La Siberia Extremeña provoca extrañeza en todo aquel que escucha su nombre. ¿Siberia? ¿En España? Va a ser que sí. Hay quienes dicen que esta comarca hace alusión a su localización, alejada de todo y de todos, allá donde casi acaba el territorio pacense y la despoblación se convierte en una realidad. Otros, que fue asignada por un embajador español que conoció la tierra de los zares y encontró cierto parecido con el paisaje extremeño. Sea como sea, resulta mucho más romántico acercarse a esta recóndita tierra, limítrofe con las provincias de Ciudad Real, Cáceres y Toledo, conduciendo por las estrechas carreteras nacionales que atraviesan Extremadura desde el sur. Pocos compañeros se encontrarán en el camino mientras se atraviesan municipios como Llerena o Malpartida de la Serena, pero la estampa compensa la escapada. Cuando esta se transforma en una estepa de tonos pajizos donde miles de ovejas merinas campan a sus anchas, no hay duda. Se ha llegado al destino.
Buen lugar para comenzar a descubrir la comarca es Puebla de Alcocer, coqueto pueblo de aires señoriales con un castillo mudéjar del siglo xv que perteneció a la Orden de Alcántara. Sus calles empedradas están repletas de casas solariegas, entre ellas, el antiguo palacio de los duques de Osuna. Muy cerca, la maleza abraza las ruinas del convento de la Visitación.
Tras nueve kilómetros por la ex322 se divisa La Serena, uno de esos embalses de aguas turquesas que conforman el universo acuático de La Siberia. Junto con los de Cíjara, García Sola, Zújar y Orellana, también regados por los ríos Guadiana y Zújar, componen la comarca con más costa interior del país. Lo que más llama la atención del primero es el montículo que emerge majestuoso en su mismo centro. Se trata del cerro Masatrigo, ‘la montaña mágica de La Serena’, todo un capricho geológico e icono natural de la zona por su singular forma cónica y que ejerce un efecto hipnotizador.
Puerto Peña, a menos de treinta kilómetros, supone un punto de inflexión en el paisaje siberiano. Atrás quedan los inmensos pastos, llega la frondosidad. Junto a la presa del embalse de García Sola se puede contemplar el cauce del Guadiana y unos enormes peñascos que son el sueño de todo amante de la ornitología. Con prismáticos se localizan en los farallones decenas de buitres leonados y algún águila real.
Otro aliciente es recorrer desde Puerto Peña el sendero de la Cueva de la Mora, de 2,5 kilómetros de recorrido. Como recompensa, la brisa siberiana y el paisaje memorable del embalse. Desde este punto, la carretera continúa entre la vegetación mediterránea hacia Herrera del Duque, capital de la comarca. Por el camino quedan Valdecaballeros o la pedanía de Peloche, lugar clave para practicar deportes náuticos. De Herrera conquista su imponente castillo árabe, pero también sus callejuelas salpicadas de casonas señoriales, la iglesia de San Juan Bautista y el puente medieval.
Una última sorpresa la depara la Reserva Regional del Cíjara, lugar de caza en época de Alfonso X y con una apabullante biodiversidad. Un buen final para despedir esta mágica ruta.
No dejes de...
Visitar el Dolmen de Valdecaballeros. La empresa Siberocio Ecoturismo (siberocio.com) ofrece rutas en kayak que parten de la playa de Peloche, en la pedanía de Herrera del Duque, y recorren las aguas del embalse García Sola hasta los alrededores del castro del Cerro de la Barca. Para llegar hasta el dolmen, de la época del Neolítico, hay que caminar unos 600 metros entre un denso acebuchal. Para regresar se repite el mismo itinerario.
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