Patones es uno de los pueblos más bonitos y conocidos de Madrid. Poco más allá comienza la sierra de Guadalajara. Este rincón de Castilla-La Mancha, tan próximo y, al mismo tiempo, tan lejano de todo, atesora numerosas maravillas. Comenzaremos nuestro viaje en la presa del Pontón de la Oliva, a caballo entre las dos provincias. Es la más antigua de cuantas se construyeron en su día para abastecer de agua a la capital de España. Y la más triste. Dos mil presidiarios trabajaron desde 1851 hasta 1855 para erigir este murallón de 72 metros de largo y 27 de altura, por el que acabaron filtrándose las aguas del río Lozoya a través de ignotas cavernas.
Tras admirar la presa y los acantilados que la rodean, en los que se confunden los seguros de los escaladores con las argollas a las que eran encadenados los reos, empezaremos a andar por la pista de grava que es prolongación de la carretera. En la primera curva cerrada a la izquierda, nos desviaremos por el sendero que lleva en una hora hasta las cárcavas de Alpedrete de la Sierra. Siglos de tormentas han labrado en una hondonada arcillosa estas barrancas, en cuyo seno despuntan cuchillas y torreones, crestones, dedos y pináculos más antiguos que los hombres.
De vuelta en el Pontón, los próximos destinos son Tortuero y Valdesotos, dos pequeñas localidades olvidadas del mundo en sendos barrancos laterales del valle del Jarama, aguas abajo del embalse del Vado, y por las que parece que no ha pasado nadie en cientos de años, quizá desde la Edad Media. De hecho, ambas tienen puentes medievales. El de la primera está en el mismo pueblo y es un coqueto puente con forma de lomo de asno, cuyo arco se sostiene con un grueso pilar de mampostería; una solución medieval que le añade encanto. El de Valdesotos podemos verlo 200 metros antes de cruzar el Jarama por la carretera que lleva a Puebla de Valles.
Penúltima parada en Retiendas, para contemplar las ruinas del monasterio de Bonaval. En media hora, bajando a pie por la margen izquierda del barranco del Bustar, llegaremos a la que fue una de las primeras fundaciones del Císter en España, de 1164. Ver la belleza de tanta piedra, y de esas dimensiones, en esta soledad estremece. El monasterio estuvo largo tiempo abandonado, en 2018 fue restaurado y actualmente se visita con guía. Más abajo, en otra media hora de paseo, se llega a la hoz del Jarama, un formidable cañón de roca caliza que, en otoño, cuando los álamos ribereños y los quejigos amarillean, no tiene igual en el Sistema Central.
La última maravilla de la ruta nos aguarda cerca de Tamajón, la capital ‘oficiosa’ de la sierra de Guadalajara, buen lugar para comer o tomarse un descanso. Dos kilómetros al norte de la población, junto a la carretera que lleva a Majaelrayo, se ven peñas calizas en las que los meteoros han labrado arcos, puentes, tormos y oquedades. Una ciudad (más bien, aldea) encantada, cubierta de sabinares, que en Castilla llaman enebrales. A la Virgen de los Enebrales, precisamente, está consagrada la ermita que se encuentra ahí al lado, junto a la misma carretera. Una ermita que, en un alarde de hospitalidad, tiene siempre abiertos sus portones (no así la reja interior) de par en par.
No dejes de...
Conocer los pueblos negros. La ruta propuesta se puede prolongar hacia el norte para descubrir Campillejo, Campillo de Ranas, Majaelrayo o Roblelacasa. Un paseo obligado desde este último lleva a la cascada del Aljibe, donde el río Jarama da varios saltos espectaculares. En verano podemos disfrutar del baño en sus pozas, con el pico Ocejón (2049 m) como telón de fondo.
Guía práctica
Guía práctica