CALAS DE LA RÍA DE ALDÁN (PONTEVEDRA)
En la ría de Aldán, un recodo profundo e ignoto de la de Pontevedra, hay alrededor de una veintena de calas alfombradas de arena blanca y fina como la harina y bañadas por un mar turquesa. Los pocos que las conocen son suficientes para llenarlas en verano. Incluso hay chiringuitos. Fuera de temporada, desiertas, las disfrutaremos más, tan solo paseando por ellas y comiendo de pícnic al solecito. El trío que forman las playas de San Xian, Pipín y Castiñeiras es perfecto para esto. Las tres se juntan prácticamente cuando baja la marea, como si fueran una sola playa de 400 metros, pudiendo pasarse sin dificultad de una a otra caminando sobre las grandes rocas de granito que las separan. Se puede llegar a ellas a pie o en coche desde las casas de Pinténs, por las rúas do Cancelo o Baixada a Castiñeiras.
También en la zona: Recorriendo la insospechada península del Morrazo
Para ti que te gusta
Lee 8 contenidos al mes solo con registrarte
Navega de forma ilimitada con nuestra oferta
1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
BALLOTA DE CINE (ASTURIAS)
Hay playas de cine, en sentido figurado. Y playas de cine, en sentido literal. Como la asturiana de Ballota, que ha salido dos veces en la gran pantalla. Aquí, entre Cue y Andrín, a cuatro kilómetros al este de Llanes, Gonzalo Suárez rodó varias escenas de El detective y la muerte (1994), con Javier Bardem como protagonista. Ballota apareció también en Estirpe de tritones (2008), de Julio Suárez, donde se supone que esta playa era una isla desierta de las Maldivas. Desde el mirador de la Boriza, que está en lo alto del monte, se ve de cine su concha acantilada de 400 metros, su islote del Castro (en la imagen) y, en la punta occidental, su famoso bufón, una chimenea natural que en invierno lanza el agua comprimida de las olas, como un géiser, a 40 metros de altura.
También puedes leer: Las diez playas asturianas más bonitas, difícil elección
CHOCOLATE CALIENTE EN LAGA (VIZCAYA)
En Ibarrangelu, entre la desembocadura de la ría de Gernika y el cabo Ogoño, extiende su sábana blanca de 500 metros la playa de Laga, que es una de las muchas maravillas de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai, la comarca con mayor diversidad paisajística y ecológica del País Vasco. Más de 200 especies de aves aprovechan este rincón húmedo y virginal para descansar en sus viajes migratorios o como zona de invernada, así que es obligado traerse los prismáticos. Y también la tabla de surf, porque hay pocas olas mejores en España. Un plan más relajado, y un clásico invernal, es ver cómo otros surfean mientras se merienda chocolate con tostadas en el restaurante Toki Alai, que está detrás de la playa, separado solo por un ventanal.
También en la zona: Mil tentaciones en la costa vasca, entre Bermeo y Gaztelugatxe
GEOLOGÍA Y SENDERISMO EN LA ARNÍA (CANTABRIA)
Como un estegosaurio medio enterrado en la arena, del que solo asomara la gigantesca cresta dorsal. Así es la playa cántabra de La Arnía, en Piélagos, a 12 kilómetros al oeste de Santander, el enclave más sobrecogedor del parque geológico Costa Quebrada, una sucesión de acantilados y farallones escalofriantes, contra los que rompe un océano agitado. En verano todas las playas de la zona se llenan de bañistas y hasta aparcar es difícil. En invierno, en cambio, solo se ve algún que otro senderista siguiendo la ruta más espectacular del parque, la que une las playas de La Arnía y de Somocuevas. Son seis kilómetros y dos horas de paseo (incluida la vuelta por el mismo camino). No existe señalización, pero al ir por el borde de los acantilados, no hay pérdida posible.
Puedes leer: Acantilados de España, la mejor ventana al mar
MAZAGÓN, LA COSA DE TARTESSOS (HUELVA)
Como hace 3000 años, cuando esta era la costa de los tartesios, se conserva el litoral onubense entre Mazagón y Matalascañas: 25 kilómetros de playas solitarias, bordadas de médanos (antiguas dunas solidificadas, cortadas a pico por el lado que mira al océano) y piños piñoneros. El mejor ejemplo de todo esto (soledad, médanos y pinos) es la playa del Parador. Para descender del hotel a la playa por el acantilado arenoso, sin pisotear esta frágil formación, hay una escalera de madera cómoda y preciosa. Antes de bajar, hay que admirar el pino del Parador, un gigante al que se le calculan 300 años de edad. Aunque, para admirar, ahí al lado tenemos el Parque Nacional de Doñana, que en invierno está a rebosar de aves acuáticas.
