El quetzal, el ave venerada por los nativos precolombinos, estuvo en peligro de extinción en varios países de América Central; pero en Costa Rica se encuentra a salvo. Las condiciones climáticas de sus tupidos bosques nubosos hacen que puedan ser vistos en cualquier época del año. Los quetzales no pueden vivir en cautiverio, cuando se les atrapa dejan de comer hasta que mueren, además necesitan estar en su hábitat natural para reproducirse. Durante la época de apareamiento, a los machos les crecen largas plumas de cola de tonalidades iridiscentes que llegan a medir hasta un metro de longitud. En las culturas maya y azteca estas se utilizaban para adornar los tocados reales. Las aves eran capturadas y luego liberadas para que sus plumas volvieran a crecer, porque matarlos estaba prohibido.
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Cuenta la leyenda que en 1525 cuando los conquistadores masacraron la ciudad maya de Xela-hu (actualmente Quetzaltenango), los quetzales abandonaron los bosques y se posaron sobre los cadáveres, donde permanecieron toda la noche. Así que, de acuerdo con esta cosmovisión, se trata de un ave sagrada, relacionada con el más allá, el cielo y el sol.
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EL AVISTAMIENTO DEL QUETZAL
El Parque Nacional Los Quetzales es un área de conservación natural situada a unos 75 kilómetros al sureste de San José, la capital de Costa Rica. Uno de los lugares del mundo con mayor cantidad y variedad de aves: yigüirros, tangaras, pavas, momotos, oropéndolas, gavilanes, reinitas, trepadores, carpinteros, colibríes, tucanes… Pero la estrella de sus bosques es, naturalmente, el quetzal. Para la foto es mejor buscar un macho, porque las hembras son parduzcas y carecen de las coloridas serpentinas de la cola.
El hábitat del quetzal son las tupidas áreas cubiertas de vegetación. No le gusta el sol, razón por la cual su avistamiento tiene que hacerse al amanecer, cuando la neblina cubre las copas de los árboles y la temperatura es baja. Cuando llueve, el pájaro vuela entre la lluvia y alto. Hay que proveerse de unos buenos prismáticos, y recomendable, un buen teleobjetivo. Con suerte, podremos verlos y fotografiarlos a esas horas. Los senderos para adentrarse en el bosque son accesibles y están bien señalizados, pero debemos hacerlo con un guía.
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EL ALOJAMIENTO
En la selva hay pocas opciones para alojarse, pero las que hay son buenas y acogedoras. Se encuentran en el área de San Gerardo de Dota, junto a la carretera que va a Chirripó. La familia Chacón, pionera en la zona, regenta el hotel Savegre (savegre.com), el establecimiento con más solera de la zona. Y en lo profundo de un valle montañoso se encuentra el Trogón Lodge (trogonlodge.com), también recomendable. Allí, el verde es eterno y el aire, tonificante y fresco. Por las noches hace frío (está a más de 2000 metros sobre el nivel del mar). Tiene senderos privados perfectamente transitables que atraviesan el río Savegre y nos llevan a cascadas de aguas cristalinas, pero caminar por ellos sin guía infunde respeto.
Muy recomendable visitar el Mirador de Miriam’s (miriamsquetzals.com), una acogedora casa de comidas donde la trucha a la plancha está deliciosa, y desde donde podemos observar multicolores colibríes, mirlos, tucanes, ardillas y monos que visitan su balcón mirador. También tiene algunas cabañas para alojarse y siempre hay alguien que nos puede acompañar al bosque para ver al quetzal.
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PUEBLOS COLONIALES DEL VALLE CENTRAL
Satisfechos con la «aventura del pájaro sagrado» podemos ya pensar en visitar otros alicientes del Valle Central. Un desvío de la carretera Intercontinental, delimitado al norte por el lago represado de Cachí y al sur por la cordillera de Talamanca, nos conduce al valle de Orosi, donde se encuentra la «otra historia» de Costa Rica, la de los pueblos coloniales.
Aquí perduran, más o menos en pie, las iglesias más antiguas del país, como Nuestra Señora de la Purísima Concepción del Rescate, construida con cal y canto en el siglo XVI, ubicada en la aldea de Ujarrás. Una ruina restaurada en un solitario lugar que nos transporta a la época de la conquista.
La otra iglesia, la de San José, está en el pueblo de Orosi. Edificada con estructura de madera y adobe, luce encalada sobreviviendo milagrosamente a los innumerables seísmos que afectaron a la zona. Está en perfecto estado de conservación y sigue operativa para el culto. Tiene un museo con algunos objetos de un antiguo convento franciscano. El pequeño pueblo, que lleva el nombre del jefe huetar que reinaba en la época de la conquista por los españoles, tiene su encanto y una atmósfera ancestral que hace que, además de ser interesante culturalmente, sea el lugar apropiado para tomarse unos momentos de asueto y poder conocer a algún lugareño que nos cuente historias. En la plaza de la iglesia hay cafés y alguna soda (restaurante popular) para tomarse un buen gallo pinto, el plato nacional costarricense, que consiste en un refrito de arroz, frijoles y especias, enriquecido con un par de huevos fritos y lonchas de queso.
Al estar en una región volcánica, el valle de Orosi cuenta con varios complejos termales con piscinas públicas, que puede ser una muy buena idea para tomar un baño calentito al aire libre inmersos en un paisaje espectacular. Aguas Termales Hacienda Orosi (haciendaorosi.com) es el más completo. Tiene siete piscinas con aguas minerales que oscilan entre 32ºC y 38ºC y un parque temático con animales domésticos y otros que no lo son. Dicen que estas aguas están compuestas por minerales y iones y que, según la Organización Mundial de la Salud, enriquecen los tejidos de la piel, estimulan los sentidos y aumentan los placeres al sumergirse en ellas. Queda dicho.
Más arriba de Orosi, una empinada carretera sin asfaltar nos conduce al Hotel Quelitales (hotelquelitales.com), un lugar ideal para descansar, con sus docena de bungalós espaciosos sumergidos en plena naturaleza salvaje, desde donde se contempla la catarata Doña Ana. Y tiene un restaurante con menús costarricenses tuneados por el talento culinario de su propietario Don José que dejará un recuerdo imborrable.
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