Una mujer entierra a su hija de poco más de dos primaveras, una chiquilla que quizá se llamaba Hoja de Roble Atada con Nudo Doble, pero que 40.000 años después será conocida como la Niña del Lozoya , sin más. Cerca arden fuegos que iluminan día y noche los grandes trofeos de caza de la tribu. Varios jóvenes fantasean con lancear algún día un uro formidable, mayor que aquel que asombra las paredes de la cueva con su enorme cornamenta. Un hombre, quizá el padre de la niña, solloza. Otro canta. Aún no es más que una hipótesis, pero los últimos hallazgos realizados en la cueva Des-cubierta, uno de los cinco yacimientos que integran El Valle de los Neandertales, en Pinilla del Valle, sugieren que esto fue un santuario. ¿Neandertales reunidos en un lugar de culto? Enterrar, reverenciar, invocar… son verbos puramente humanos. Pero ¿quién ha dicho que los neandertales no lo eran?
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La cueva Des-Cubierta es el remate final a la visita a los yacimientos del Calvero de la Higuera, pero el recorrido, de un par de horas, encierra muchas otras gratas sorpresas, como los guías, por ejemplo, que forman parte del equipo de arqueólogos y paleontólogos que trabaja en las excavaciones, liderado por Juan Luis Arsuaga, el “sabio de Atapuerca”. O el propio camino, que se acerca a los yacimientos de la orilla sur del embalse de Pinilla rodeando su cola, donde desagua y se amansa el Lozoya. De postal son las vistas de la presa y de las cumbres que la rodean, señoreadas todas ellas por Peñalara, la madre donde nace el río.
El abrigo de Navalmaíllo, de unos 300 metros cuadrados, se ha revelado como uno de los campamentos de neandertales de mayor entidad de la península ibérica, testimonio de un amplio periodo del Pleistoceno Superior (entre 200.000 y 40.000 años antes de ahora), cuando a finales de verano subían manadas de uros, bisontes, équidos, cérvidos, cápridos y rinocerontes buscando los frescos pastos del valle del Lozoya, y, tras ellos, los grandes depredadores: leones, leopardos, cuones o perros rojos, lobos, osos, hienas… Y, por supuesto, los mayores depredadores de todos, los neandertales, los antepasados madrileños de Miguelón (el Homo heidelbergensis cuyo cráneo se halló en la Sima de los Huesos de Atapuerca).
Después podemos pasear junto al embalse de Pinilla. Todo él se puede rodear por buen camino, excepto un pequeño tramo en el que hay que avanzar por la orilla arenosa. Son 15 kilómetros (tres horas largas) a pie bordeando las aguas del río que da de beber a Madrid desde 1858. El embalse, por último, es una tentación permanente al baño, pero, como está prohibido, lo mejor es hacer piragüismo o paddle surf. Para esto último hay que ir al pueblo de Lozoya, en la orilla nororiental del embalse, que es donde alquilan las barcas. En esta misma localidad también hay un horno de pan donde Amador, su propietario, lo elabora con masa madre, harina de cereales ecológicos y el calor de la leña de encina.
Lo hace y enseña a hacerlo en cursos de un día. A los senderistas les recomienda su pastel de montaña de chocolate y naranja, que da energía duradera. Otro día subiremos de Lozoya al puerto de Navafría por la carretera M-637 y, tras aparcar en el área recreativa de Las Lagunillas, nos pondremos a andar en busca de las lagunas de los Hoyos de Pinilla, unas charcas glaciares ocultas a casi 2100 metros de altura, al pie del pico del Nevero, y menos conocidas y visitadas que otras del valle del Lozoya, como la Grande de Peñalara o la de los Pájaros. Tres horas se tarda en ir y volver por una senda evidente.
Tampoco queda lejos de Pinilla y de su embalse el pueblo de Canencia. El arroyo de su mismo nombre, afluente del Lozoya, enhebra tres puentes medievales de fantasía unidos por un paseo. Otro recorrido imprescindible es el que, desde el puerto de Canencia, atraviesa un hermoso abedular, testigo de los bosques que colonizaron el Guadarrama en los días fríos y húmedos de la última glaciación, y lleva hasta la Chorrera de Mojonavalle, donde el arroyo del Sestil del Maillo se descuelga un centenar de metros por cascadas y toboganes.
No dejes de...
Descubrir los puentes del Lozoya. Desde el pueblo de Canencia parte una ruta de dos horas y media que une los medievales de Canto, Cadenas y Matafrailes. La ida y la vuelta discurre por el mismo camino. Como mínimo, hay que acercarse al primero, el más próximo. En la imagen, el puente del Congosto, también llamado de la Horcajada, en el término municipal de Lozoya, cimentado directamente en la roca sobre una estrecha garganta.
Guía práctica
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