En el extremo norte de la región, a 100 kilómetros de la Puerta del Sol, hay un puñado de pueblos que en su día se libraron del progreso y han conservado una arquitectura y un paisaje ejemplares. Sierra Pobre lo llamaban hasta hace poco a este rincón olvidado. Hoy es el Madrid más rico en tradicionres, en silencio, en soledades, en aire, en bosques, en ríos, en estrellas, en vida.
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El primer pueblo que vamos a ver, el que queda más cerca de la autovía del Norte, es Horcajuelo de la Sierra, donde se viene a comer en alguno de sus cuatro restaurantes y a admirar las casas construidas con piedras sin labrar, empezando por la que ocupa el museo etnológico. Este pueblo de 88 vecinos tuvo minas de plata, pero ahora lo que queda es el oro otoñal de los robles y los fresnos que orlan sus prados y el bronce crepuscular de su caserío.
También hay rincones curiosos en el vecino Montejo de la Sierra, como el Callejón del Turco, donde una vivienda tiene un horno exterior colgante, suspendido a media altura. Es una rareza, casi tanto como el hayedo de Montejo, uno de los más meridionales de Europa, que para conservarlo mejor se visita con guía y reservando con antelación. Libremente, en cambio, podemos pasear por la espléndida dehesa boyal de Montejo, que conservan las pilas de riego y la reguera de la Tejerilla. O por el camino de Horcajuelo, el paseo predilecto de los vecinos en verano, sabedores de que ofrece sombra abundante y un reguero de cerezas recién caídas.
Otra alternativa al hayedo es el bosque ribereño que se esconde junto al pueblo de La Hiruela, en el alto Jarama. Es el que mejor se conserva de toda la sierra, la ‘pobre’ y la ‘rica’, y para muestra, el molino Nuevo. Para verlo, seguiremos la senda De Molino a Molino, que surca verdes ribas, robledos y saucedas: los más bellos sotos de Madrid. ¿Mucha gente? Solo pescadores de truchas.
Para llegar al siguiente pueblo del itinerario, Puebla de la Sierra, hay que pasar un puerto de 1636 metros de altura que, en invierno, suele estar cerrado por la nieve, lo que acrecienta el aislamiento de un lugar ya de por sí poco frecuentado. Es el municipio madrileño más alejado de la capital: 125 kilómetros. Y el menos poblado: 73 habitantes (1,06 por kilómetro cuadrado), sin contar los inmensos robles que lo pueblan, y los minotauros y otros extraños personajes que se descubren paseando por sus boscosos alrededores y que integran el museo de escultura al aire libre El Valle de los Sueños.
Si nos gusta conducir, disfrutaremos por la viradísima carretera que sale del valle de La Puebla hacia el sur, camino de Robledillo de la Jara, el mismo donde, yendo en pos de un venado, el Marqués de Santillana avistó a una ‘moza fermosa’, como dice una popular serranilla medieval. Dos kilómetros antes de llegar a Robledillo, al ver el repetidor que corona el cerro de Matachines, tenemos que desviarnos a la izquierda por una pista de tierra que lleva a El Atazar. Parece mentira, pero esta carretera sin asfaltar y estos barrancos solitarios no son ningún país remoto. Son el centro de España.
Nueve kilómetros después aparece El Atazar, con sus casas de mampostería tosca apiñadas alrededor de la iglesia de Santa Catalina de Alejandría. El caserío está en lo alto de una loma pelada, sin un árbol en dos kilómetros a la redonda, ni siquiera un ciprés proyectando su sombra sobre el camposanto. Lo rodea un mar de jaras y huele a ládano. En 1864, el ingeniero y geólogo Casiano del Prado señaló esta tierra como la más pobre de la región, donde apenas podía cosecharse centeno.
Otro mar, pero de agua dulce, se descubre tres kilómetros más adelante. Es el embalse de El Atazar, el mayor de la región, mayor que todos los demás pantanos madrileños juntos: 1070 hectáreas de superficie, 72 kilómetros de costas, medio billón de litros...
Más abajo está el Pontón de la Oliva, la primera presa desde la que se llevó agua de la sierra a la capital, en 1858. Y está Patones, pueblo tan escondido que, según cuentan, se libró de la invasión sarracena y tuvo rey propio hasta el siglo XVIII. Antonio Ponz, en su Viage de España, comentaba poco después con sorna que “el último rey de Patones solía ir a vender algunas carguillas de leña a Torrelaguna”.
No dejes de...
Disfrutar de las aguas dulces de El Atazar. Más de 30 años lleva el club Nortesport (sierranorte.com/nortesport) de Cervera de Buitrago realizando bautismos y cursos de iniciación y perfeccionamiento de windsurf, vela ligera y vela de crucero en el embalse. También alquila piraguas y tablas de paddle surf.
Guía práctica
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