«El paraje que lo circunda es un mundo de rocas partidas y de gargantas hondas, de aguas ariscas y grietas fértiles». No debió de ser muy complicado para Blas Infante encontrar inspiración a la hora de escoger las palabras para describir, en una de las tantas letras que dedicó a su pueblo natal, la belleza del blanco caserío de Casares. Comprobarlo de primera mano, además, es tan sencillo como tomar el desvío que parte desde la línea costera malagueña, entre Manilva y Estepona, hacia las entrañas de la sierra. Será recorriendo con cautela sus infinitas curvas cuando, sin esperarlo, uno se tope con la impactante imagen. Rodeada de pinares y de escarpados salientes aparece el que está considerado uno de los pueblos más bonitos de España.
No te lo pierdas: Estepona, flores, historia y mucho arte en la Costa del Sol
Una vez en Casares, la mejor opción será dejar el coche a un lado. Sus estrechas calles son solo aptas para conductores muy experimentados. Dos aparcamientos públicos gratuitos, uno en cada entrada al pueblo, se encargan de acoger los vehículos de todos aquellos visitantes que se acercan a descubrir los encantos de la localidad. A partir de ahí, habrá que subir y bajar cuestas sin cesar, adentrarnos en los recovecos y callejones más insospechados y así entender el alma de este pueblo serrano.
DE CASARES AL MUNDO
No hay mención a esta localidad malagueña que valga que no vaya acompañada del nombre de aquel que se encargó de hacerla universal: Blas Infante, su hijo pródigo, nacido en el seno de una familia acomodada en el mismo corazón de Casares. ¿Qué mejor comienzo para esta ruta que su casa natal? Hoy transformada en museo y oficina de turismo, el número 51 de la calle Carrera formó parte de aquel hogar donde vino al mundo el 5 de julio de 1885 el andaluz más andaluz de todos.
La casa original ocupaba lo equivalente a tres casas aledañas más, pero el edificio fue dividido en cuatro y hoy el Ayuntamiento ha sido capaz de recuperar tan solo dos de ellos. La segunda de las casas, adquirida recientemente, pasará a formar parte del museo en los próximos años. Sus diferentes salas expositivas contienen todo tipo de carteles ilustrativos sobre la historia reciente de Andalucía: sus valores, su identidad y su cultura. También documentos relacionados con la memoria democrática de Andalucía. En algunas vitrinas, objetos relacionados con Blas Infante, sobre cuya vida se proyecta en la segunda planta un interesantísimo documental en el que participan los propios vecinos del pueblo. La antigua hornilla de la vivienda continúa despertando nostalgia entre los más mayores. También se exponen una réplica de su máquina de escribir y de sus gafas, o el certificado académico original de la Facultad de Derecho. Aprendida la lección, será el momento de continuar el camino.
LA AUTENTICIDAD TOMA LAS CALLES
Solo hay que caminar unas cuantas decenas de metros desde la casa natal de Blas Infante para alcanzar la Plaza de España. Esta amplia plazuela sirve para tomarle el pulso a Casares, no importa de qué hora ni de qué día de la semana se trate, porque siempre hay animadas charlas al fresco; niños jugando con un balón o vecinos sentados en las terrazas de sus bares.
Aquí la vida bulle como en pocos lugares mientras que, en un extremo, el runrún del agua hace de banda sonora. Se trata de la conocida Fuente de Carlos III, de estilo neoclásico y terminada de construir en 1785 bajo el reinado de este monarca. Formó parte de una obra que, a lo largo del siglo XVIII, sirvió para encauzar el agua procedente de los pozos y manantiales aledaños hasta el centro de la localidad.
No te lo pierdas: Málaga más allá del mar, por sus pueblos más desconocidos
Justo al lado vemos la imponente iglesia parroquial de San Sebastián, del siglo XVII. Enfrente, el famoso busto que homenajea, una vez más, a Blas Infante. A partir de aquí toca subir y subir, aunque será difícil no parar a cada paso, ya sea para descansar o para admirar la estampa. El entramado de callejuelas de origen árabe pervive aún en pleno siglo XXI. Por el camino, alguna vecina que, compra en mano, sube pasito a pasito y con paciencia las empinadas cuestas hasta su casa.
