Dos colores pintan el paisaje de la Serranía de Guadalajara , el negro y el verde. El primero es el de la arquitectura de sus pequeños pueblos –ninguno alcanza las 150 almas–, con sobrias construcciones de pizarra de hace siglos integradas en la naturaleza circundante; el segundo, el de este abrupto y despoblado territorio que se extiende por el macizo de Ayllón, en la esquina de la provincia donde se une a las de Segovia y Madrid.
Para ti que te gusta
Lee 8 contenidos al mes solo con registrarte
Navega de forma ilimitada con nuestra oferta
1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
En Cogolludo, que fue un pueblo importante, como desvela el elegante palacio de los Duques de Medinaceli, decimos adiós a la Campiña, y en Tamajón, a una veintena de kilómetros, damos la bienvenida a este enclave serrano que se va descubriendo sin perder de vista el pico Ocejón, referente de la ruta.
Aunque cuenta con un monumental palacio renacentista –el de los Mendoza– y una iglesia de considerables proporciones, Tamajón no tiene el encanto de otras localidades serranas, pero es un lugar clave en el recorrido. A pocos kilómetros de él, en dirección al embalse de El Vado, quedan las evocadoras ruinas del monasterio de Bonaval. Desde aquí también parten las dos rutas que van enhebrando el conjunto de pueblos negros que aspiran a formar parte del Patrimonio Mundial.
Para conocer los que quedan en la ladera este del Ocejón, debemos dejar atrás la pequeña ciudad encantada de Tamajón y la ermita de los Enebrales, y enfilar hacia el norte. La carretera de montaña se enreda en algún tramo antes de llegar a Campillejo, el primer muestrario de arquitectura negra, con sus típicas construcciones de gruesos muros, tejados y pavimentos de lajas de pizarra preparadas para resistir el clima severo de estas altitudes. Nada desentona en el conjunto. Tampoco en Campillo de Ranas –el núcleo principal– ni en sus otras pedanías: El Espinar, Robleluengo, Roblelacasa –donde arranca una de las rutas senderistas más recomendables de la sierra, la cascada del Aljibe– y los despoblados de La Vereda, El Vado y Matallana.
El final de la carretera lo marca Majaelrayo, en las faldas del Ocejón. Al otro lado aguarda el pueblo con más encanto: Valverde de los Arroyos, aunque para llegar a él será necesario retroceder hasta Tamajón y seguir hacia Almiruete y Palancares, también con buenas muestras de arquitectura típica. De Valverde atraen sus casas de pizarra negra con ese peculiar tinte dorado que le aporta una cuarcita que refleja los rayos del sol, la iglesia, la plaza mayor y las Chorreras de Despeñalagua, donde las aguas de un afluente del río Sorbe dan un gran salto –en realidad son tres consecutivos– de 80 metros desde una pared rocosa.
La solitaria carretera avanza y tras Umbralejo –otro bello ejemplo de arquitectura negra recuperado como pueblo-escuela–, regala nuevas panorámicas de la sierra de Ayllón antes de llegar al castillo de Galve de Sorbe y a Cantalojas, el último pueblo de la ruta. A quien ha llegado hasta aquí solo le queda por descubrir el hayedo de Tejera Negra. Pintado de verde en primavera o de ocre en otoño, no se nos ocurre un final más excepcional. Ni más feliz.
No dejes de...
Subir al pico Ocejón. Si hay una ruta senderista clásica en Guadalajara es la que lleva hasta esta imponente montaña, la más alta y emblemática de la sierra, a la que cariñosamente llaman el Padre Ocejón o el Cervino manchego. A su cumbre, a 2048 metros de altura, podemos ascender, bien desde el pueblo de Majaelrayo (12 kilómetros ida y vuelta), por el sendero PR-GU 01, o desde Valverde de los Arroyos. O empezar en un punto y acabar en el otro. Desde lo alto se contemplan unas vistas inmejorables de toda la sierra de Ayllón y hasta de las torres de Madrid en días claros.
Guía práctica
Guía práctica