Con poco más de 300 almas, Elantxobe es un pueblo de la costa de Bizkaia pequeño pero encantador. Y lo es, no porque posea un buen catálogo de edificios de gran valor artístico, sino por su disposición, con sus casas marineras plantadas en un anfiteatro natural sobre el recogido puerto pesquero y esa lucha permanente que siempre ha mantenido entre montaña y oleaje.
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En un principio, las casas se situaban dispersas en la zona alta del acantilado para ver cómo sus gentes se hacían a la mar cada mañana, pero el trajín diario hacia el puerto hizo que el caserío se fuera trasladando ladera abajo aferrado a la roca y sus viviendas colgando de la pared. Lo que, con el tiempo, supuso construir diques para proteger en el muelle los coloridos barcos de pesca.
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Dispuesta así, el primer vistazo de esta atractiva villa marinera hay que echarlo desde las alturas, bien desde la mole del cabo Ogoño o desde el mirador con aparcamiento situado en la carretera de entrada al pueblo. Después, se trata de pasear por sus estrechas y empinadas calles que descienden vertiginosas hacia el puerto pasando por su plaza mayor, el templo de San Nicolás de Bari, viendo edificios con portal en la planta baja y en el cuarto piso, o cómo los autobuses se ven obligados a usar una sorprendente plataforma giratoria. Al llegar abajo, el influjo del puerto es irresistible.
Elantxobe fue hasta el siglo XIX un barrio del vecino municipio de Ibarrenguelua, al que hay que acercarse para contemplar desde la ermita de San Pedro Atxerre una de las mejores vistas de Reserva de la Biosfera de Urdaibai, paraíso de aves y surfistas, y algunas de sus poblaciones principales, como Bermeo y Mundaka y su excepcional playa de Laida. En la boca de la ría se vislumbra también la isla de Ízaro, en tiempos pasados motivo de disputa entre los vecinos de Bermeo y Mundaka y en la que el pueblo de Elantxobe ejerció como juez. Un lugar único para despedirse del Cantábrico o continuar descubriendo, hasta Lekeitio, esta accidentada costa sin perder nunca de vista el azul del mar.
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