Empecemos regresando al pasado, porque la historia de Besalú se empezó a forjar hace ya muchos años gracias a su situación privilegiada, entre el mar y las montañas, lo que hizo de él un municipio estratégico ya desde antes de tiempos de los romanos. Estos llegaron por el río Fluviá, que hoy abraza el pueblo, y se asentaron cerca de la Vía Annia, que atravesaba los Pirineos. La bautizaron como Bisuldunum, una fortaleza entre dos ríos, el Fluviá y el Capellades, que discurre por la parte baja de la villa.
Besalú dio después la bienvenida a un periodo floreciente, en el que cristianos y judíos convivieron dentro de sus muros. Se calcula que en su judería vivían más de un centenar de familias, entre los que hubo prestigiosos médicos, sastres, comerciantes... Paseando hoy por ella podemos ver, donde estuvo su sinagoga, uno de los tesoros de la localidad, el único miqvé –baño sagrado para purificar el cuerpo en el judaísmo– medieval que existe en España y el tercero de los diez que se han encontrado en Europa.
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Entre los siglos XI y XII se levantó el icono de Besalú: el puente románico que une la villa y la otra orilla del río. Para hacerlo más sólido, se construyó utilizando las piedras del río. Una vez lo atravesamos, en un abrir y cerrar de ojos entraremos de lleno en la Edad Media. Recorriendo uno de los conjuntos históricos mejores conservados de toda Cataluña se irán descubriendo edificios tan interesantes como la iglesia de Sant Pere, que formaba parte del conjunto monástico del mismo nombre, la Casa Cornellà, el hospital de Sant Julià, la iglesia de Sant Viçenc o la sala gótica de la Cúria Reial.
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Y BESALÚ SE RINDIÓ AL CIRCO
¿Qué hace un espacio como este en un lugar así? Podrían pensar muchos visitantes al saber que en él abre sus puertas desde hace unos meses Circusland (circusland.org), el primer museo profesional sobre el circo en Europa. Y tiene su explicación, pues este espectáculo no le es extraño a Besalú, como explica su director, Genís Matabosch: «Muchas de las disciplinas hoy circenses vienen directamente de espacios como las grandes plazas públicas de la Edad Media. Los juglares como prefiguración de los malabaristas o los amaestradores de animales, antecedentes de los domadores».
El museo se levanta sobre la antigua casa del abad de Sant Pere y de la mano de Circus Art Foundation, que celebra uno de los cinco festivales más importantes del mundo, el Festival Internacional Elefant d‘Or, que tiene lugar cada febrero en Girona.
Tras años de estudio y recopilación de material, el espacio nace «con el objetivo de reivindicar el circo como parte integrante de nuestra cultura, en el sentido de que algún día consiga la misma notoriedad social y cultural que merecen otras artes escénicas más respetadas».
¿Qué nos vamos a encontrar en Circusland? Una de las mayores colecciones patrimoniales sobre el circo que hay en el mundo, con miles de piezas que repasan los 250 años de historia del circo moderno, desde que, en 1768, en Inglaterra, Philip Astley popularizara sus acrobacias sobre caballos a trote, hasta el punto de empezar a cobrar entrada para verlos.
Aquí esperan 1500 m2 de exposición repartidos en tres plantas, con varios récords, como la mayor colección de sellos con temática del circo –más de 1000 procedentes de 127 países– o el circo en miniatura más grande del mundo, que a su vez es histórico, porque se trata de una reproducción fiel del circo Gleich, uno de los más grandes y populares de Europa. A partir de ahí, cada una de las salas corresponde a una de las grandes disciplinas de este espectáculo: la comicidad, la acrobacia y la fuerza, los animales artistas, la doma, los malabares, el equilibrismo, la acrobacia aérea y el mundo de la feria.
El circo trasciende hasta su tienda, donde todos los objetos que se venden son de temática circense, y más allá, pues una vez cierra el museo, abre en su jardín Formidable, una coctelería que apuesta por utilizar productos de proximidad, como la ginebra Volcànic o Ratafia Russet, para elaborar sus tragos. Pasen y vean...
SABORES AUTÉNTICOS
Una visita a Besalú no estará completa sin disfrutar a la mesa. Y para ello uno de sus restaurantes más aclamados es Cúria Reial (curiareial.com). Asentado sobre un edificio histórico, que fue palacio de justicia y convento, hoy es un espacio gastronómico que ofrece cocina volcánica y tradicional catalana entre sus muros y en su espectacular terraza con vistas al puente. En su carta no faltan los fessols de la Garrotxa con panceta ibérica y calamares, el magret de pato con peras al vino y foie o el bacalao gratinado con alioli de manzana y ratatouille de verduras.
La hora del vermut se vive en Quina Llauna (carrer d‘Olot, 1), bar de tapas y vermutería, con interesantes referencias para acompañar tablas de quesos y embutidos, bravas, pulpo, torreznos y hasta una fondue y raclette.
¿Y el punto dulce? Paseando por el carrer del Pont Vell, irremediablemente llama la atención un mostrador repleto de dulces. Habrás llegado a Montse L‘Artesana (montse-lartesana.blogspot.com). Churros tradicionales, de chocolate, porras, xuixos rellenos, buñuelos del Ampurdán... productos que llevaron a esta artesana a coronarse como Mestre Xurrer Artesà (maestro churrero artesano). Imposible resistirse.