Hace aproximadamente 500 años, un telúrico estruendo alertó a todos los habitantes de la comarca de Tarazona y el Moncayo. Los más atrevidos se lanzaron hacia el lugar desde donde había partido la alerta y, a poco más de un kilómetro, se toparon con un ancho y profundo pozo que se había tragado una parcela cubierta de olivos. Como en aquella época no había científicos para explicar que su origen estaba en el hundimiento de los estratos calizos y yesosos del terreno, debido a la acción erosiva de las aguas subterráneas, enseguida surgieron las leyendas. La más conocida cuenta que uno de los vecinos de Grisel, en su mayoría moriscos recién bautizados, seguía practicando en secreto su antigua religión musulmana y no respetaba el precepto cristiano de oír misa los domingos y días de guardar. Hamet-Ben-Larbi, que así se llamaba, se fue a trabajar al campo una señalada festividad y acabó pagando con su vida su irreverente atrevimiento: la tierra se abrió a sus pies y el rico agricultor, su criado y sus mulos desaparecieron para siempre.
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De lo que no hay ninguna duda y se descubre a simple vista es que esta dolina de origen kárstico, con unos 20 metros de diámetro y cerca de 25 de profundidad, es un enclave natural de primer nivel. Además, está acondicionado para una interesante visita turística. Lo primero que llama la atención al asomarnos a la boca de la sima es la exuberante vegetación que cuelga de sus paredes y tapiza su umbrío fondo. También la sensación de frescor y humedad que emana de las profundidades.
Gracias a unas escaleras de piedra que descienden por un estrecho túnel horadado en la roca podremos alcanzar un mirador panorámico con voladizo que se abre en el interior de una de las paredes del pozo. Desde esta plataforma a media altura se distingue la riqueza botánica de la dolina. El mejor momento para visitar el Pozo de los Aines es a la caída de la tarde, cuando la iluminación resalta las verdaderas dimensiones de este misterioso lugar y se activa la banda sonora, con música y locución.
Y como hablamos de misterios y magia, estamos en la comarca ideal para seguir descubriendo esos lugares envueltos en la leyenda. Inquietantes historias que se pueden rastrear en algunas de las localidades que se acurrucan bajo la omnipresente silueta del Moncayo. La misma montaña, considerada sagrada por los celtíberos y romanos, sirvió de punto de encuentro a las brujas, nigromantes y herejes que vivían en el cercano pueblo de Trasmoz.
Para encontrar una explicación a la difusión de todos estos fenómenos, lo mejor es acercarse hasta el cercano monasterio de Veruela, en el que estuvo alojado Gustavo Adolfo Bécquer. El poeta, que buscaba el aire puro del Moncayo para aliviar su tuberculosis, recorrió la zona tomando buena nota de las leyendas que le contaban los lugareños. El resultado de estas pesquisas fue su libro Cartas desde mi celda, una de las cumbres del Romanticismo español, preñado de fantásticas y terroríficas historias de brujas, monjes fantasmales, seres diabólicos, bosques encantados y castillos endemoniados.
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Acercarte a Tarazona. Esta localidad está repleta de sorpresas. La primera, haber conseguido conservar un conjunto urbano y monumental de gran personalidad. Tras cada recodo de su antiguo caserío esconde la huella de su intensa historia, protagonizada por romanos, musulmanes, judíos y cristianos. Pero de la sorpresa inicial se pasa al asombro al contemplar la catedral, un singular y bello edificio en el que se funden con armonía los estilos gótico, mudéjar y renacentista (catedraldetarazona.es).
Guía práctica
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