Riaño se adivina mucho antes de llegar por el perfil de cumbres que lo enmarcan. Algunos pasan de largo en busca de las alturas de Fuente Dé, de los lagos de Covadonga o de la ruta del Cares, pero se pierden la antesala. Estamos en la montaña oriental leonesa, un paraje espectacular, protegido bajo la figura del Parque Regional Montaña de Riaño y Mampodre.
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La primera parada del viaje y la primera foto hay que hacerla en el mirador de las Hazas, donde se ha instalado un columpio gigante de ocho metros de altura. Dicen que de noche se balancean los seres mitológicos que habitan en los bosques sagrados de estas montañas. De día, mecerse ante este abrumador paisaje a 1200 metros de altitud nos hará sentirnos como Heidi en plenos Alpes, pero, en vez de en Suiza, en León, donde vive Jeidi, su alter ego.
Las siguientes instantáneas se toman navegando por el embalse en el catamarán que parte del puerto de Riaño. A lo largo de este paseo medioambiental e interpretativo bajo las imponentes moles rocosas del desfiladero de Bachende, una suerte de fiordos leoneses, un documental y el relato del capitán ilustran sobre la historia de este pueblo y los otros ocho del entorno –Anciles, Salio, Huelde, Éscaro, La Puerta, Burón, Pedrosa del Rey y Vegacerneja–, cuya vida cambió aquel verano de 1987 y pudo haberse evitado.
Impacta saber que bajo el gran viaducto están los restos del viejo Riaño –a 65 metros de profundidad–, que el espeso bosque de Tendeña que se vislumbra hacia el oeste es el mismo que Alfonso XI cita en su Libro de la montería –ahora un excelente lugar para la observación de la berrea en otoño–, o que en el desaparecido Parador de Turismo pasaron su luna de miel los reyes belgas Balduino y Fabiola. Y entristece conocer también cómo eran estos frondosos valles y la gran biodiversidad que escondían antes de quedar anegados bajo las aguas embalsadas de los ríos Esla y Yuso.
La travesía se adentra en el valle de Anciles, uno de los más aislados de la Montaña de Riaño, con infinitos bosques de hoja caduca, fauna salvaje única y, además, la primera reserva del bisonte europeo, al que, si hay suerte, se le puede observar desde la distancia. Con más facilidad se ven corzos y rebecos trepando por los riscos y laderas calizas o águilas reales.
El nuevo Riaño es un continuo recuerdo a lo que fue este entorno antes de la construcción del embalse y a la historia de sus pueblos, empezando por el paseo que bordea la ladera sur. Tras visitar el corro de aluches donde se practica el deporte autóctono, la lucha leonesa, la calle Resejo lleva a la céntrica plaza de Cimadevilla, donde se levanta la iglesia de Santa Águeda, trasladada piedra a piedra desde Pedrosa del Rey. Riaño tiene otro templo recuperado, la ermita de Nuestra Señora del Rosario de La Puerta, del siglo XIII, en un extremo de la localidad. A su lado, más recuerdos pasados, las letras gigantes con el nombre del pueblo y “el banco más bonito de León”.
Más allá, el parque regional se presta para numerosas rutas. La que sigue el rastro de la Cueva de la Vieja del Monte es sencilla, cortita y mágica, comienza en el pueblo de Carande y se pierde por el bosque en busca de personajes mitológicos. Otras llevan al puerto de Horcajadas, a la ermita de Quintanilla o al pueblo de Lois y a su iglesia, la catedral de la Montaña. Y algunas más se adentran por el hermoso valle de Valdeburón, las tierras altas del Esla, donde encontraremos otros bancos y columpios gigantes y las cumbres de más de 2000 metros de altura del macizo de Mampodre. Paraísos para montañeros y amantes de la naturaleza que se disfrutan con las botas puestas.
No dejes de...
Subir al Pico Gilbo. En el viaducto de Riaño arranca esta popular ruta al icónico pico conocido como el Cervino leonés por su afilada silueta, pues recuerda a la montaña más alta de los Alpes. La subida, de 3,3 kilómetros (ida), discurre entre prados, bosques y la piedra caliza. Salvo el último tramo, el más empinado, el resto es accesible. La recompensa al esfuerzo son las panorámicas que ofrece sobre el embalse de Riaño.
Guía práctica
Guía práctica