Zarpamos del puerto de Lekeitio hacia poniente. Oscurece, se desata una tempestad, perdemos el rumbo… Estamos a punto de zozobrar cuando avistamos un parpadeo luminoso en lontananza y, agitados, arribamos a Elantxobe cinco minutos después de haber partido. ¿Solo cinco minutos? Bueno, la verdad es que no hemos salido del interior del faro de Santa Catalina de Lekeitio, en cuya sala de proyecciones se recrea tan ajetreada singladura en un viaje virtual. Tras la visita, nos situamos en la terraza y contemplamos toda la bahía de Vizcaya, incluida la costa del País Vasco francés, a más de 60 kilómetros de distancia. Un rebaño de ovejas, de los pocos que hay por aquí, mordisquea minuciosamente la hierba de los prados al borde del acantilado. Y admiramos la altura del faro, que es mucha (46 metros sobre el mar), aunque no tanta como para que no lo alcancen los rociones de las olas con mal tiempo.
Volvemos a Lekeitio de verdad, sin navegaciones imaginarias ni atajos 4D, caminando por el paseo de Santa Catalina, y recorremos el rompeolas de la Tala y los espigones del puerto. Vemos la estela-monolito de Agustín Ibarrola (y, a través de su ojo, la isla de San Nicolás), los puestos de pescado, los pescadores de caña, los de pintxos que abarrotan las terrazas de las tabernas y los arrantzales que trastean con sus redes y sus aparejos en los barcos.
En Lekeitio hubo un barco-museo, el Playa de Ondarzabal, que resistió 46 años de temporales en alta mar y no pudo con el 47, ni estando amarrado en el puerto. Acabó siendo desguazado en 2014 en la vecina Ondarroa. Las olas de ocho metros que rompen en la Tala de Lekeitio son caricias comparadas con los golpes que da el tiempo.
La nave que resiste desde hace seis siglos y que puede visitarse es la de la basílica de Santa María. Es una nave gótica inmensa, catedralicia. El retablo de estilo gótico flamenco, policromado y bañado en oro, es también enorme, el mayor de España después de los de las catedrales de Sevilla y Toledo. Para los poco más de 7000 habitantes que hay en Lekeitio, es una iglesia descomunal, digna de una reina. Como Isabel II, que vino un par de veranos a Lekeitio, al igual que solían venir la emperatriz austro-húngara Zita y otras figuras de la aristocracia centroeuropea. Estando aquí en 1868, ancló frente a Lekeitio la fragata Zaragoza, la misma que, semanas después, con el coronel Topete al frente, se rebeló y la derrocó.
En Lekeitio hay dos buenas playas, la de Isuntza y la de Karraspio, asomadas a la desembocadura del Lea. Un delgado espigón une la primera con la isla de Garraitz o de San Nicolás, a la que solo se puede cruzar cuando baja la marea y el camino emerge lleno de algas. En la isla hubo una ermita y un convento de franciscanos que sirvió para confinar a los enfermos durante las epidemias de peste.
El Lea es uno de los ríos mejor conservados de Vizcaya y puede bordearse siguiendo un sendero señalizado de 23 kilómetros, el gr-38.3. A un lado del Lea está la playa urbana de Lekeitio, la de Isuntza. Al otro, la de Karraspio, que es el doble de grande (500 metros) y de agreste. Más allá de Karraspio no hay playas: solo cortados y bosques fragantes de pinos y eucaliptos. Por ellos va culebreando durante 14 kilómetros la carretera que lleva a Ondarroa.
En las aguas del río Artibai, límite de Vizcaya con Guipúzcoa, se mira esta ajetreada villa, cuyo puerto es uno de los más importantes de Europa en pesca de altura. Aunque las modernas construcciones dominan la población, se conserva bien el casco antiguo, muy marinero y con calles tan empinadas que se ha acabado por instalar un ascensor para salvar los desniveles y facilitar la vida a sus vecinos. En una de ellas se encuentra la torre Likona, donde nació la madre de Ignacio de Loyola. La iglesia gótica de Andra Mari está asentada en la roca sobre grandes arcadas, a las que se amarraban los barcos hasta comienzos del siglo xx.
Como Lekeitio, Ondarroa tiene una ballena en el escudo y dos playas, la urbana de Arrigorri y la salvaje de Saturraran. Además, tiene tres puentes muy llamativos: el Viejo, que sustituyó en 1795 a uno medieval de madera; el de la Playa, que antiguamente era de peaje y, por eso mismo, se le conocía como el del Perrotxiko; y el Itsas Aurre, obra muy moderna e inconfundible de Santiago Calatrava, que recuerda el esqueleto de una ballena.
No dejes de...
Ver en acción el molino de mareas de Marierrota. Data de 1555 y sus ruedas son movidas por el agua que se embalsa durante la pleamar. Se halla en la desembocadura del río Lea, junto al puente, y alberga el Centro de Interpretación de la Biodiversidad. Abre fines de semana y el acceso es gratuito (faro-lekeitio.com).
Guía práctica
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