Puedes leer: Playas de Andalucía donde te gustaría estar ahora mismo
MAR DE FÓRA: EN EL FIN DEL MUNDO (A CORUÑA)
En Fisterra, las playas que miran al este, a la ría de Corcubión, son plácidas, seguras, turísticas. Las que miran al oeste, al océano abierto, como mar de Fóra, no. En este rincón de A Coruña, las olas son como montañas y el viento ha formado un campo de dunas de 270 metros de profundidad y hasta ocho de altura. No es una playa para bañarse, sino para dar largos paseos por su orilla (mide 550 metros). O por la senda litoral que va hasta la playa do Rostro. Son 9,5 kilómetros (tres horas y media, solo ida) caminando por el filo de los acantilados y por rincones tan apartados como la cala de Arnela, donde en diciembre de 1987 naufragó el Casón. Un paseo por el fin del mundo, sin más compañía que el lagarto verdinegro y el chorlitejo patinegro, la violeta flor de la centaurea y la amarilla del hinojo marino.
Puedes leer: Pueblos, playas, faros, caminos... Diez lugares que tienes que ver en A Coruña
EL ÓRGANO DE CABO DE GATA (ALMERÍA)
En el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar, a poco que luzca el sol, uno puede bajar en pleno invierno a la playa con toalla y bañador. Pero lo que más apetece en esta estación es pasear sin nadie a la vista por sus calas recónditas, salvajes, acantiladas, contemplando las huellas de las erupciones y los ríos de lava que abrasaron esta esquina suroriental de la península ibérica hace 10 millones de años. Caminando tres cuartos de hora entre la playa de los Genoveses y la de Mónsul, en San José, por el borde de los acantilados y por la orilla misma del mar, se llega a la cala del Lance, inconfundible por las columnas de basalto que afloran en mitad de la arena, como un órgano de viento petrificado. Es un paisaje telúrico, estremecedor, del primer día del mundo.
Puedes leer: Rincones de Almería para ir más allá del Cabo de Gata
EL CAÑUELO, EL CARIBE ANDALUZ (CÁDIZ)
Para ir alegremente en verano, la playa gaditana de El Cañuelo no es, porque hay que andar un kilómetro arriba y abajo y esto es Tarifa, el sur del sur. Desde la urbanización Atlanterra, en Zahara de los Atunes, se sube a pie al faro de Camarinal y luego se baja por el lado contrario del cabo, siguiendo una senda bordada de florecillas, incluida la camarina o camariña que ha dado nombre al promontorio. La playa, de 380 metros, está partida en dos por un pequeño arroyo o caño (de ahí, El Cañuelo) procedente del pinar que se extiende detrás de ella, hasta donde alcanza la vista. La luz es de oro. El agua, turquesa. Es el Caribe andaluz. Si queremos andar más, cerca está Barbate, donde nos asomaremos a los altísimos acantilados de la Breña siguiendo la senda de la Torre del Tajo.
Puedes leer: Cádiz en diez playas que envidian hasta en el paraíso
LA MARQUESA DE DELTA DEL EBRO (TARRAGONA)
El delta del Ebro, el segundo mayor humedal de España: 330 kilómetros cuadrados de arrozales geométricos, lagunas donde bullen 325 especies de aves y playas vírgenes como la de la Marquesa, en Deltebre. En L’Ampolla se ha de coger la carretera TV-3401, la que lleva hacia Deltebre, prestando atención para tomar un desvío señalizado a la izquierda que conduce a la playa salvaje de la Marquesa. Todo este trecho, de 16 kilómetros, se hace atravesando arrozales rectangulares, que en invierno son como espejos. Caminando una hora por la playa se alcanza el faro del Fangar, que está en medio de una gran península arenosa, rodeado de dunas y espejismos. Al verlo, uno se percata y acongoja de lo enorme que es el delta y de la fuerza titánica del Ebro, que ha arrastrado hasta aquí tal montón de tierra.
Puedes leer: Invasión de flamencos, los mejores lugares para ver al animal de moda