Cuando el escritor José Luis Sampedro escribió la novela El río que nos lleva (1961) ubicó su trama en los paisajes del Alto Tajo, en tierras de Guadalajara. Lo hizo allí porque buscaba un universo de autenticidad y belleza natural para enmarcar su obra. Lo cierto es que si el escritor hubiera visto la comarca de l’Urgell habría descubierto otro lugar genuino y veraz: el valle del Corb. Porque este rincón leridano, casi inédito en los circuitos turísticos, destila carácter y belleza literaria. Como en la obra de Sampedro, el protagonismo se lo lleva el río, en este caso, el serpenteante Corb, afluente del Segre, que marca la identidad de estos parajes. Seguir su curso nos hará ir desvelando los secretos que quedan a su paso.
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La primera de las joyas del camino es Vallbona de les Monges, el único monasterio femenino de la célebre Ruta del Císter. El silencio reina en este cenobio que, desde su fundación en 1153, ha conservado una comunidad de monjas. Sus dimensiones son pequeñas, pero posee algunas singularidades, como la forma trapezoidal del claustro, el cimborrio-campanario de ocho caras o los relieves de la capilla del Corpus Christi.
La visita al monasterio de Vallbona también nos acerca al lado suroccidental del valle, con un elenco de ineludibles. Ahí están los elevados muros del castillo de Maldà o las cercanas poblaciones de Rocallaura y Montblanquet, con sus campos de cereales y olivares. Aunque para saborear la autenticidad de este territorio nada como seguir hasta Guimerà, una de las maravillas urbanas medievales mejor conservadas de Cataluña.
Antes, a un lado de la carretera c-14, Ciutadilla invita a hacer un alto en el camino para admirar su imponente castillo del siglo XI. Engastada en el curso central del Corb, esta población y, sobre todo, su fortaleza escribieron una página de la historia del valle durante la Edad Media. Su pasado como tierra de frontera y permanente campo de batalla con los sarracenos lo recuerdan también hoy las torres de vigía de las cercanas Verdú y L’Ametlla de Segarra y el castillo de Santa Coloma de Queralt.
Acercarse a Guimerà por la l-241 es un espectáculo visual sorprendente, una bella y escalonada geometría urbana coronada por los restos del castillo. La sensación de regresar al Medievo se agudiza al ascender y descender por sus calles en cuesta, una superposición de pórticos, arcadas, galerías cubiertas o portales. Para complementar la visita, a cinco kilómetros queda el santuario de Santa María de la Bovera, del siglo XII, sobre una pequeña colina y con vistas impagables del valle del Corb y de los Pirineos.
Pero recorrer este entorno brinda también otros placeres, como saborear el pan artesanal del Forn Cal Fonte, en Sant Martí de Maldà, ungido con aceite de oliva virgen extra de las almazaras de la cooperativa Sant Isidre de Ciutadilla, y acompañado de los embutidos de Cal Bosch de Belianes. Aunque para despedirse del territorio apelando a su identidad acuosa, lo mejor es sumergirse en las aguas curativas del balneario de Vallfogona de Riucorb. Así es este valle, un remanso de autenticidad que riega el Corb, sinuoso cauce que susurra historia y belleza genuina.
No dejes de...
Visitar Poblet y Santes Creus. Historia y belleza también reúnen los dos cenobios que cierran la Ruta del Císter (larutadelcister.info). Enmarcados en las cercanas comarcas de la Conca de Barberà y l’Alt Camp, el recorrido desvela las huellas cistercienses en la región. Existe una entrada conjunta (15 €) para visitar los tres monasterios, que se puede adquirir en cualquiera de ellos. En la siguiente imagen, la iglesia de Santa María de Poblet, con el Panteón Real.
Guía práctica
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