Como un libro de historia, Tarragona ofrece un viaje en el tiempo único por la que fue la Hispania Citerior en época romana. Discurre por el tramo costero que se extiende de Roda de Bará a la playa de la Almadraba, en Hospitalet de l’Infant, entre calas, bosques de pinos e interminables arenales dorados. No tiene pérdida, solo hay que seguir la carretera N-340 para descubrir su rico patrimonio histórico y natural. Iniciamos este itinerario en el Arco de Bará, un portal espectacular construido en honor del emperador Augusto a finales del siglo i a. C. y situado en la mismísima Vía Augusta. Después de detenernos frente a él, nada mejor que acercarse a las cercanas playas de Comarruga, Torredembarra o El Vendrell y disfrutar luego de una comida frente al mar en alguno de los restaurantes del pueblo marinero de Roc de Sant Gaietà.
Lo cierto es que, desde que se instalaran en la península, los romanos dieron muestras de ser unos bon vivants. Para comprobarlo solo hay que seguir unos kilómetros más hasta la villa medieval de Altafulla, donde se encuentra la villa de Els Munts. Pocas expresiones más evidentes del lujo de las villae rústicas romanas que esta. Con el Mediterráneo a unos metros de sus termas y mosaicos, es fácil imaginar a los que, a mediados del siglo ii, fueron sus propietarios, Caius Valerius Avitus –un alto cargo de la administración de Tarraco– y su esposa Faustina, paseando por los jardines antes de disfrutar de una sesión de spa. Para emularlos hoy en día nada mejor que un baño en la deliciosa playa de Altafulla, con el castillo de Tamarit recortándose en el horizonte.
Pero el verdadero pasado romano de este litoral se muestra en Tarragona, la imperial Tarraco. Declarada Patrimonio de la Humanidad, en este museo arqueológico al aire libre sobran las propuestas: recorrer sus murallas, sentarse en las gradas del anfiteatro al atardecer, descubrir los restos del circo, visitar la catedral, ubicada donde se alzaba el recinto de culto en época imperial... Sin olvidar sus nueve playas y calas (playa Llarga, del Miracle, dels Capellans...) y descubrir los sabores mediterráneos en el barrio de pescadores de El Serrallo.
La ciudad es también el mejor punto de partida para explorar otros atractivos romanos cercanos próximos a playas y calas inolvidables. Ahí está la Torre de los Escipiones, monumento funerario a seis kilómetros de la ciudad y a un paso de la Cala Fonda, la villa altoimperial de Centcelles, o el acueducto de Les Ferreres.
Al enfilar hacia el sur, el último tramo del viaje, surgen las playas de Cambrils y el perfil costero de Mont-roig del Camp, es decir, Miami Playa. O los ecos de la villa romana de Calípolis, en Vila-seca, con su privilegiada ubicación a un paso de la playa de La Pineda, un arenal de tres kilómetros de aguas tranquilas y transparentes. Este periplo romano acaba en Hospitalet de l’Infant, que la Vía Augusta atraviesa como hiciera hace dos milenios. Es el mejor colofón, no solo para conocer sus orígenes, también para disfrutar de dos de sus joyas naturales: la playa del Torn, un clásico del naturismo, o la deliciosa de la Almadraba.
No dejes de... Descubrir el Bosque de la Marquesa
A 15 minutos de Tarragona se encuentra uno de los rincones mediterráneos más bellos y prístinos de la provincia gracias a su conservación. El camino de ronda que arranca en la Torre de la Mora se adentra en la espesura de este bosque de pinos blancos y carrascos, sabinas, encinas, madroños y lentiscos, que, de vez en cuando, abre un mirador natural sobre el Mediterráneo. Entre sus joyas: la playa de Calafonda –conocida popularmente como Waikiki– y la Cala de la Roca Plana (o Calabecs), dos de los arenales más bellos de este litoral.
Guía Práctica
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