La espesura boscosa del Parque Natural del Montseny es, desde hace miles de años, pura inspiración para los sentidos. Lo intuyó y reflejó en versos Guerau de Liost, seudónimo del periodista y político Jaume Bofill i Mates, el ‘poeta del Montseny’ e hijo de estas tierras, quien publicó en 1908 La montaña de amatistas, su tributo a los paisajes y la esencia de este espacio que cambia de color al ritmo de las estaciones. Engastado entre las comarcas de Osona, La Selva y el Vallès Oriental, el macizo es un caleidoscopio cromático de tonalidades inverosímiles.
Con semejante tarjeta de presentación, no resulta extraño que, dada la proximidad con la capital, el Montseny sea, como antaño para los marineros romanos que hacían de sus cumbres su referencia desde el mar (de ahí su nombre, Mons Signus), uno de los destinos favoritos de los barceloneses. Para caminar, cuenta con una extensa red de senderos entre riachuelos que llevan, por ejemplo, a cimas míticas como el Turó de l’Home, el pico más alto del macizo, o el Tagamanent, coronado por los restos del castillo homónimo y la iglesia de Santa María. Y para degustar están las propuestas de cocina catalana tradicional de los restaurantes de Arbúcies, Espinelves o Aiguafreda.
Aunque nada como descubrir el Montseny siguiendo la estela del agua, la ‘artista’ que ha cincelado su fisonomía natural. Lo primero es beber, literalmente, de alguna de sus 900 fuentes, a la vez que descubrimos las historias que hay tras ellas. No es casualidad que el 80 % de agua embotellada de Cataluña proceda de este lugar. Ahí está, por ejemplo, la font Bona. A un paso del pantano de Santa Fe, con la carretera BV-5114 como referencia, esta icónica fuente, considerada el nacimiento del Tordera, está rodeada de un hayedo fascinante junto al monasterio de Sant Marçal, del siglo XI. Siguiendo después la GIV-5201 y en dirección a Viladrau, nos toparemos con la de l’Oreneta (de la golondrina), ligada al poeta Guerau de Liost.
En verano, y tras una caminata, los saltos de agua y gorgs (pozas) son la mejor opción para refrescarnos con un baño. Uno de los más fascinantes es el gorg Negre, situado en la riera de Gualba, en la parte central del parque, a cuyas aguas se accede tras una fácil caminata por un bosque de castaños y encinas. En este entorno, nada cuesta imaginar a las dones d’aigua, las ninfas autóctonas extendiendo sus vestiduras la noche de San Juan y encantando a los incautos que se encuentran con ellas.
No son las únicas historias asombrosas que brinda el Montseny. En la fortificación ibérica de la colina del Montgròs o en el castillo de Montsoriu podemos dejar volar la imaginación con leyendas de caballeros y batallas. Otra opción es poner rumbo a los bosques de la mano de Serrallonga, el bandolero más famoso de Cataluña en el siglo xvi y oriundo del Montseny. Partiendo de Viladrau, nos dirigiremos hasta el Mas la Sala, la casa natal del Robin Hood local, siguiendo un recorrido que nos permitirá disfrutar de la riera de l’Erola y el esbelto puente medieval que la salva. Aunque para ruta espléndida, la caminata circular que conecta el Centro de Información de Can Casades, en el valle de Santa Fe, con el pantano del mismo nombre. Un trayecto jalonado por secuoyas gigantescas y centenarios hayedos, testigos silenciosos del magnetismo del Montseny.
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Aprovechando su proximidad, la capital de la comarca de Osona brinda planes para todos los gustos. Un buen inicio es invertir una mañana en clave gourmet en su famoso mercado entre las arcadas de la plaza Mayor. No se quedan atrás las propuestas culturales para descubrir su patrimonio, especialmente la catedral, con las pinturas murales del célebre Josep Maria Sert o el Museo Episcopal (museuepiscopalvic.com).
Guía práctica
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