Entrar en el Palacio Real de Bangkok es asomarse, entre el asombro y la sorpresa, a la cultura y la historia de Tailandia. En este conjunto tan vistoso como irreal se camina entre templos protegidos por campanillas, figuras gigantescas de caras monstruosas y demonios que sujetan cúpulas doradas. La capilla del Buda Esmeralda guarda la imagen más venerada del país, un talismán que asegura el poder mágico del rey y simboliza la independencia y la buena fortuna de sus súbditos. En sus pinturas murales se despliegan decenas de escenas del Ramakien, la epopeya nacional. Muy cerca aparece Wat Pho, el templo más antiguo, famoso, sobre todo, por su Buda reclinado de 46 metros, el más grande del reino.
Al otro lado de la calle, en Lak Muang, se encuentra la piedra fundacional de la ciudad y el hogar de sus espíritus invisibles. Como estos tienen la facultad de garantizar los deseos de los fieles y la salud de los niños, además de dar suerte en la lotería, es uno de los templos más activos. También de los mejores lugares para contemplar el espectáculo de las danzas clásicas. Allí, entre música y ofrendas, apenas se siente el bullicio de la vida moderna de la gran capital.
En este templo que marca el kilómetro 0 de las carreteras tailandesas iniciamos la gran ruta cultural hacia Chiang Mai, que va desvelando la historia del país. En realidad, Bangkok es una ciudad joven, con apenas 250 años. Hasta mediados del XVIII, la ahora inmensa y moderna capital era un pequeño puesto comercial, una especie de puerto de la capital real, Ayutthaya, que se encontraba a unos 75 kilómetros río arriba, remontando el Chao Phraya.
Ayutthaya fue la capital de un reino que, en buena medida, coincide con la Tailandia actual. En esa época, entre los siglos XV y XVIII, era una de las ciudades más ricas, pobladas y poderosas del mundo. De esta quedan, sobre todo, los templos, que guardan estatuas de Buda adornadas con cintas de colores y guirnaldas de flores. Al deambular por el recinto veremos a monjes vestidos con sus túnicas de color azafrán pegar en ellas panes de oro, en un gesto de veneración que ha permanecido inmutable durante siglos. Hay que seguirlos en sus peregrinaciones en busca del Buda de 19 metros de Wat Phanan Choeng y, por supuesto, de la cabeza de Buda que está rodeada por una higuera de Bengala. Está ahí, en una esquina de Wat Phra Mahathat, y se va elevando imperceptiblemente a medida que va creciendo el árbol, en una pequeña pero sugestiva unión de arte y naturaleza.
El camino que mira hacia atrás en la historia continúa 350 kilómetros más al norte. Sukhothai fue la capital de un imperio anterior que se extendía por lo que ahora es Tailandia, pero también Myanmar y Laos. En los templos vuelven a aparecer las estatuas de Buda, algunas gigantescas y otras mínimas, siempre elegantes, con formas sinuosas que materializan una sensibilidad religiosa y un refinado gusto estético. También se camina entre chedis (estupas) apoyados sobre ejércitos de elefantes , canales que rodean altares y palacios que, en otro tiempo, cobijaron reinas. Lugares donde se ha meditado durante siglos y, también, donde se han celebrado fiestas.
A unos 300 kilómetros al norte se llega a Chiang Mai, la segunda ciudad más poblada de este país asiático. Es una urbe moderna que, como todo el país, se ha desarrollado muchísimo en los últimos lustros. Pero la parte antigua, un cuadrado delimitado por canales, conserva todavía su antigua esencia. Al caminar por sus calles se descubren retazos de la antigua arquitectura, con sus casas de madera, sus patios sombreados por enormes árboles tropicales y, sobre todo, los grandes templos, muchos de los cuales son actualmente florecientes centros religiosos.
El templo de Doi Suthep, en una colina cercana y al que se puede subir por una escalinata de 300 escalones flanqueada por dos dioses-serpiente, ofrece una vista espléndida sobre las montañas más altas del país. Más allá se extiende el Triángulo de Oro, donde habitan las tribus montañesas que ofrecen otra faceta de la riqueza cultural de Tailandia.
No dejes de...
Descubrir la Tailandia más natural. Un desvío de la ruta cultural lleva a Khao Yai, un parque nacional de más de 2000 km2 con curiosas formaciones de roca calcárea y en el que abundan las cascadas. En los bosques se esconde una variada fauna salvaje y, de hecho, es uno de los escasísimos lugares del país en el que hay tigres. A 120 kilómetros de Bangkok, la Unesco lo ha inscrito, junto a la vecina zona de Dong Phayayen, en la lista del Patrimonio Mundial.
Guía práctica
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