El río Riaza, procedente de la sierra de Ayllón, donde tiene lugar su nacimiento, ha excavado en los yesos y calizas de su último tramo un profundo cañón que rompe la monotonía del llano mesetario en los límites provinciales de Segovia y Burgos. Estos rojizos paredones de roca conglomerada de hasta 120 metros de altura, llenos de cornisas y oquedades, son algo así como la Quinta Avenida de las carroñeras ibéricas. Alrededor de 600 parejas de buitres leonados nidifican en estos «rascacielos» antediluvianos, una cifra nada desdeñable si se considera que representan el 90% de la población de Europa y cerca del 10% de la del mundo. Si a ellas se añade las dos docenas de alimoches y otras muchas aves (águilas reales, alimoches, halcones...) que aquí viven, se entiende por qué Félix Rodríguez de la Fuente y Adena promovieron en 1975 la creación del Refugio de Rapaces de Montejo (wwf.es/nuestro_trabajo/refugio_de_montejo), con más de 2000 hectáreas de extensión.
La capital del buitre leonado es, sin duda, Montejo de la Vega de la Serrezuela, un pequeño pueblo segoviano, que tiene casi más letras que habitantes (en torno a 150), y en cuyos alrededores prosperan cultivos agrícolas al amparo de las aguas del río Riaza. Se accede a él desde la A-1 (Madrid-Burgos) y queda a 15 kilómetros de distancia de Aranda de Duero.
CASA DEL PARQUE HOCES DEL RÍO RIAZA
Lo primero, antes de iniciar la ruta, es acercarse a la Casa del Parque (patrimonionatural.org), donde nos informarán de todo lo necesario para conocer este espacio, su fauna, su flora y los distintos ecosistemas presentes en él y seguir el recorrido lineal que transcurre paralelo al cauce del río hasta las instalaciones de la presa del embalse de Linares (es necesario una autorización de enero a finales de julio), además de otras rutas y actividades que se hacen en el parque.
LA RUTA
Desde Montejo parte la pista de tierra que, a lo largo de 12,5 kilómetros –hasta las inmediaciones del caserío amurallado de Maderuelo– permite remontar las aguas por entre precipicios abarrotados de buitres. Se trata del camino del cementerio, cuya prolongación, entre campos de maíz y remolacha, se debe seguir dejando siempre a mano izquierda el río y sus choperas.
Un puente que no se debe cruzar, a 2 kilómetros del inicio, y una bifurcación en la que se ha de optar por el ramal de la derecha, un kilómetro más allá, son las referencias a tener en cuenta antes de que el camino se extinga al pie de un cantil que cae a plomo sobre la corriente. Parece imposible continuar, pero, sin embargo, un centenar de metros atrás, junto a una vieja sabina, arranca un senderillo que trepa por lo alto de la hoz.
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CONVENTO DE CASUAR
Una vez salvado el obstáculo, el camino desciende de nuevo hacia el río, donde, en un ensanchamiento del cañón, yacen las ruinas del convento románico de Casuar, del que se pueden contemplar aún las paredes y la espadaña de la iglesia. Otra pista de tierra prosigue aguas arriba por el espeso encinar, dejando en las laderas ejemplares de sabina albar, coscoja y quejigo, junto a matorrales de espliego, salvia y tomillo. Tras pasar bajo un viaducto ferroviario, muere, ahora sí, ante el muro del embalse de Linares del Arroyo. Hoy, en las aguas que sepultaron al pueblo del mismo nombre, se concentran en otoño e invierno multitud de anátidas y aves acuáticas, como el pato cuchara o la garza real.
Mientras, en lo más alto, los cientos de buitres que rondan estas soledades –con más de dos metros y medio de envergadura, siete kilos de peso y casi 30 años de vida– meditan posados en los contrafuertes de la hoz, cuando no baten las alas por encima de los 10.000 metros de altura. Los auténticos protagonistas de este itinerario han encontrado su hogar en las duras rocas calizas de los páramos segovianos.
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