Si en la sierra de Albarracín no hubiera nada más que la villa homónima, situada como está en una cerrada curva del río Guadalaviar, con su larguísima muralla y su casa de la Julianeta inclinándose junto al arco del Portal de Molina, este ya sería un magnífico viaje. Pero en la sierra hay mucho más. Lo primero es pasear por ese conjunto maravilloso de arcos, pasadizos, costanillas y casas del color rojizo de la tierra que conforman el pueblo y admirar su muralla, la torre del Andador, las casas que se apiñan en la plazuela de la Comunidad, la catedral, el castillo y la torre de doña Blanca, donde la leyenda dice que pena el alma de una infanta aragonesa que murió encerrada en ella y que en las noches de luna llena baja a darse un baño en el río. Una vez admirado todo ello es momento de recorrer la sierra.
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Partimos de Albarracín por la carretera de Bezas y enseguida nos adentramos en el Paisaje Protegido de los Pinares de Rodeno, un fabuloso enclave de piedra arenisca roja lleno de barrancos, oquedades, pinos rodenos o resineros y, sobre todo, pinturas rupestres, una de las mayores concentraciones del sur de Europa.
Insólita es la laguna de Bezas, un humedal de cuatro hectáreas, que en primavera y verano tiñe de rojo esa planta acuática llamada espiga de agua y donde pueden verse ánades reales, zampullines chicos, fochas comunes, pollas de agua, garzas reales, e incluso alguna que otra cigüeña negra y focha cornuda.
El road trip serrano gira a poniente y, pasando por Valdecuenca, Toril y Masegoso, nos lleva hasta la cascada del Molino de San Pedro. Hay que prestar atención cuando la carretera cruza el río Cabriel. Trescientos metros más allá del puente, se toma un desvío señalizado y enseguida aparece la cascada, con su enorme poza labrada por las aguas en la roca caliza, junto a los restos del antiguo molino. El salto mide unos ocho metros y permite colarse por detrás de la cortina de agua sin mojarse para contemplar, desde otro ángulo, la charca verde esmeralda.
Vista la cascada, volvemos a Masegoso y Toril para continuar ahora por Terriente y Royuela rumbo a Calomarde. Dos kilómetros antes de llegar a esta, veremos señalizada la cascada del Molino Viejo o Batida, de diez metros de altura, desnivel que era aprovechado antaño para proporcionar energía motriz a un molino. Para verla no hace falta casi andar. Sí hay que hacerlo, en cambio, para recorrer desde Calomarde la ruta del barranco de la Hoz, una senda espectacular que cuenta con pasarelas metálicas para poder caminar donde solo hay roca vertical y agua helada y avanza unos metros por encima del río Blanco, afluente del Guadalaviar. Es como ir volando por el cañón, igual que lo hacen a más altura los buitres leonados. Y no tiene ningún peligro.
En Frías de Albarracín, el último pueblo de la ruta, nace el río más largo de España: el Tajo. En el paraje de Fuente García, el punto exacto, un monumento lo celebra. El río aquí es poca cosa, pero a su vera hay pinares, praderas, mesas y bancos para comer de pícnic y luego echarse una siesta y soñar con el largo viaje que le queda hasta Lisboa, ¡más de mil kilómetros!
No dejes de...
Admirar los Toros del Prado del Navazo. A cuatro kilómetros de Albarracín encontraremos un aparcamiento con paneles informativos y sendas señalizadas que llevan, sin alejarse mucho del coche, hasta pinturas rupestres tan excepcionales como la más bella del Paisaje Protegido de los Pinares de Rodeno. Una manada de grandes astados blancos acechados por varios arqueros diminutos. Se ven pocos toros blancos en el mundo real, pero aquí usaban siempre pintura de ese color, algo insólito en el arte rupestre levantino. En la imagen, el abrigo La Cocinilla del Obispo.
Guía práctica
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