Il paese che muore, su nombre en italiano, la anuncia como «la ciudad que muere», pero la medieval Civita di Bagnoregio muere solo metafóricamente —por la erosión morfológica y la actividad sísmica del lugar— y además es una ciudad que quiere vivir, pese a que en ella solo habitan apenas una decena de vecinos. Fundada por los etruscos hace nada menos que 2500 años, para ubicarla en el mapa italiano hay que situarse en la provincia de Viterbo, perteneciente a la región del Lacio, porque es aquí donde se descubrimos este histórico y remoto enclave que se postula como Patrimonio de la Humanidad.
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Alejada de las grandes ciudades italianas –de Roma queda a 120 kilómetros y de Florencia a 180–, Bagnoregio atrapa desde el momento en que se la observa de lejos, posada sobre una colina que se eleva sobre el valle de los Calanchi. Ya a las puertas de la ciudadela, lo primero es salvar, previo pago de una entrada (cuesta entre 3€ y 5€ el acceso), el larguísimo puente suspendido a 70 metros de altura que le da acceso –¡300 metros tiene!– para empezar a dejarse cautivar por sus estrechas callejuelas, sus edificios de piedra con balcones floridos, su atmósfera de paz y tranquilidad, sus rincones y los pequeños placeres gastronómicos de la región.
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A paso tranquilo se van descubriendo sus joyas arquitectónicas y lugares de interés: primero, la Puerta de Santa María, coronada por una pareja de leones; luego, la iglesia románica de San Donato, los palacios renacentistas de los Colesanti, de los Boca y de los Alemanni, la capilla de la Virgen del Carcere, la gruta de San Bonaventura o la Casa Greco. Y con calma se contemplan las vistas hacia el valle.
Estamos en Italia, el país de la pizza y de la pasta, pero en el Lacio también reinan otras propuestas culinarias, que en Bagnoregio conviene no pasar por alto, como la porchetta (a base de carne de cerdo asado) o la saltimbocca a la romana, el cordero al horno, los quesos, los vinos blancos de la variedad Frascati, las aceitunas negras de Gaeta o los dulces elaborados con castañas de los montes Cimini. Los podemos degustar en excelentes trattorias y restaurantes como Alma Civita (almacivita.it/ristorante.php), Bisterccheria Ponziani o L’Arco del Gusto (arcodelgusto.it).
Para vivir intensamente el dolce far niente italiano también hay que pasar una noche en esta ciudadela medieval, por ejemplo, alojándonos en Domus Civita (airbnb.es) o en Libera Mente (liberamentegroup.com), donde dejarnos envolver por la atmósfera de este sugestivo burgo realmente inolvidable.
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