Afortunadamente no está reñida la Istria azul de playas frente al Adriático, puertos pesqueros y pueblitos ribereños, con la menos conocida Istria verde del interior. Adornada de aldeas medievales que entre olivos, viñedos y cipreses coronan sus colinas, esta región montañosa es, sobre todo, la que le ha otorgado a esta península a medio camino entre Venecia y Zagreb el sobrenombre de la Toscana croata. Hasta mediados del siglo XX Istria perteneció a los italianos, por eso buena parte de su población sigue siendo bilingüe; todo un alivio para no tener que vérselas con las endiabladas encadenaciones de consonantes que se gasta la lengua croata.
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Si por la costa sería un pecado perderse el pueblito fortificado de Rovinj, los yacimientos romanos de Pula –además de su casco viejo peatonal con su una y mil veces fotografiado Anfiteatro, donde en verano asistir a un ballet, un concierto o una representación de primer nivel en el mismo lugar donde en tiempos de Vespasiano luchaban los gladiadores– o tesoros de la talla de la Basílica Eufrasiana de Porec –reconocida como Patrimonio de la Humanidad–, tierra adentro tampoco desmerecen sus mejores villas. Quedan tan a mano que un día bien aprovechado bastaría para enlazar las esenciales por carreteritas secundarias, sobre las que despuntan los campaniles de alguna aldea de aire, cómo no, muy italiano. Incluso muchas presumen de sus nombres a dos bandas, como las más más famosas y absolutamente imprescindibles Groznjan –o, lo que es lo mismo, Grisignana– y Motovun o Montona.
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VILLAS DE ARTISTAS Y CULTO A LA TRUFA
Aunque admirarlas desde las alturas de un globo aerostático es quizá la experiencia más insólita que facilitan muchos alojamientos de la zona, lo más habitual será ponerse al volante para ir desvelando los secretos a la península. Rodeada de un verdor asombroso descuella sobre los valles la villa de artistas de Groznjan, cuyos abigarrados tejados, abrazados por sus murallas, dibujan un redondel casi perfecto, y, muy cerca, las también medievales Brtonigla y Buje.
Mientras que hacia el interior aparece la más impresionante atalaya amurallada de Motovun, rematada por la torre veneciana que sobresale por encima de su delicioso casco viejo, e incluso maravillas algo más alejadas como los minúsculos pueblos de Hum y Roc o Buzet, la capital de la trufa, reina y señora de la gastronomía local, con permiso del prsut, la versión croata del ibérico.
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EL VIAJE
A Pula, el aeropuerto principal de Istria, se puede llegar desde varios puntos de España, aunque con escala, a través de compañías como Norwegian. También a Venecia, que conecta igualmente con el aeropuerto de Zagreb. Desde la ciudad de los canales hay ferris (venezialines.com) que llevan a varios puntos de Istria.
PARA DESCANSAR
La oferta es inmensa: desde apartamentos y casas de alquiler (croatianvillas.com) hasta campings y autocaravanas –muy populares aquí gracias a la afluencia de centroeuropeos–, amén de hoteles tan exquisitos como el San Rocco (san-rocco.hr), en el entorno rural de Brtonigla, o, junto al mar, el hotel-boutique Valsabbion (valsabbion.hr) de Pula. Más inusual, la posibilidad de alojarse en faros (lighthouses-croatia.com) o, perfectos para ir con niños, los hoteles familiares Sol Umag o Sol Amfora, que gestiona en la costa Istria Meliá (melia.com).
SABORES DEL MEDITERRÁNEO
Para una ocasión especial, el Zigante (restaurantzigante.com) de Livade, con especialidades de la famosa de trufa de Istria desde el aperitivo hasta el postre, o el Monte (monte.hr), en Rovijn, la primera y recién conseguida estrella Michelin de toda Croacia. Con mucho encanto y menos prohibitivos, los sabores mediterráneos del Blu (blu.hr) o La Puntulina (puntulina.eu), también en este precioso pueblo costero, mientras que infinidad de restaurantes populares, conocidos como konobas, serán el mejor lugar para probar a buen precio los sabores más locales.
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