percatarnos de que el pasado musulmán está presente en cada rincón, en cada detalle. Su entramado de callejuelas empedradas, de formas imposibles y retorcidas, se hallan flanqueadas por los muros pintados de blanco impoluto de sus casas. A cada paso, el mejor compañero posible para este viaje, el sonido del agua que circula por sus antiguas acequias.
Y es que fue precisamente gracias a la inmensa riqueza de sus acuíferos –también a su situación geográfica–, lo que llevó a los musulmanes a elegir este preciso lugar de la sierra malagueña para asentarse siglos atrás. Sin embargo, no sería hasta la llegada de los cristianos, a mediados del XV, cuando se fundara la localidad. Gran parte de los primeros se vieron obligados a huir, y se levantó un fortín junto al que comenzaron a alzarse cada vez más casas.
La historia traería consigo más vaivenes, como las revueltas moriscas, a las que Felipe II logró poner fin. ¿El resultado? Los musulmanes fueron expulsados definitivamente de la localidad e Istán fue repoblada con cristianos llegados desde Murcia. Nuevos vecinos que hablaban un peculiar dialecto conocido como panocho, curiosa palabra que hoy sirve de gentilicio para sus habitantes.
UN MUNDO POR DESCUBRIR
Las antiguas acequias de Istán nos sirven como guía a la hora de perdernos por sus calles; qué mejor manera de descubrir sus encantos que dejándonos llevar por la intuición. Recorremos cuestas y más cuestas que ponen a prueba nuestra capacidad física, aunque pronto se olvida el esfuerzo. Las estampas que aparecen a cada paso, repletas de rincones que desprenden esencia andaluza, bien merecen la pena.
La primera de las paradas la hacemos en su histórica fuente y lavadero de El Chorro, toda una oda a las tradiciones del pasado. Las piedras gastadas hacen que nuestra imaginación vuele y rememore aquellos tiempos en los que las mujeres se afanaban en lavar la ropa a mano apoyadas en sus pilas. Los caños, de los que emana un agua tan cristalina y fresca que invita a que nos refresquemos, no hacen más que confirmar que el apodo de «Manantial de la Costa del Sol», con el que se conoce popularmente al pueblo, se encuentra maravillosamente asignado.
A partir de aquí el agua comienza –o continúa, según se mire– marcando nuestro camino. Las acequias moriscas se desparraman por las calles del pueblo alternándose con las fuentes de estilo popular, que brotan por todos los rincones sin cesar. Mientras subimos y bajamos las calles, aprovechamos para parar en algunos de sus reclamos patrimoniales, como la iglesia de San Miguel, del siglo XVI, o la torre de Escalante. Este monumento, el más antiguo de Istán, fue construido durante la época nazarí y está declarado Bien de Interés Cultural. Entre los elementos que aún conserva se hallan un arco de media punta, el patio de las caballerizas y un recinto en forma de bóveda.
Para rematar esta experiencia, una última parada en el Museo y Centro de Interpretación del Agua, el mejor espacio expositivo sobre la importancia y la histórica relación de los recursos hídricos presentes en la Sierra de las Nieves.
ES HORA DE PONERSE LAS BOTAS
Y lo decimos de manera literal. No cabe duda de que con un entorno tan destacado y deslumbrante como el que rodea el municipio, ya iba siendo hora de lanzarnos a descubrirlo. ¿La manera? A través de las múltiples rutas de senderismo que parten, atraviesan o terminan en su término municipal. Caminos que transcurren al amparo del frescor que aportan las encinas y castaños, los quejigos, alcornoques y algarrobos, que brotan de la tierra con fuerza demostrando su riqueza y fertilidad. Muy cerca, el cauce del río Verde se asegura de que el agua, una vez más, sea la protagonista.
No te lo pierdas: Caseríos blancos y pinsapos milenarios en el Parque Nacional de la Sierra de las Nieves
Una de las rutas más sencillas es la que parte del municipio hasta alcanzar El Picacho. Apenas kilómetro y medio de trayecto lineal y fácil acceso que nos regala, al llegar a lo más alto, unas impresionantes vistas de Istán, pero también de la Sierra Real y del pico más alto de toda la provincia, el Torrecilla. Un poco más largo es el sendero circular de casi 4 kilómetros que comienza y acaba en el pueblo y que nos lleva a bajar hasta la cola del embalse de la Concepción en su unión con el río Verde, pero también a alcanzar la ermita de San Miguel, que alberga al santo del mismo nombre y se halla alojada en una cueva. Desde el área recreativa justo al lado no solo podremos recuperar fuerzas, también dejarnos sorprender por las vistas del valle del río Verde, del pantano y –¡oh, sorpresa!– del mar en el horizonte.
Para los más experimentados también hay opciones. Desde Istán parte una de las rutas que lleva hasta la cima de una de las montañas más emblemáticas de la Costa del Sol: el pico de La Concha. Una ruta lineal de 5,5 kilómetros y de dificultad alta, con un desnivel de más de 800 metros y que transcurre por un paisaje de piedra caliza y matorral. En el camino quizás nos topemos con alguna que otra cabra montesa, aunque lo que de verdad sorprende y cautiva de la experiencia son las vistas de la Costa del Sol desde su cima. Difíciles de olvidar.
Más fácil y accesible, sin embargo, es la opción de acercarnos hasta el nacimiento del río Molinos siguiendo una serie de veredas que transcurren entre frondosas huertas y campos de cultivo aledaños a Istán. Junto a él hay colocados diferentes merenderos que bien pueden servirnos para tomar algún tentempié, aunque tampoco estará de más seguir su cauce hasta comprobar cómo sus aguas se precipitan en una pequeña cascada sobre las del río Verde.
REPONGAMOS FUERZAS, ES HORA DE COMER
Llega la hora de saciar el apetito probando la gastronomía local y uno de los lugares más aclamados se encuentra en la entrada a Istán, que presume de contar con mesas dispuestas en un balcón con maravillosas vistas. Se trata de El Barón, donde el plato estrella es el que lleva por nombre el gentilicio del pueblo. El panocho, no apto para quienes huyan de las recetas calóricas, es una invitación al verdadero disfrute a partir de huevos, chorizo, patatas, filetes de lomo, morcilla y pimientos.
Un vuelco al recetario más tradicional es el que dan en otro de los restaurantes más destacados del pueblo. Raíces (raicesrestaurante.com), alzado en la parte más alta de la localidad, en el Camino del Nacimiento, propone platos y tapas tan sugerentes como el trío de boquerones –boquerón en vinagre, boquerón al limón y anchoa con mermelada de pimientos rojos–, el tartar de salchichón de Málaga, el bao de costilla de cerdo o todo un listado de propuestas con el ingrediente estrella de la localidad como protagonista: el tomate de Istán.
Para bajar la comida, una última sugerencia. ¿Qué tal un paseo hasta alguno de los miradores repartidos por los alrededores del pueblo? Ya sea desde el bautizado como del Tajo Banderas, de la Herriza o del Azufaifo, nos cercioraremos de que la panorámica desde este singular enclave malagueño, a medio camino entre la sierra y el mar, con los picos de los primeros montes de la Sierra de las Nieves en el horizonte, el embalse de la Concepción a los pies y reflejos del Mediterráneo reclamando su protagonismo, será el mejor fin de fiesta a la visita. Una muestra de que los encantos de Málaga continúan mucho más allá de su afamada Costa del Sol.