Siglos atrás, mulas y arrieros transitaban por los retorcidos caminos de la Sierra de las Nieves noche tras noche, verano tras verano. Lo hacían cargados con inmensos bloques de hielo formados en los neveros –esos enormes pozos en los que se prensaba la nieve de la sierra– y que transportaban hasta Sevilla, Ceuta o Gibraltar. Eran ellos los protagonistas de un ancestral oficio, pero también de un excepcional paisaje que, llegado el invierno, se cubría de una espesa capa blanca. Fueron esas cumbres nevadas las que bautizaron a este pedacito del sur, cuya riqueza geológica y biológica es tal que ya lleva alguna que otra década alardeando de ser Reserva de la Biosfera. Por si esto fuera poco, 23.000 de sus hectáreas celebran haberse convertido en 2021 en el parque nacional número 16 de nuestro país, una declaración que demuestra que Málaga es mucho más que turismo de sol y playa.
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La mejor manera de descubrir este paraíso natural es hacer una ruta circular por algunos de los 14 municipios que forman parte del parque, con incursiones puntuales a su interior. En su corazón, la naturaleza explota con pinsapares milenarios, ejemplares autóctonos de abetos mediterráneos que sobrevivieron a la última glaciación y son emblema de esta sierra. También con montes en los que la caliza y la peridotita, una roca surgida de las entrañas de la tierra miles de años atrás, colorean el paisaje.
Arrancando la ruta desde Marbella, nos despedimos de la brisa marina para tomar la a-7176 en dirección a Istán. En esta pequeña localidad de pasado musulmán e intrincadas callejuelas el agua siempre está presente, ya sea en antiguas acequias, fuentes o en su histórico lavadero de El Chorro. Desde el mirador de la Herriza se contempla el embalse de la Concepción y, semiocultas tras los montes vecinos, las cercanas aguas del Mediterráneo. Entre castaños y alcornoques discurre la ruta que lleva hasta el nacimiento del río Molinos.
Debemos retornar hasta Marbella para tomar la a-355 y alcanzar Ojén, que, además de calles encaladas repletas de macetas y flores, guarda unas antiguas cuevas de origen kárstico. En apenas 15 minutos se halla Monda, con su castillo, hoy transformado en hotel, coronando el blanco caserío. Una vez más el pasado musulmán se deja sentir en la disposición de sus calles, desplegadas como un laberinto y adaptadas al terreno irregular, donde también encontramos la iglesia de Santiago Apóstol y El Calvario, última estación del vía crucis.
La carretera avanza en dirección a Guaro y se desvía en la a-366 hacia Tolox, el pueblo más inspirador de la comarca. Recorrer el casco histórico es empaparse de la Andalucía más auténtica, pero también descubrir restos de la antigua muralla que defendió en época morisca su fortaleza, a orillas del río Alfaguara.
Avanzando por la sinuosa carretera que pasa junto a Jorox, rodeada de campos de aguacates, chirimoyos y olivos en los que crece la famosa aceituna aloreña, el paisaje se vuelve más inspirador hasta alcanzar Alozaina y después la blanca y empinada Yunquera. Sede de la conocida como “catedral de la Serranía”, es el lugar idóneo para reponer fuerzas en su mítica bodega El Por Fin, un reducto del pasado enólogo de la localidad. Desde este pueblo parte la pista que lleva hasta uno de los imprescindibles del parque, el mirador de Luis Ceballos, donde se inician varias rutas de senderismo. Los más atrevidos pueden optar, desde Tolox, por la subida al pico Torrecilla.
Antes de llegar a Ronda pasaremos por Casarabonela, cuyo jardín botánico, así como el antiguo castillo, bien merecen el desvío. Una despedida más que justificada antes de encauzar el camino, por la sinuosa a-397, hacia la costa. Aquí, frente al mar infinito, cerramos el círculo perfecto de esta singladura contemplando, de nuevo, las hipnóticas aguas del Mediterráneo.
No dejes de...
Recorrer la ruta del Tajo de la Caína. De las once rutas de senderismo del parque nacional, esta es una de las más cómodas y representativas. El camino parte del mirador de Luis Ceballos, accesible, fuera de época estival, en coche desde Yunquera (en la imagen). Es un camino circular, de 4,3 kilómetros, que discurre entre pinsapos, quejigos, rosales salvajes y enebros hasta alcanzar el tajo, un abrupto cortado en la roca con más de 100 metros de caída.
Guía práctica
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