Que las geishas no son un mito es algo que se aprende en Kioto cuando uno se pierde por el barrio de Gion. Basta con recorrer el mítico callejón de Hanamikoji para vislumbrar su silueta esquiva a la luz de los farolillos rojos. Aquí donde los ritos y ceremonias dan cuenta de una cultura milenaria, encontramos el Japón que todo el mundo identifica: el del orgulloso latido imperial en la que fuera la capital del país durante más de once siglos. Kioto es la ciudad de los quimonos y las casas de té, de los armoniosos jardines y las enseñanzas zen, de los destellos de una tradición ancestral que, como las geishas, se esconde detrás de los muros o las puertas de madera. La espiritualidad que emana de sus más de dos mil templos y santuarios hacen de ella un manantial de sabiduría oriental, con 17 monumentos Patrimonio de la Humanidad.
Nadie que visite esta ciudad, emplazada a unos 500 kilómetros de Tokio, debería perderse el Pabellón Dorado o Kinkaku-ji, del siglo XIX, pero reconstruido tras un incendio en 1950. Su idílica imagen sobre un lago, que devuelve los reflejos de oro, lo convierte en uno de los favoritos junto a Kiyomizu-dera, alzado sobre una estructura de madera que ejerce de mirador. Desde aquí se divisa la exuberante vegetación del recinto y la fuente de Otowa-no-taki, donde los viajeros beben agua sagrada para asegurarse la salud.
Más al norte, hacia el santuario Yasaka, aparece el Kioto más antiguo, el de los barrios de las machiyas, casas tradicionales de madera. Podemos dar un paseo antes de dirigirnos al complejo de Nanzen-ji, al que se accede por la majestuosa puerta de San-mon. Un lugar perfecto para explorar cada uno de los subtemplos y después abordar el Camino de la Filosofía (Tetsugaku no michi), la refrescante ruta de dos kilómetros que discurre paralela a un canal. En primavera, con los cerezos en flor, y en otoño, con los arces encendidos en rojo, es especialmente fotogénico.
Otro prodigio arquitectónico es el que encontramos en el templo To-ji, en el que se yergue la pagoda más alta de todo Japón y, probablemente, la más hermosa. En sus inmediaciones, los días 21 de cada mes, se organiza el mercadillo de Kobo-san, con un animado ambiente. Muy diferente al que se vive en el templo Ryoanji, donde se esconde el jardín zen más visitado de la ciudad. Con sus piedras, musgo y arena rastrillada, aquí lo que prima es el recogimiento, la meditación y la búsqueda de la paz interior. Si lo que queremos es un recinto menos concurrido, lo suyo será ir a Sanjusangen-do para descubrir su secreto: un largo pabellón de madera en el que pueden verse 1001 estatuas de una deidad budista talladas al detalle en hipnótica repetición.
En Kioto, el maratón de templos puede llegar a abrumar, por lo que conviene compensar con otros monumentos civiles. Por ejemplo, el Palacio Imperial, con unos jardines extraordinarios, o el castillo de Nijo, en cuyos interiores, revestidos de tatamis y puertas de papel de arroz, destacan los “suelos del ruiseñor”, así llamados porque, al pisarlos, producen un sonido similar a su canto.
Pero si hay un lugar que no se puede pasar por alto es el enigmático Fushimi Inari, emplazado a las afueras de la ciudad. Una sucesión de templos en zigzag que se extienden a lo largo de un sendero flanqueado de torii. Aunque pocos saben que su razón de ser es el culto a la prosperidad, resulta imposible no contagiarse de la magia de este túnel infinito que es como un pasadizo hacia ninguna parte.
No dejes de...
Atravesar el bosque de bambú de Arashiyama. Este barrio del oeste de Kioto, emplazado al pie de las montañas y bañado por el río Hozu, alberga el santuario vegetal más bello y místico de todo Japón. Sumergirse en este encantador bosque de bambú, cuyos tallos se mecen al son del viento mientras la luz se cuela a fogonazos, no solo supone depurar el alma según la filosofía nipona, sino también disfrutar de una belleza única, que se combina con varios templos repartidos por la zona y la cautivadora villa de Okochi-Sanso. Eso sí, al ser uno de los lugares más fotografiados, conviene madrugar.
Guía práctica
Guía práctica