La primera vez que uno se topa con ella entiende el porqué de la inmensa admiración que le profesan no solo los oriundos de la comarca, sino también quienes la visitan. Y es que La Terrona, es mucha Terrona, ya lo dejan ver sus 16 metros de altura y su extraordinario perímetro. Ese que atesora nada menos que 800 años de antigüedad. Por eso no es de extrañar que esta vetusta encina extremeña, cuyas ramas están sujetas con una estructura en madera para evitar que el peso acabe con ellas, se haya convertido en una de las maravillas de la sierra de Montánchez-Tamuja.
Acercarse a este entorno repleto de dehesas, desplegadas por el término municipal de la localidad de Sancha de Montánchez, es embriagarse de la paz que se respira en la zona y dejarse abrazar por la naturaleza más sublime. Eso sí, tras la Terrona, será el momento de arrancar la ruta por nuestro destino para descubrir, sin prisa, pero sin pausa, sus otros seis tesoros. La comarca al completo nos espera.
ENTRE ESGRAFIADOS, HIGOS Y MASONES
Valdefuentes, una de las localidades más agraciadas de la zona debido a su rico patrimonio, se encuentra 13 kilómetros más hacia el oeste. Sus calles invitan a que la paseemos sin prisas, parándonos en todos esos detalles –que son muchos– que la convierten en un museo al aire libre. ¿Lo más reseñable? La singular técnica de esgrafiado plasmada en la mayor parte de sus fachadas, un arte decorativo de influencia morisca que consiste en extender sobre ellas dos capas superpuestas de revoco de distinto color, dando lugar a dibujos, por lo general geométricos, que dotan a los edificios de una belleza sin igual.
La segunda maravilla del viaje la encontramos en el Antiguo Convento de los Agustinos Recoletos, sede del Museo Etnográfico, cuyo claustro es la máxima expresión del esgrafiado. Un pequeño oasis artístico digno de visitar.
La historia de Valdefuentes se encuentra plasmada también en los dinteles de sus casas, en los que determinadas figuras mostraban los oficios desempeñados por sus propietarios. Estos, que han sobrevivido al paso del tiempo, revelan que incluso hubo masones por estos lares; descubrirlos a cada paso es todo un desafío.
Antes de abandonar la localidad, nada como un bocado dulce con el que llevarnos el mejor sabor de boca. ¿El lugar? La fábrica de bombones Valcorchero (valcorchero.com), donde llevan elaborando artesanalmente bombones de chocolate e higo – fruto del que la comarca es la mayor productora del país– desde 1985.
EL ARTE QUE PERDURA
Los apenas 80 habitantes de Benquerencia saben muy bien la suerte que tienen. Contar en su pequeña localidad con una obra arquitectónica de la talla de la ermita del Santísimo Cristo del Amparo, tercera maravilla de nuestro recorrido, no es cualquier cosa. Construida en el siglo XVII con mampuesto de piedra local y sillares graníticos, lo que realmente llama la atención de ella es su decoración, tanto en el interior, como en el exterior. En sus muros y bóvedas hay plasmadas escenas de la vida de Cristo de un alto valor artístico. También, por supuesto, ejemplos de esgrafiado.
Pero espera, que hay más. La siguiente parada, en los alrededores de Botija, cuyas dehesas regalan paisajes únicos en los que el cerdo ibérico es el rey. En ellas, precisamente, se halla otra maravilla más, la cuarta en nuestro periplo. Se trata del castro vetón de Villasviejas del Tamuja, que data de la II Edad de Hierro –abarca desde el 400 al I a. C.– y está declarado Bien de Interés Cultural.
PARADA Y FONDA, HORA DE COMER
Tanta maravilla despierta el apetito y como nos encontramos en una zona donde la gastronomía la acapara el ibérico, ¿cómo no aprovechar para darnos un festín? Para ello ponemos rumbo al sur, a la localidad de Montánchez, donde en El Rinconcito habrá que disfrutar de unas migas extremeñas, un revuelto de morcilla con piñones y, por supuesto, un solomillo ibérico de bellota con Torta del Casar. Si hay ganas de trasladar el festival foodie a casa, puedes hacer acopio de exquisiteces en Casa Bautista (jamonescasabautista.es), empresa familiar dedicada a la elaboración artesana de producto ibérico. Recorrer su rústico secadero del que cuelgan cientos de jamones y paletillas es como adentrarse en el mismísimo edén.
Una vez con el estómago lleno, toca descubrir la quinta maravilla de la comarca: el castillo de Montánchez. Y lo hace aferrado a una colina, la misma en la que se asentó en el siglo XI, cuando fue levantado por los romanos. Después, pasarían por él visigodos, árabes y cristianos, pueblos que irían añadiendo y restando partes de la construcción a su antojo. Recorrer lo que queda de sus estancias e indagar en su historia es como realizar un verdadero viaje en el tiempo. Como colofón, la torre del homenaje, conocida como «el Balcón de Extremadura», nos sorprende con una panorámica de 360 grados. Hacia un lado, Badajoz; hacia el otro, Cáceres. Y en su totalidad, la espectacularidad de un paisaje que conquista por sí solo y que invita a ser explorado.
EL ARTE COMO GUINDA DEL PASTEL
El final de la ruta se acerca, pero la comarca de Montánchez-Tamuja tiene reservada una despedida única. Solo deberemos poner rumbo a la última parada, oculta en la sierra del Centinela y muy cerca a la Vía de la Plata, para deleitarnos con la basílica de Santa María del Trampal, el único templo visigodo que se conserva en pie en el sur de la península ibérica.
Fue levantada con una sola nave y crucero en el siglo VII, como parte de un convento de monjes templarios al que servía de ermita. En los siglos XIV o XV se le añadieron tres capillas. Recorrer su interior en silencio, apreciando los reflejos del sol que se cuela por sus aberturas y se proyecta en las paredes, le otorga misticismo. Una sensación que se acentúa si, al finalizar la visita, nos animamos a dar un paseo por los alrededores, en los que no pasa desapercibido el hermoso manantial del Trampal. Un fin de fiesta perfecto que nos demuestra, una vez más, que esta desconocida comarca extremeña merece su lugar. De eso, no hay duda.