Siempre aportará entablar conversación con los locales, que explicarán curiosidades sobre sus coquetas balconadas y ventanas repletas de flores, sobre sus fachadas encaladas e inmaculadas, o sobre los pequeños callejones que atesoran puñados de premios municipales gracias a sus cuidados.
Tras alguna que otra puerta, más plantas. También el aroma a puchero recién hecho, o la radio, que acompaña a los quehaceres del hogar. Un gato reposa estirado en un rincón, observando relajado el ir y venir de turistas. De repente, una arcada vuelve a trasladar a tiempos pasados, es una de las puertas a la fortaleza que aún se conservan. Ya sea la del Arrabal, o la de la Villa, ambas conducen a restos de muralla que guían los pasos hasta los más alto de Casares. En la cima del macizo pedregoso al que se aferra el pueblo se construyó, en época árabe-narazí, el castillo desde el que se vigiló y defendió todo el territorio. Las vistas de la sierra más allá del tajo son de las que no se olvidan jamás.
EL LUJO MÁS EXCLUSIVO TAMBIÉN ESTÁ EN CASARES
Lo saben bien los numerosos visitantes que recibe a diario este pueblo serrano con acento malagueño: Casares no es solo ejemplo de tradición y arraigo, también es el lugar en el que se halla uno de los hoteles más exclusivos de España. Y es tomando de nuevo la carretera que lleva hacia la zona costera de Casares –que sí, también cuenta con un litoral dotado de magníficas playas, como Playa de la Sal o Piedra Paloma– cuando aparece la deslumbrante fachada de Finca Cortesín (fincacortesin.com), un resort cinco estrellas, miembro de Preferred Hotels & Resorts (preferredhotels.com), construido hace 12 años en torno a un algarrobo que es símbolo del hotel.
El sofisticado alojamiento, que es un destino en sí mismo, cuenta con 67 suites que abrazan a los huéspedes ofreciéndoles intimidad y amplitud, esmerados cuidados y un sinfín de detalles. Ya sea en la tranquilidad de las habitaciones, saboreando un exquisito desayuno a la carta o en un paseo por sus románticos jardines, la paz estará asegurada. Cuenta, además, con cuatro piscinas, patios de inspiración árabe –con artesonados elaborados por los conservadores de la mismísima Alhambra– o un spa en el que conectar cuerpo y alma con un siempre apetecible masaje tailandés.
Para quienes buscan completar la jornada con actividades más variadas, hay acceso directo al campo de golf que circunda el hotel, una sala dedicada a la meditación y a clases de yoga, una exclusiva boutique de inspiración francesa o un shuttle bus que conecta el hotel con el Club de Playa privado. Al caer la tarde, la música jazz ameniza la velada junto al Bar Azul, donde tomar un cóctel.
No te lo pierdas: El eco-retiro de lujo que siempre buscaste está en el sur
Y PARA COMER, QUÉ
Pues para comer, no habrá que ir muy lejos, los infinitos premios y menciones nacionales e internacionales dejan claro que, sin salir de Finca Cortesín, el disfrue gastronómico está servido. Empezando por su recién inaugurado Restaurante REI, capitaneado por el chef Luis Olarra –antiguo estrella Michelin por Kabuki Raw–, que ha logrado revolucionar los paladares con su fascinante menú degustación de 14 platos en los que la cocina nipona se fusiona con el Mediterráneo de manera espectacular. Y todo preparado en un espacio abierto. Para los más tradicionales, El Jardín de Lutz, tras cuyos fogones se halla el chef Lutz Bösing, propone un festival de sabores donde la cocina española marca el ritmo. Aquí hay que dejarse guiar por las sugerencias del día, o apostar por uno de sus clásicos, como la gallina pintada de Guinea con salsa de colmenillas, bimi y puré de patata. En el Club de Playa de Finca Cortesín es el pescado el que manda, un delicioso gazpacho y unas sardinas a la teja, método de elaboración típico en la zona, deleitará a los espíritus más foodies en busca de lo auténtico.
Pero si se prefiere disfrutar de una experiencia gastronómica sin moverse de Casares, no hay duda: Sarmiento Brasas Andaluzas (restaurantesarmiento.com) es el lugar. En el plato, la mejor materia prima de kilómetro 0 elaborada con paciencia y mucho mimo sobre brasas. Para acompañar, los mejores vinos andaluces y la idílica postal del casco histórico que se contempla desde su terraza. Una manera única e inolvidable de comerse Casares.