El cuervo y tormón son dos pueblos vecinos del extremo sur de Teruel, el solitario y montañoso rincón donde esta provincia se toca con Cuenca y Valencia. Vecinos que prácticamente no se ven, porque distan seis kilómetros en línea recta, pero más de 16 por carretera. En medio se encuentran los Estrechos del Ebrón, unos cañones tan abruptos que es casi imposible atravesar por ellos, como hacen el agua y el viento, la trucha y la lavandera cascadeña, ave que merodea por este entorno.
Hay un sendero que sí lo cruza, un camino bien acondicionado con puentes, pasarelas, escaleras, quitamiedos y señales de todo tipo, que va de uno a otro pueblo por el cauce encañonado del río Ebrón, ofreciendo un paseo cómodo, seguro y superdivertido. ¡Y pensar que antes de que se instalaran los asideros que hay ahora, el mismo camino, o muy parecido, lo recorrían todos los días los campesinos que cultivaban en las terrazas vertiginosas que aún se aprecian en estos despeñaderos! También lo hacían los cabreros que guardaban su hato en los abrigos rocosos y el cartero que llevaba la correspondencia. Para pasar por ciertos lugares sin estas modernas ayudas habría que hacer muchos equilibrios, sin duda.
Siguiendo desde El Cuervo las señales que guían hacia los Estrechos del Ebrón, nos acercaremos (aún en coche) al merendero del Pozo de la Hoya, donde hay bancos y mesas a ambos lados del río para sentarnos a comer, aparcamiento y carteles del sendero que vamos a tomar a pie a partir de aquí. Aunque la idea es llegar a Tormón, si solo andamos una hora, la primera, veremos lo más espectacular: los llamados Estrechos del Cañamar. Aquí el Ebrón se remansa entre altísimas paredes anaranjadas de roca caliza, adquiriendo sus aguas verdores, como de mar tropical, que obligan a asirse firmemente del cable que ayuda a avanzar por la estrecha pasarela metálica, a pocos centímetros sobre el río. Tanta belleza hipnotiza. En los meses de verano no es mala idea dejarse caer al agua y disfrutar de esta piscina prehistórica.
La segunda hora de marcha veremos cómo el desfiladero se abre y el sendero gana en altura por la margen occidental, entre antiguas terrazas de cultivo y cuevas donde se guardaba el ganado, hasta que desciende de nuevo y cruza el río por el puente de la Fonseca, que no es de metal o de madera, como otros que hemos encontrado antes por el camino, sino natural, de roca tobácea. Este monumental arco pétreo que atraviesa el Ebrón es lo segundo más espectacular del recorrido. Y lo tercero, la cascada de Calicanto, que nos aguarda muy cerca ya de Tormón, junto a las ruinas de un molino harinero y de unos chopos centenarios. Ver al Ebrón saltar desde 20 metros de altura y resbalar sobre una pared musgosa, a la vera de unas piedras muertas y unos árboles viejísimos, llena de asombro, pero también de melancolía.
Regresaremos por el mismo camino que vinimos, parando aquí y allá para zambullirnos en el río Ebrón, tomar un bocado y admirar las mismas bellezas que han ido saliendo al paso desde otros ángulos, antes de continuar en coche nuestro viaje río abajo.
Siguiendo al Ebrón, nos adentraremos, nada más dejar atrás El Cuervo, en el Rincón de Ademuz, un trocito de Valencia que los avatares de la historia dejaron aislado entre las provincias de Cuenca y Teruel. Lo de aislado no es un decir, pues no tuvo comunicación directa por carretera con la capital de la región hasta los años 60 del pasado siglo. Un enclave solitario, áspero y alto (aquí está el techo de la región, el pico Calderón, de 1838 metros de altura) donde, en lugar de naranjos, hay manzanos por doquier; en vez de suaves inviernos, nevadas de un metro; y en lugar de apartamentos en primera línea de playa, casitas que se apiñan unas sobre otras en las empinadas laderas de los barrancos formando pueblos-escalera como Castielfabib o como la capital del entorno, Ademuz.
En Torrebaja, el Ebrón desemboca en el Turia. Poco más abajo, en Ademuz, lo hace el Bohílgues, río que dibuja con los dos anteriores un verde tridente en estos pálidos y resecos páramos de roca caliza. Otro sendero bellísimo, casi tanto como el de los Estrechos del Ebrón, es el que recorre durante cinco kilómetros (una hora y media, solo ida) la hoz del Bohílgues, un cañón rebosante de chopos, alisos, fresnos, plantas trepadoras y cascadas, que no recuerda ni a Valencia, ni a Teruel, ni a Cuenca, sino a algún acuático paraje norteño habitado por mouras, xanas, anjanas o fadas.
No dejes de...
Visitar Castielfabib. Es el pueblo con más encanto de la zona, en buena parte por su ubicación, pues se sitúa sobre un peñasco, junto a las hoces que excava el río Ebrón al poco de entrar en el Rincón de Ademuz. Para verlos mejor a ambos, existe un mirador junto a la carretera CV-479, a un kilómetro de la población, valle abajo.
Guía práctica
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