Por estas praderas de Heidi, tan bucólicas como un salvapantallas, aún se oyen viejas historias de contrabandistas y maquis vadeando las sierras de la cordillera Cantábrica. Y se escucha alguna tan tremenda como la que, junto al santuario de la Virgen de Valvanuz, recoge el museíto rural de Selaya . En su caserón se guarda la memoria de las amas de cría pasiegas. Hasta entrado el siglo XX, por 10 duros al mes (30 céntimos de euro), a estas jóvenes madres se las rifaban nobles, burgueses y reyes para amamantar a sus hijos, aunque para ello las pobres mujeres hubieran de sacrificar el cuidado de los que acababan de traer al mundo. El museo está abierto en temporada de verano, fuera de temporada hay confirmar horarios y aperturas en la web: vallespasiegos.org.
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Buena gente, buena leche y la «pureza de sangre» se les presuponía a los oriundos de estos montes remotos, donde pocos musulmanes y judíos había llegado. Semejantes requisitos, exigidos a las nodrizas, cuentan mucho de los valles cántabros formados por ríos como el Miera, el Pisueña o el Pas, y los que salen al paso por los puertos montunos de Lunada, Estacas de Trueba y La Sía, en Las Merindades de Burgos. Todos dentro de la pasieguería, comparten una historia común que cinceló el territorio, y un poco también el carácter reservado de los pasiegos.
Como raro era aquí quien no viviera del ganado, una vez agotada la hierba de un prado, cargaban enseres y niños a los burros y se trasladaban con sus rebaños a otra parcela donde la familia –un núcleo con pocas relaciones de vecindad– tuviera otra cabaña. De ahí que, dispersas por las colinas, sigan contándose por miles estas casillas de piedra, madera y tejados a dos aguas de lastras pizarrosas. La trashumancia o, como le decían, la muda, es, claro, cosa del pasado.
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CABAÑAS CON VISTAS
En algunas de estas cabañas se continúa criando vacas, ovejas y caballos, pero muchas se han reciclado para viajeros urgidos de desconexión. Allí donde quedaba el establo duermen ahora en habitaciones tan cómodas como las de un hotel, y en el piso de arriba, donde antaño malvivían estos ganaderos errantes, espera un salón con vistas a una sucesión de lomas parcheadas cual tapiz por los cercados de los viejos corrales.
Agustín y Cristina, dueños de Cabañas con Encanto (cabañasconencanto.com), fueron de los pioneros en darle una segunda vida a estas construcciones herederas de la Edad Media que se estaban cayendo a pedazos. En 2007 le compraron a un pastor una primera en el valle del Miera para disfrutarla en familia. Luego se animaron a seguir afianzando muros y reparando tejados, recuperando maderas y decorando con mimo su ya decena de bomboneras de alquiler, con cinco más en proyecto. De la más pequeña, un nidito solo para dos a partir de 120 € la noche, a la más grande, para hasta ocho ocupantes desde 195 €, carecen (a propósito) de tele, pero todas tienen wifi, cocina y lo mejor: ¡chimenea!
No son ni por asomo las únicas. Ahí están, del lado burgalés, las tres casas rurales de Las Machorras, entre tantas más desde las que salir a explorar los senderos de estos valles verdísimos y esos paisajes de curvas que tanto aprecian moteros y ciclistas, el patrimonio histórico de las villas pasiegas… o quedarse con un buen libro bajo la mantita delante del fuego.
PLACERES GASTRONÓMICOS
Con un clima frío y lluvioso, que hace que los valles pasiegos se vistan siempre de ese intenso verde que los caracteriza, apetece probar la cocina pasiega y sus platos de cuchara donde la legumbre es protagonista. Los más tradicionales son el cocido pasiego con garbanzos y la olla de carros con alubia roja. Restaurantes cercanos a las cabañas para degustarlos son La Vieja Escuela (La Concha, 7), o Casa Vicente (La Plaza, s/n), ambos en San Roque de Riomiera, o a 30 minutos de Selaya, en el bonito pueblo de Liérganes adornado de casonas montañesas, en Casa Daniel (Mercadillo, 19) o en La Juguetería (restaurantelajugueteria.es).