Seguramente, El Toboso sería un pueblo más de Toledo si la novela cervantina no hubiera puesto sus ojos en él, pero quiso el escritor ambientar su obra en lugares reales y reconocibles y fue este lugar –hito de la Ruta del Quijote– el elegido, cuyo recuerdo pervive por los siglos de los siglos. Siguiendo a Dulcinea vamos caminando por sus calles, cuyos nombres delatan el carácter literario del pueblo. En las placas de las esquinas se rinde tributo a las más grandes figuras de la escritura castellana y universal, de Antonio Machado a León Felipe, de Miguel Hernández a Jorge Manrique, de Juan Ramón Jiménez a Rubén Darío... Naturalmente, don Quijote de La Mancha tiene su propia calle en El Toboso. Y en el número 1 de esta, como no podía ser de otra manera, encontramos la Casa-Museo de Dulcinea. «Tenga vuestra merced la cortesía de entrar a esta mi casa, que yo le enseñaré sus secretos y le prepararé unos buenos duelos y quebrantos». Hoy, en ella no espera con sus exquisiteces la labradora Aldonza Lorenzo, pero todos sus rincones recuerdan a su propietaria.
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De época de Cervantes data la casona típica de labradores manchegos que acoge la casa-museo y perteneció a doña Ana Martínez Zarco de Morales, personaje que pudo haber inspirado la figura de Dulcinea. La visita por su interior, con dos plantas y torreón, descubre sus distintas dependencias: la cocina, la almazara, la bodega, el palomar, los espaciosos patios y los corrales. Sobre su portada con dovelas adinteladas, un par de escudos pertenecientes a la familia Martínez Zarco. Y frente a ella, un pequeño comercio, La Aldaba, donde además de hacernos una idea de de la vida cotidiana de los personajes de la novela de Cervantes, podemos comprar un pequeño recuerdo artesano.
Sorprende encontrarse en el paseo por El Toboso que sigue el relato quijotesco una serie de pasajes de la novela escritos en las paredes con letras metálicas. El que nos viene a la cabeza es aquel que reza «con la iglesia hemos topado» al llegar al templo parroquial de San Antonio Abad, considerado «la catedral de La Mancha». Una sólida construcción gótica, de planta cuadrada, con tres naves iguales y bóveda de crucería, a la que se incorporaron diferentes elementos en el siglo XVII y en la que Cervantes sitúa a Dulcinea rezando.
DEL MUSEO CERVANTINO AL MUSEO DEL HUMOR GRÁFICO
Junto a la iglesia y la plaza mayor, típicamente manchega, con una escultura dedicada a Don Quijote y Dulcinea se halla el Museo Cervantino, que alberga una importante biblioteca, con una colección de 200 ediciones del Quijote escritos en diferentes lenguas y con dedicatorias firmadas por grandes personalidades, desde Nelson Mandela a Mussolini. Cerca queda, y también imprescindible, el Museo de Humor Gráfico Dulcinea, en el que podemos contemplar 90 ilustraciones dedicadas a la amada de Alonso Quijano, entre ellas, las de Mingote, Mendi o Peridis.
Después de admirar la portada de la iglesia del convento de las monjas franciscanas, del siglo XVI, en la plaza de la Constitución, vemos el convento de las Trinitarias, una construcción sencilla, sólida y austera, de estilo herreriano, con un claustro central, iglesia barroca y un museo que acoge una buena colección de pinturas e imaginería.
Pero la ruta literaria, más allá de sus hitos conocidos, continúa admirando las casas típicas de los siglos XVII y XVIII que asoman a sus calles, con fachadas de mampostería y sillares en las esquinas, patios y suelos de guijarro. No hay que perderse la puerta ojival, resto de la vieja muralla, así como la ruta de los pozos –el de la Gascona, el de la Torre...– Y, sobre todo, seguir descubriendo rincones de El Toboso mientras dejamos volar la imaginación, como haría el mismísimo Cervantes.
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