Benidorm es la ciudad del mundo con más rascacielos por metro cuadrado después de Nueva York. Por eso se la conoce como Beniyork o el pequeño Manhattan del Mediterráneo. Encabeza la lista el rascacielos Intempo, el residencial más alto de España, de 198 metros, seguido por el Bali, de 186, que es el hotel más elevado de Europa. Ambos gozan de unas vistas privilegiadas del skyline de Benidorm, de sus dos playas, su islote y las montañas circundantes. El primero es privado, pero al segundo podemos subir en ascensor hasta su mirador para ‘tocar’ el cielo.
Sin bajarnos del coche ni alejarnos de la ciudad, o muy poco, se alcanza la Serra Gelada, la sierra costera que se levanta al este. El primer parque marítimo-terrestre de la Comunidad Valenciana abarca 5564 hectáreas, de las que 4920 corresponden al medio marino, el cual alberga grandes praderas de posidonias y una de las pocas poblaciones de delfines mulares del litoral peninsular. Desde la cruz que corona la primera cima se ve Benidorm como desde un helicóptero. Una carretera cerrada al tráfico permite ir caminando en poco más de media hora desde la playa de Levante hasta la Torre de les Caletes, en la punta de Cavall, para contemplar los acantilados de 300 metros de altura.
Muy cerca queda el Puig Campana, la montaña litoral más alta de España: 1408 metros. Dice la leyenda que la característica brecha de su cresta se la hizo el gigante Roldán dándole sin querer un espadazo. El pedrusco que salió despedido es la isla de Benidorm. Lo que no es leyenda es que desde ella se alcanza a ver con unos prismáticos la isla de Mallorca, a 250 kilómetros de distancia.
Lo de subir al Puig Campana desde Finestrat es optativo, porque exige esfuerzo, pero lo que no cuesta nada es dar una vuelta en coche por la sierra de Aitana, la que se yergue al norte, pasando por Sella, Penáguila, Confrides, Guadalest, Callosa d’en Sarrià, Polop de la Marina y La Nucía. A lo largo de 100 kilómetros tendremos otras ocasiones para pasear y hacernos selfis, la mejor de todas, en Guadalest. Y la segunda, en Callosa d’en Sarrià, donde el río Algar, al poco de nacer, atraviesa un paraje más tropical que mediterráneo, lleno de límpidas pozas y atronadoras cascadas, además de media docena de restaurantes donde comer paella.
En lugar de volver directamente de Callosa d’en Sarrià a Benidorm por las bonitas localidades de Polop y La Nucía, podemos dar un pequeño rodeo para visitar la aún más bonita Altea. Sus callejuelas, llenas de recovecos y miradores, han atraído desde hace décadas a pintores: Benjamín Palencia, Eberhard Schlotter, Antoni Miró... Numerosas galerías, estudios y espacios expositivos mantienen viva su herencia. Hay que pasear por las calles que rodean la iglesia, buscar las puertas de la antigua muralla e ir mentalizados para subir cuestas como la Costera del Mestre la Música, con 255 escalones de oscura piedra de Les Quintanes.
No dejes de...
Hacer un alto en Guadalest. Este pueblo encastillado en una peña de la sierra de Aitana se ha conservado tal y como lo dispusieron los árabes. Solo tiene acceso por un portillo horadado en la roca. Intramuros se apiñan las casas del pueblo antiguo, las cruces del cementerio y ocho museos, para todos los gustos. Imprescindible es la visita a la Casa Orduña, porque, además de lo que guarda, da acceso al castillo y a las mejores vistas.
Guía práctica
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