Dentro del espacio natural Protegido de la Costa Oriental Asturiana, y a pocos kilómetros del límite con Cantabria, se localiza la punta de San Emeterio. Un lugar abierto al mar, de enorme belleza y repleto de sorpresas. La primera y más importante es la cueva de El Pindal. Incluida en la lista del Patrimonio Mundial, a sus valiosas pinturas y grabados del Paleolítico Superior suma un emplazamiento único. Muy cerca, presidiendo un claro del bosque, queda la popular ermita de San Emeterio, y un poco más lejos, las ruinas del monasterio de Santa María de Tina.
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El mejor lugar para iniciar el recorrido es el Centro de Interpretación de San Emeterio y la cueva de El Pindal. Por un sendero señalizado nos encaminaremos hacia esta recorriendo unos cientos de metros por el denso encinar que crece entre las antiguas calizas que afloran en la zona. De repente, y antes del escalonado descenso hacia la cavidad, nos quedaremos boquiabiertos al descubrir la ensenada del Moral. Un lugar tan bello y emocionante que, a primera vista, descoloca a los visitantes por el contraste entre la vegetación, los blanquecinos y escarpados acantilados y el color azul turquesa de las aguas, que transporta a otras latitudes costeras y mares más exóticos. Quién sabe si quizá por eso nuestros antepasados eligieron la cueva de El Pindal como refugio y santuario.
La entrada de la caverna se abre en una plazoleta que preside un estrecho entrante costero con vistas al peñón de la Lanchuca. Si ya el túnel de acceso es impactante, mucho más lo es alcanzar los paneles con pinturas y grabados del Paleolítico Superior, algunos con 18.000 años de antigüedad. La visita facilita el disfrute de un tesoro artístico descubierto en 1908, pues los guías iluminan cuidadosamente las figuras, pintadas en su mayoría con trazos de color rojo que representan ciervos, caballos, bisontes e incluso un pez. Pero la mayor sorpresa es la silueta de un mamut, una de las pocas representaciones de este enorme animal de todo el arte paleolítico cantábrico.
No muy lejos, al fondo de una pradera y justo en la linde del bosque, se alza la ermita de San Emeterio. El templo actual del siglo XVI, con un atrio porticado, se alza sobre otro mucho más antiguo. Conocido también bajo la advocación de Santu Mederu, el lugar recuerda la memoria de dos mártires cristianos, Celedonio y Emeterio, cuyas reliquias llegaron a la costa de Pimiango en un barco de piedra.
Tras beber de la milagrosa fuente de la ermita, que alivia los males de los huesos, se toma el sendero hacia el monasterio de Santa María de Tina. Caminando por el denso encinar de San Emeterio, uno de los más valiosos de toda la costa cantábrica, y entre las manifestaciones geológicas típicas –en especial dolinas y lapiaces– de los paisajes kársticos, un puente de madera permite cruzar un regato que se precipita en cascada al mar.
Después de un repecho sombreado por encinas centenarias de gran porte, alcanzaremos los restos de lo que fue el monasterio de Santa María de Tina. Su origen se remonta a finales del siglo VIII, cuando un grupo de anacoretas visigodos se refugiaron en esta norteña región huyendo del empuje musulmán. Citado documentalmente en el año 932, su importancia fue creciendo hasta convertirse en un influyente cenobio cisterciense. A esa época pertenecen las románticas ruinas conservadas. Destacan los restos de la fachada, los muros de las naves y los ábsides de la cabecera. Y aunque parezca imposible, se mantienen en pie algunos de los arcos que sostenían las bóvedas.
No dejes de...
Asomarte al mirador de Pimiango o del Picu. Situado en la carretera de acceso a la cueva de El Pindal, desde él se divisa, mirando al norte, el faro de San Emeterio y el último tramo de la costa oriental de Asturias. Hacia el sur, las panorámicas también son increíbles, con los relieves de la sierra de Cuera en primer plano y el telón de los Picos de Europa de fondo. Los días claros es muy fácil identificar la silueta del pico Urriellu o Naranjo de Bulnes.
Guía práctica
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