Nuestras vidas son los ríos, decía Jorge Manrique. Y la de este valle abulense la marca el Corneja, fuente de vida de un paisaje de agua y verdor, salpicado de praderas y molinos, pero también de castillos y villas ducales y hasta episcopales, que guardan un rico patrimonio en piedra y el recuerdo de ilustres personajes. Para hacernos una primera idea de lo que esconde, conviene contemplar la panorámica al coronar el puerto de Villatoro. Pocos kilómetros después sale a la izquierda el desvío hacia Villafranca de la Sierra, el pueblo en el que Benjamín Palencia encontró su refugio estival. Era 1941 y el pintor se enamoró del sosiego de este apartado rincón y de su colorido paisaje, que plasmó magistralmente con sus pinceles. En busca de esa misma inspiración se llega hoy hasta este pueblo serrano y se descubre su tipismo: la plaza mayor con soportales, el pilón de cuatro caños, la espléndida iglesia y los restos de su castillo-palacio del siglo XIII.
Una vez en el entorno, seguiremos la ruta de los Molinos, que lo une a Navacepedilla. La carretera asciende por la parte alta del valle hasta llegar a este pueblo para visitar su recién inaugurado Museo del Pan y, más allá, al puerto de Chía, que regala una amplia panorámica. De regreso a la N-110, entre dehesas de encinas, está la siguiente parada: Bonilla de la Sierra , un pueblo muy pequeño, pero que se ha hecho un hueco entre los más bonitos de España y con una iglesia enorme dedicada a San Martín de Tours. Tiene su explicación, pues en esta villa descansaban los obispos abulenses cuando querían alejarse de la ciudad. Una especie de Castel Gandolfo (retiro italiano de los papas) en tierras castellanas. Cruzando la Puerta de Piedrahíta se camina por sus calles empedradas, admirando casas populares con escudos hasta alcanzar la plaza porticada, donde además del templo gótico se levanta el palacio-castillo medieval en el que se alojaban los prelados. Conduciendo unos kilómetros más nos acercamos a Piedrahíta, la capital del valle, cuyo nombre va unido a la dinastía de los Alba.
De la nobleza del lugar da testimonio la plaza de España, centro de la vida de esta villa nacida al abrigo del poderoso señorío de Valdecorneja, la iglesia de la Asunción o casonas como la del poeta Gabriel y Galán. Pero ningún monumento hace sombra al Palacio Ducal, al que doña Cayetana, la primera duquesa de Alba, dotó de un interesante ambiente cultural. En él pasó el verano de 1786 su amigo Francisco de Goya pintando retratos y bocetos y aireándose en sus jardines de aire francés. En busca de perspectivas del Corneja, dos que no hay que perderse son el puerto de Peñanegra y el castillo de El Mirón. Las aguas de este río se funden, después de recorrer 40 kilómetros, con las del Tormes, el río que baña El Barco de Ávila. En torno a la calle Mayor se agrupan buena parte de sus lugares de interés, pero hay que seguir el paseo que recorre su orilla para ver asomar otros hitos del “barco” varado, como el castillo de Valdecorneja. Ningún lugar mejor que a los pies de las almenas de la que fue morada del Gran Duque de Alba para poner punto y final a este recorrido por la naturaleza y la historia abulense.
No dejes de...
Visitar el molino del tío Alberto. Es el mejor conservado de los 22 de la ruta de los Molinos del Corneja. Testimonio de una época pasada en la que la vida giraba alrededor de estas inmensas piedras de moler. Durante la visita podemos admirar la antigua maquinaria restaurada y la vivienda del último molinero del entorno. Se encuentra en la carretera de Villafranca de la Sierra a Navacepedilla de Corneja. La ruta completa tiene 8,5 kilómetros (ida).
Guía práctica
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