Josep pla lo plasmó en sus escritos y Salvador Dalí lo convirtió en cuadro. Ambos fueron cautivados por su impronta feudal, por su posición privilegiada entre el mar y la montaña. El Baix Empordà, que da la espalda al litoral impetuoso y se refugia bajo las cumbres, es una atalaya desde la que presentir el aroma del Mediterráneo y los fríos de los Pirineos orientales. Entre ambos mundos se debate esta comarca emplazada a menos de una hora de la ciudad de Girona.
Hay quien la llama la Toscana catalana porque, como la región de Italia, goza de un deslumbrante entorno natural, una gastronomía con nombre propio y un pausado modo de vida. Pero, sobre todo, porque comparte con ella la belleza de unas poblaciones que parecen baluartes, construidas con una piedra arenosa que les otorga el color de la miel. Concentradas en torno a La Bisbal, la capital de la comarca (famosa por su tradición ceramista), estas joyas del Baix Empordà, emplazadas a muy poca distancia unas de las otras, permiten realizar en apenas un par de días un apasionante road trip .
La ruta empezaría en Pals, tal vez el pueblo más conocido de este conjunto medieval impecablemente conservado. Encaramado a un monte y visible desde la distancia, esconde un trazado de callejuelas empedradas que conducen a un castillo. Desde la Torre de las Horas, construida entre los siglos XI-XIII, y desde el mirador de Josep Pla, se disfruta de unas vistas fabulosas que llegan hasta las playas.
En Pals, donde no hay que perderse la iglesia de Sant Pere, el arroz es el producto estrella, cultivado desde tiempo inmemorial. Tal es su relevancia que todos los años se celebran dos fiestas: la de la plantación, en junio, y la de la recogida, en octubre, en la que todos los restaurantes ofrecen un menú arrocero. Igual de célebre es Púbol, el más diminuto de los pueblos y también el más surrealista, puesto que aquí reside uno de los vértices del llamado Triángulo Daliniano (los otros son el Teatro-Museo de Figueras y la Casa-Museo de Port Lligat). Se trata del Castillo de Púbol. Más allá de este hito, la aldea merece un paseo por su coqueto entramado.
Gualta, menos conocido, atesora, sin embargo, otra de las imágenes icónicas del Baix Empordà: la del puente románico sobre el río Daró, que data del siglo XVI y cuyo pavimento exhibe ciertas marcas que se corresponden con las ruedas de los carros que antaño lo cruzaban a diario transportando mercancías y rebaños. En Ullastret, por su parte, destaca un conjunto arqueológico que permite conocer de primera mano el impacto de la cultura ibérica en la zona nordeste de Cataluña.
Otra grata sorpresa es el pueblo de Palau Sator, amurallado, precioso, con calles circulares que giran en torno a la plaza del castillo. Un lugar que compite en encanto con Monells y su magnífica plaza porticada, si bien este último sí que goza desde hace unos años de una sorprendente fama: la que le otorgó ser el escenario de la película Ocho apellidos catalanes.
Vulpellac, Cruïlles, Torroella de Montgrí, Rupià, Corçà…, y otras tantas localidades salpican la ruta medieval por esta comarca atrapada en la Edad Media y desafiante al paso del tiempo. Pero, tal vez, la más codiciada (y sí, también la más turística) sea Peratallada, a la que se acercan los viajeros para descubrir a la vieja dama del Empordà. Un municipio ciertamente pleno de atractivo: su embrollo de vías serpenteantes, sus elementos góticos en la piedra ocre y las flores y enredaderas que tapizan los muros de sus fachadas le confieren una atmósfera romántica, como la que destilan las novelas ambientadas en el Renacimiento.
No dejes de...
Hacer esta misma ruta sobre dos ruedas. Hay que añadirle más tiempo y, obviamente, más esfuerzo. Lo más típico es hacerlo con la burricleta (burricleta.com). ¿Una mezcla de burro y bicicleta? Más o menos. En realidad, son bicis rurales eléctricas que se alquilan con un GPS interactivo para viajar a un ritmo pausado por estos bellos caminos. Una forma de fomentar el ecoturismo, al mismo tiempo que se aprende con audios de contenido cultural.
Guía práctica
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