Las subbéticas son unas serrezuelas repletas de atractivos: rubias crestas calizas, pueblos blancos, olivares, castillos árabes, fuentes, templos barrocos... Hasta los puentes de hierro del antiguo Tren del Aceite son bonitos. Para comprobarlo, damos una vuelta a estas montañas en sentido contrario a las agujas del reloj, empezando por Almedinilla, donde hay un poblado íbero y, sobre todo, una magnífica villa romana. En esta casa se ha hallado un bronce que se cree representa a Hypnos o Somnus, el dios grecorromano del sueño.
A diez kilómetros a poniente de Almedinilla está Priego de Córdoba . Y en él, el barrio de la Villa, con sus calles blancas cubiertas de macetas floridas y su balcón del Adarve, donde la población se asoma a un cortado impresionante. Lo más asombroso, sin embargo, es la fuente del Rey, que arroja sus aguas cristalinas por las bocas de 139 mascarones de piedra caliza.
Preciosa es la carretera de montaña que lleva desde Priego, atajando por las dos Zagrillas (Baja y Alta), Esparragal y Luque, hasta Zuheros. Sujaira, ‘la roca inexpugnable’, llamaron los árabes a este nido de águilas que tiene el castillo más roquero de la provincia y el caserío más impecable. Antes que los musulmanes, se encapricharon del lugar los cavernícolas que llenaron de cabras pintadas la cueva de los Murciélagos. Los que ahora andan embelesados por este entorno son los senderistas que caminan por el cercano cañón del río Bailón.
El viaje lleva después a Doña Mencía, donde Juan Valera escribió y ambientó varias de sus novelas. Luego a Cabra, la patria chica del escritor, con un santuario en lo alto del monte dedicado a la Virgen de la Sierra desde el que se ve media España. Y a continuación, a Lucena, villa de gran tradición alfarera y espléndido pasado judío, que atesora una de las joyas del Barroco cordobés, la capilla del Sagrario de la parroquia de San Mateo, además de un castillo, el del Moral, donde estuvo encerrado Boabdil, el último sultán de Granada.
Atravesando 20 kilómetros de olivares, llegamos a Rute, famoso no solo por el aceite, que es excelente en toda la comarca, sino por el aguardiente. En el Museo del Anís, en las destilerías Duende, se exhiben alambiques de cobre del siglo xix, trujales donde aún maceran guindas y endrinas, un despacho de licores a la antigua usanza y vitrinas llenas de curiosidades, como las botellas que se sirvieron en la boda de los reyes Felipe y Letizia. En Rute hay otro museo del aguardiente anisado y cuatro más dedicados al jamón, al azúcar, al turrón y al chocolate.
En el extremo sur de la comarca está Iznájar, otro nido de águilas como Zuheros, pero este rodeado por las aguas represadas del río Genil, que forman el mayor embalse de la región. En la parte alta, junto a la iglesia, se halla el patio de las Comedias, una placita repleta de macetas azules desde donde se ve el pueblo blanco y el llamado ‘lago de Andalucía’, que tiene en su cementerio un excelente mirador.
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Sigue el trazado del antiguo Tren del Aceite durante 65 kilómetros, pasando por hermosos parajes naturales, puentes y estaciones. En la de Luque, hoy un bar-restaurante, se puede comer en los viejos vagones. Y en la de Cabra es posible ver una locomotora de vapor Mikado.
Guía práctica
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