La entrada al casco histórico de Maderuelo es de las que no se olvidan. Desde lejos se ve el Arco de la Villa, el portón de la muralla, que hace pensar que al traspasarlo se puede dar un salto atrás en el tiempo. Y parece cierto porque, nada más cruzarlo, empiezan a aparecer casonas recias que hablan del poso dejado por los siglos en esta villa castellana. Maderuelo se encarama en lo alto de un teso, una colina de cima plana y alargada. Por eso su entramado urbano es peculiar. Las dos calles que la recorren están unidas en los extremos, junto al arco y ante los restos del castillo. De las muchas iglesias que se cree que tuvo la localidad quedan dos, la de San Miguel y la de Santa María, que son un resumen de su historia. Los muros de la primera formaron parte de la estructura defensiva de la villa. La picota que hay delante de la segunda se colocó para el rodaje de la serie Tierra de lobos y quedó tan bien que ahí permanece.
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Cualquier bocacalle que se tome conduce a algún descubrimiento, ya sea a otra puerta de la muralla o a los miradores que se asoman al embalse de Linares y a los anchos horizontes castellanos. Desde ellos se ve, algo alejada a la derecha, la imponente silueta de la ermita de Castrobodas, sobre la pendiente que cae al río. Allí abajo, al borde del embalse y casi oculta varios meses al año por el follaje de los árboles de ribera, está el mayor tesoro de todos: la ermita de la Vera Cruz.
El complemento a la historia de Maderuelo está en una visita al Parque Natural Hoces del Río Riaza, uno de los espacios naturales más espléndidos de la provincia. Se extiende a lo largo de 12 kilómetros por el curso medio del río Riaza y en él abundan las hoces y los desfiladeros. Para acceder hay diferentes entradas y todas ellas tienen sus atractivos. Para llegar a las de Valdevacas de Montejo y Montejo de la Vega de la Serrezuela hay que pasar por Fuentemizarra, donde nos detendremos a admirar la iglesia de Nuestra Señora del Ejido, románica y con interesantes capiteles. El camino sigue por la ermita de Nuestra Señora de Hornuez, solitaria en medio de un espléndido sabinar, con algunas de las sabinas albares más grandes de España. Montejo de la Vega de la Serrezuela mantiene buena parte de su esencia histórica, con restos de la muralla y el castillo, además de las bodegas subterráneas y el viejo puente sobre el río.
Además de las mencionadas entradas al espacio protegido, hay una tercera: el aparcamiento de las Canteras. Desde este se inicia el descenso hasta el borde del río siguiendo la carretera que lleva a la presa, un balcón abierto al fondo del desfiladero. Luego el camino sigue el cauce, en el que se alternan tramos de bosque de ribera con encinas, sabinas y quejigos. En un momento se pasa bajo un viaducto.
El gran descubrimiento de la caminata es la iglesia románica de San Martín del Casuar. Es del siglo xi y formaba parte de la villa de Covasuar, que fue donada por Fernán González al monasterio de San Pedro de Arlanza. Las ruinas, rodeadas de sauces y rosales silvestres junto al río, tienen el mismo color que los farallones de las hoces. El enclave, que sobrevuelan los buitres y los siglos, no puede ser más delicioso.
No dejes de...
Admirar los frescos románicos de La Veracruz. Durante siglos, la ermita de Maderuelo guardó uno de los mejores conjuntos de frescos románicos de toda España. Sin embargo, la creación del embalse de Linares hizo temer por él y las pinturas fueron trasladadas al Museo del Prado. Solo quedaron las improntas en las paredes del ábside. Afortunadamente, hace pocos años se instalaron unas réplicas exactas en el otro extremo del templo y ahora es posible darse cuenta de que esta ermita levantada en el siglo XII era un verdadero cofre del tesoro castellano.
Guía práctica
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