En los mapas, la estrechísima carretera entre Positano y Vietri sul Mare figura asépticamente como la strada statale 163. Sus vecinos prefieren, sin embargo, llamarla el Nastro Azzurro (cinta azul); un nombre que hace más justicia a esta revirada proeza de la ingeniería mandada construir por Fernando II de Borbón para unir unos pueblos divinos a los que, casi hasta 1850, solo se pudo llegar por mar. Una vez allanado el camino gracias al rey de las Dos Sicilias, la costiera, como en este caso le dicen a la Costa Amalfitana, vio multiplicarse el reguero de artistas que llegaban hasta ella, desde Wagner o Virginia Wolf hasta, en los años locos de la dolce vita, los divos de los estudios romanos de Cinecittà y no pocos de Hollywood.
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Durante estos años dorados, entre las pasadas décadas de los cincuenta y sesenta, fueron sonadas las fiestas en mansiones u hoteles como Le Sirenuse de Positano, el Santa Caterina de Amalfi o el Palumbo de Ravello. O las partidas de póker de Humphrey Bogart y John Huston, quienes junto a Truman Capote se ganaron un puesto de honor en el bar del Caruso. Estos hoteles siguen en pie, recibiendo a celebridades de nuevo cuño. Como siguen donde siempre esos paisajes que retan al vértigo, ese bendito clima y esos pueblos agarrados a las montañas que hicieron al gran mundo fijarse en esta esquina del sur de Italia.
El recorrido podría hacerse a la inversa, pero siempre es mejor ir de menos a más, con el plus aquí de que, avanzando de sur a norte, se conduce pegado a la roca, evitando el vértigo de unas curvas al filo de los barrancos. Muy cerca de Vietri sul Mare, famoso por sus cerámicas, aguarda el pueblito pesquero de Cetara, que lo es por el atún y las anchoas. Como este, también ha sabido quedarse algo al margen de la parte más turística de este tramo costero el siguiente en asomar, Erchie, célebre por el limoncello y las olivas de los campos de alrededor, y por una coqueta playa tirando a pequeña, aunque menos que la mayoría en este litoral de puro acantilado que es la Costa Amalfitana, como las que aparecen por los hermanos Maiori y Minori, tras el espectacular saliente rocoso de Capo d’Orso.
Pronto aparece el desvío a Ravello, donde habrá que empezar a subir para llegar a este aristocrático nido de águilas, perfecto para instalarse un par de días a disfrutar la esencia de este entorno con más calma. De vuelta a la costa, Atrani presume de ser el pueblo más pequeño de Italia. Y tanto es así que, al menor despiste, uno se adentra en Amalfi, otro de los pesos pesados de estos territorios.
Cerca van aflorando nuevas maravillas, como la Gruta Esmeralda, entre la cala del fiordo di Furore y la estampa de postal de Conca dei Marini; el Sendero de los Dioses, que desafía a los más en forma entre las terrazas de Praiano… Y, sí, Positano, cuyas casitas incrustadas a distintas alturas en la roca se reconocen perfectamente en las fotos de aquellos locos y añorados años de la dolce vita. Aunque entonces, en vez de en tonos pastel, fueran en blanco y negro.
No dejes de... Explorar los alrededores de la Costa Amalfitana
A tiro de piedra de la costiera quedan algunos de los lugares imprescindibles del sur de Italia, como Nápoles, a la que dedicar al menos un par de días para disfrutar del derroche barroco de sus iglesias y palacios, incluso en sus barrios más auténticos. También merece la pena visitar la ciudad de Pompeya (en la imagen) y, si se tiene más sed de ruinas, las de Herculano. Además de descubrir las islitas de Ischia y Procida, menos conocidas que su hermana mayor, Capri, otra meca de celebridades de ayer y hoy.
Guía práctica
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