El 8 de septiembre de 1645, Quevedo moría en Villanueva de los Infantes y era sepultado en la iglesia parroquial con espada, espuelas de oro y el hábito de caballero de Santiago. Es el mismo pueblo –en el centro de la comarca cerealista, vinícola y olivarera del Campo de Montiel– en el que don Quijote corrió buena parte de sus aventuras. Siempre se pensó que aquel lugar de La Mancha del que Cervantes no quería acordarse era Argamasilla de Alba, pero en 2004, coincidiendo con el cuarto centenario del Quijote, un equipo científico de la Universidad Complutense determinó que era Villanueva de los Infantes. Desde luego, aquí no faltan las moradas hidalgas, como aquella en la que podría haber vivido en la realidad don Alonso Quijano, porque tiene más de 200 casas blasonadas, más que en ninguna otra población de La Mancha.
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UNA PLAZA MONUMENTAL
Como cuadra en una villa tan noble, la plaza Mayor de Villanueva de los Infantes es de lo más monumental. Está flanqueada por dos arcadas de piedra arenisca y a ella se asoma la iglesia de San Andrés Apóstol, con su majestuosa fachada. Rodeando el templo, se descubre, frente a la puerta norte, el hospital de Santiago, recuerdo de los días en que la orden señoreaba desde esta villa medio Ciudad Real, Albacete, Murcia y Jaén. Y cerca de la oeste, la Alhóndiga, un edificio del siglo XVI destinado a casa de contratación, con un patio de columnas de un metro de diámetro y un cartel de 1719 avisando que también fue cárcel.
DE CASONA EN CASONA
Entre la calle de Cervantes, que es la principal de la localidad, y la paralela de Santo Tomás, se concentran las casonas más notables: la del Arco, que fue del virrey de México; la de los Estudios, con un patio bordado de pilares enanos; la del Caballero del Verde Gabán, descrita por Cervantes en la segunda parte del Quijote... Por doquier, escudos que miran a la derecha o a la izquierda, según el propietario de la casa fuera descendiente legítimo o bastardo. Entre tantos vestigios del pasado sorprende hallar, en el número 13 de la calle Cervantes, un pequeño museo de arte contemporáneo, El Mercado, que atesora obras de Miró, Canogar, Genovés, Barceló, Eduardo Arroyo, Úrculo, Uslé, García Rodero y Ouka Lele.
Ambas calles van a morir junto al antiguo convento de Santo Domingo, donde a su vez lo hizo (morir) el literato, político y caballero santiaguista Francisco de Quevedo.
Pero Villanueva de los Infantes es también heredera de la Jamila romana y medieval, cuyos restos afloran junto al santuario de Nuestra Señora de la Antigua, en un paraje con pinos y mesas donde sentarse a comer. No lejos de allí, un puente romano de 300 metros observa con sus cinco ojos el curso desviado del Jabalón.
SI QUIERES IR MÁS ALLÁ
Próximo, a 18 kilómetros de Villanueva de los Infantes está Torre de Juan Abad, de la que fue señor Francisco de Quevedo y donde podemos visitar la casa-museo. Un poco más lejos, a 27, se encuentra San Carlos del Valle, uno de los pueblos más bellos de Ciudad Real, conocido como el Pequeño Vaticano por su plaza monumental y su iglesia barroca. Y a 30, lindando con la provincia de Albacete, el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera.
CASONAS PARA QUEDARSE A DORMIR
La Morada de Juan Vargas (lamoradadevargas.com) es un cuidado hotel boutique que ocupa una casa de siglo XVI con vistas a la plaza Mayor. Otra típica vivienda, con patio, fuente y bodega acoge La Casona del Abuelo Parra (abueloparra.com).
SABORES MANCHEGOS
Decidido a rescatar viejas recetas del Campo de Montiel, Jaraíz (De la Fuente, 11) ofrece platos clásicos manchegos. A esto se añade platos de nueva factura y un amplio surtido de postres artesanos. Las especialidades de El Parador (Rey Juan Carlos, 3) son el pisto, el asadillo, las mollejas de cordero y la ensalada de perdiz. Y un lugar con encanto es La Fonda de Quevedo (Quevedo, 18), de recetas tradicionales y con una amplia carta de vinos.